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El hijo de Saúl

Drama En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 140
Críticas ordenadas por utilidad
9 de abril de 2016
33 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica, maravillosa, grandiosa... todo lo que quieran, todos los premios que sean ¿pero merece la pena marearse? ¿ o vomitar en el cine?

Realizada a la manera "cámara en mano" "falso documental" "dogma" o vete a saber que otra estupidez, el hartazgo de ver la espalda del protagonista en primer plano con el resto de imágenes borrosas y el hartazgo de los mareos constantes, me lleva a puntuarla con un 3.

Sé que la temática es impresionante, que el director la lleva a cabo bajo un punto de vista especial; se que los cinéfilos pseudointelectuales llegarán al orgasmo con ella pero, para mi, el cine es además evasión, distracción y no necesito para nada tener que tomar alguna que otra pastilla para el mareo después de ver una película.
montoliu
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20 de junio de 2016
20 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica colección de primeros planos, ora de la oreja derecha, ora del cogote, ora de la gorra y la frente pasando luego a la otra oreja y a la nariz de un prisionero que va y viene, pasando muchas calamidades y penurias, en una búsqueda desesperada de un rabino en un campo de exterminio.

Hay muchas de éstas: los nazis, tan malísimos. Vale. Una más. La justificación de la que nos ocupa y su enorme éxito radica, al parecer, en la originalidad narrativa, en una manera de filmar, para mí, más que genial, exasperante. La cámara se monta en la chepa del personaje principal y toda la película (salvo escenas puntuales) se desarrolla en el lugar que ocuparía un hermano siamés que tuviera el protagonista. Lo demás, lo que ocurre a su alrededor queda difuminado y, por ya sabido, sólo insinuado. Esta técnica de largas secuencias y de marcaje férreo de la cámara al protagonista ya se ha visto en Birdman y posteriormente en El renacido. Pero lo que en éstas resulta atractivo e interesante en El hijo de Saúl se vuelve fallido por la falta de sentido y coherencia de una cámara obsesionada sólo en mantener el contacto próximo sin más, como una mosca cojonera dando vueltas alrededor de un cadáver.
Eulate
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21 de enero de 2016
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta semana se estrenó ‘El hijo de Saúl’, ópera prima del director húngaro László Nemes, ganadora del Gran Premio de Jurado en Cannes, del Globo de Oro a mejor película en lengua no inglesa y gran favorita para ganar el Oscar en la misma categoría de habla extranjera. Una semana en la que compite con los estrenos en cartelera de películas de la talla de ‘Los Odiosos Ocho’ de Tarantino o ‘La Chica Danesa’ de Hooper. Grandes films pero lejos de la enjundia, riesgo y eficacia de una película que rompe con la historia previa de los films sobre el holocausto (las criticadas por edulcoradas ‘La vida es bella’ o ‘La lista de Schindler’ por ejemplo) para adentrarnos en una trama que narra la búsqueda de la humanidad de un ente en el inframundo, un gesto terrenal dentro de la mayor concepción de horror vista en los últimos 200 años: Los campos de exterminio nazis.

Tras la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la danza y la poesía, el cine es catalogado desde principios del Siglo XX por el Manifiesto de Ricciotto Canudo como el séptimo arte por la capacidad de éste para hacer reír, hacer llorar, enamorar, aterrorizar…En general provocar sentimientos en el corazón del espectador durante su visionado, durante el transcurso de una proyección, haciendo que puedan pasar de un extremo a otro y mostrando la visceralidad y la capacidad empática de los seres humanos con las historias que con mayor o menor acierto los realizadores tratan de mostrarnos. En algunas ocasiones, demasiado pocas diría yo, la emoción se extrapola más allá de la cómoda butaca de la gran sala de cine. La emotividad se levanta con nosotros del recinto y se adhiere a nuestro ser para acompañarnos más allá, mucho más allá de dicha inolvidable proyección. ‘El hijo de Saúl’ es una película exigente con el espectador. Una película que lo somete dadas las normas bajo las que está filmada y mostrada. Unas normas que László Nemes ha impuesto mediante su estrecho formato, su tembloroso y asfixiante seguimiento cámara en mano mientras escuchamos los abominables sonidos de imágenes fuera de campo y así mover al espectador al interior de uno de los mayores centros del horror que hemos conocido en la historia moderna: Auschwitz.

Con dicho exigente formato –puede cansar a ciertos espectadores– la película muestra la historia de Saúl, un miembro de los Sonderkommandos en Auschwitz en 1944 (presos miembros de unas unidades de trabajo que la Alemania nazi utilizaba en los campos de exterminio para recoger cuerpos de las cámaras de gas e incinerarlos. Todo ello a cambio de un trato algo más privilegiado). Dentro de la devastación moral de recoger cadáveres, muchos de ellos familia o amigos, un día descubre el cadáver de un niño que asume como su hijo y al que quiere dar sepultura salvándolo así de terminar en dichos crueles hornos crematorios. Su lucha por conseguirlo pondrá en serio peligro su vida y la de sus compañeros.

La película devastará nuestra alma y probablemente nos haga meditar mucho sobre todo aquello. La ínfima iluminación utilizada en su filmación, la poca visibilidad de los planos y el sonido del dolor juegan una pieza determinante dentro de la ambientación del film. Cabe destacar varias secuencias clave en la película que quedarán grabadas en la memoria de los espectadores. Escenas como la brillante e impactante presentación en las duchas, el magistral y extremadamente complicado plano secuencia de la fosa–estamos en los últimos días del campo ante la llegada de los aliados– o el perfecto e inteligente final que Nemes nos muestra. Grandes momentos dentro de un gran todo.

Si la realización es abrumadora, la dirección magistral y la historia es dura como el diamante, no se queda atrás la interpretación del también debutante Géza Röhrig, reconocido poeta húngaro que plasma la temeridad, sacrificio y esfuerzo de un alma perdida en la deshumanización del ser. Tan sorprendente como notable.
Poco más puedo decir de ‘El hijo de Saúl’ más allá de animarles a que se adentren en la cámara de los horrores y valoren en su justa medida una obra personal, arriesgada y de una calidad técnica y humana abrumadora. Mi alma aún no ha salido de Auschwitz, está esperando su turno dentro de uno de los capítulos más ignominioso de la historia del ser humano.

Lo mejor: La sensación de realismo que siente el espectador. La dificultad de ciertas secuencias. El tándem László Nemes/Géza Röhrig.
Lo peor: Que no seas capaz de aguantar su formato tan opresivo.

Valoración:
Sonido: 8,5
Fotografía: 8,5
Interpretación: 9
Dirección: 10
Guion: 9
Satisfacción: 9
NOTA FINAL: 9

@hilodeseda - www.habladecine.com
Hilodeseda
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15 de enero de 2016
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El hijo de Saúl" es una historia contada en primera no, en primerísima persona.
El infierno de un campo de concentración descrito de una forma angustiosa, tétrica, inhumana e insoportable.
Con un pequeño argumento y un guión que debe caber en un folio, Nemes intenta reconstruir lo que tenía que ser vivir o trabajar allí desde la primera y sobrecogedora escena, desde el punto de vista áspero y llano de Saúl, el protagonista, del que el espectador no se separa nunca literalmente.
Todo ello con un gran trabajo de montaje (y tomas larguísimas) con un gran sonido que te zambulle y te agota, y con una exquisita e infernal fotografía que deja fuera de foco lo morboso o violento.
Por ello logra transmitir el infierno en un campo de concentración y puede llegar a saturar o cansar, pero no deja de ser una brillante película.
Gerardo
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16 de enero de 2016
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la última edición del Festival de Cine de Cannes, los mortales (aquellos a los que la acreditación nos puso de la clase media para abajo) nos apelotonábamos. En masa, por todas partes y por cualquier excusa. Cosas de la pésima planificación de la organización (o de su sadismo, que viene a ser lo mismo); cosas de un cartel de nombres por el que la gente estaba dispuesta a propinar codazos, puñaladas y a pegar algún que otro disparo... Cosas, en fin, de esa locura que nunca abandona la Croisette. Así, de primeras, era imposible entrar a la proyección de lo nuevo de ilustres como Todd Haynes, o Gus Van Sant (por muy horroroso que esto fuera) o Joachim Trier (ídem). ¿A lo de Matteo Garrone? Sí, pero por los pelos (y para lo que nos encontramos....). De modo que si no se querían perder los nervios antes siquiera de llegar al ecuador del certamen, se tenía que apostar por las salas con mayor aforo (el Grand Théâtre Lumière, y ya), y por aquellos autores que llegaban a la cita con su CV todavía por rellenar, siendo esto último una auténtica anomalía en ese territorio. En LE Festival, es sabido, el apellido pesa como en ningún otro lugar del mundo.

En éstas que nos topamos con una de esas excepciones que confirman la regla. Fue la Competición y decidió apostar por un debutante. Milagro. Novato que, eso sí, venía referenciado como uno de los asistentes más próximos e importantes del maestro Béla Tarr. Casi nada. 'El hijo de Saúl', impresionante debut en la dirección del húngaro László Nemes, podría definirse como un descensus ad infernos en toda regla... si no fuera porque al espectador se le sitúa justo ahí desde los rótulos iniciales. Sin previo aviso; sin piedad. En ese mismo momento, cuando apenas nos hemos acomodado en la butaca, se nos recuerda una figura histórica que, por pura (e insoportable) incomodidad, se ha visto relegada al mismo rincón donde han terminado casi todas las de su especie: el olvido, que ya se sabe, es la más peligrosa de las (falsas) curaciones. Los Sonderkommando, tanto para aquellos que no recuerdan como para los que todavía no hayan podido llegar a este punto, fueron los prisioneros de los nazis (entre ellos, judíos, por supuesto) obligados a colaborar en el horror de las cámaras de gas.

Aquellos a los que, tal y como sucede en cualquier matadero (el escenario en el que nos hallamos, el campo de exterminio de Auschwitz, es exactamente esto), se obliga a mezclarse con el ganado para que no cunda el pánico entre los futuros productos cárnicos. Pues bien, con uno de estos sujetos vamos a tener que convivir durante más de hora y media. Estamos una vez más en el infierno de la Segunda Guerra Mundial; en uno de sus círculos más bajos, reservado a la más aberrante de las atrocidades. En cada una de ellas, se precisa de la colaboración del supuesto enemigo para que el engranaje del fanatismo siga cobrándose sus macabros tributos. Y sin más presentaciones que valgan, nos topamos con el protagonista de la historia, uno de esos ''exterminables'' al que se le confió el secreto más inenarrable. Y por una vez, deseamos habernos quedado fuera de la sala. Bendito martirio. Por poco que no gritamos de puro terror. Como si estuviéramos abrasándonos ahí dentro. La pantalla, por cierto, se ha olvidado del formato panorámico, y por si la asfixia no era suficientemente letal, Nemes decide revelarse como un superdotado en el cine de multitudes. Cómo nos apelotonábamos aquel año, efectivamente...

De repente el encuadre respira, se mueve, corre... se muestra como un ente imprevisible. La cámara, en un ejercicio que podría catalogarse de auténtica horror movie, no se sabe si acosa más a los personajes o al propio espectador. Y el cine se convierte, de paso, en algo tan grande como la vida... aunque ésta esté a punto de terminar. En la pantalla se apelotonan también víctimas y verdugos, pero los vemos siempre, y ahí está el qué, a través de los ojos de una de esas ''vacas judas''. El rostro pétreo de Géza Röhrig encierra la espantosa verdad contemplada desde una atalaya con rango de visión mínimo, pero desde la cual se avista todo. Está claro, si se nos presenta como es debido, una imagen desenfocada puede valer mucho más que mil gritos. La inmersión es total; la pesadilla, también. László Nemes se gana, al final de cada plano secuencia (en prodigioso primerísimo primer plano), el beneficio de la duda más dulce: ''¿Seguro que es novato?'' Al final de ésta su apabullante carta de presentación, y tras un cierra que roza lo magistral, queda otra duda flotando en el -irrespirable- aire. ¿La mirada que debemos dedicar al horror, se vive o se contagia? ¿Son posibles ambas opciones? Para más información (que no necesariamente respuestas), no perderle la pista al hombre.
reporter
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