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La hora del lobo

Drama. Terror En una isla viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan... (FILMAFFINITY)
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Críticas 77
Críticas ordenadas por utilidad
23 de junio de 2009
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alma, sola en su casa en una isla perdida, necesita verter sobre un confidente paciente, silencioso y comprensivo los recuerdos de su convivencia con Johan, su marido, un pintor enfermo. Hablando directamente a la cámara, busca en nosotros a ese confidente que todos buscamos en nuestro interior, con el que nos comunicamos con esa voz íntima que no puede oír nadie más.
Alma ha convivido con un marido de mente atormentada, afectado por alguna de esas enfermedades tan desconocidas y aterradoras como la esquizofrenia, la paranoia, la manía depresiva...
Ella, entregada totalmente, ha intentado con todas sus fuerzas ver a través de sus ojos, ver lo que él veía, sentir como él, fundirse con su naturaleza quebradiza. Los fantasmas de Johan, los fantasmas de la corrupción, la depravación, la lujuria, la muerte, la envidia, los celos, la ira y los terrores de su infancia han sido también los de Alma. Ella ha tendido su mano y su hombro y su callada compañía cuando los desquiciantes espectros, bastante semejantes a los engendros deformes de "El akelarre" de Goya, han asaltado una y otra vez las frágiles defensas del artista.
La titánica y admirable lucha de la abnegada esposa ofrece a Johan consuelo y apoyo, un asidero, un puerto estable al que regresar de sus periplos de pesadilla por los precipicios de la locura.
Bergman sabía muy bien plasmar la locura de sus personajes. Con una fotografía entre el naturalismo y el surrealismo, produce inquietud y oprime con esos escenarios bellos pero desangelados en su áspera soledad. La mezcla entre imágenes austeras y audaces, los juegos de luces y sombras, los primeros y atrevidos planos, los movimientos enervantes de la cámara, la música a veces estridente, el sonido de voces que parlotean en charlas sin sentido aparente, los diálogos con frecuencia inescrutables... Todo ello es el reflejo a la vez de una mente rota y de la mano resignada y algo tranquilizadora de Alma, quien observa sin esperanzas el pozo en el que su amado Johan se hunde, marchándose a donde ella no puede seguirle, por más que quiera...
La hora del lobo, la hora que precede al amanecer, la más fría de todo el día, la hora en la que el mundo parece paralizarse en su aliento... Es la hora en la que el sufrimiento es mayor, y el miedo. En la que todo está suspendido en una danza macabra, la danza de la muerte y de la vida, en la que las cosas empiezan y también terminan.
Alma nunca sabrá si ha hecho lo suficiente.
Nunca podrá alcanzar a su amor, tragado por la hora del lobo en una noche interminable.
Vivoleyendo
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10 de enero de 2015
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
[1. El pintor Johan Borg y su esposa Alma reposan al sol, dulcemente abrazados. "Te voy a retratar", le dice él a ella, con una sonrisa. Ella se recoge el pelo y posa, al sol, para que su belleza, su calidez, sea inmortalizada. Él comienza a dibujar.

2. Una escena después, Johan reaparece; atribulado, meditabundo, turbado. Alma le observa con tristeza. "Estos son mis demonios", dice él, y muestra a ella unos retratos que acompaña de una abominable y terrorífica descripción verbal, dejando a la imaginación del espectador el aterrador aspecto final de los espeluznantes sujetos reproducidos].

El mismo don, el mismo Arte, puede servir tanto al esplendor y a la belleza, como a lo sombrío y a lo hórrido. A lo inmortal y a lo finito.

...

Los Von Merken no son otra cosa que la encarnación real y corpórea de los inveterados miedos del artista; a la crítica, a las veleidades de la inspiración, a sí mismo, a sus capacidades, a su agonía existencial...

La lucha con el niño endemoniado es, por derecho propio, uno de los momentos más terroríficos y sofocantes de la filmografía del sueco, donde pareciera que un hombre intenta amputarse una dolorosa e inenarrable parte de sí mismo.

...

Creo ver en 'La hora del lobo' una temática distinta a la eterna lucha del artista con su mundo que, una vez termina la película, me revelan las palabras de la propia Alma, engarzando así con su comienzo: "¿no podría yo haberle salvado, si le hubiese comprendido un poco menos, si le hubiese querido un poco menos?"

A la muerte del propio Bergman, la actriz Liv Ullmann afirmó «de Ingmar aprendí todo lo que sé». A la imaginación de nosotros, los espectadores, quedan los últimos pensamientos y las últimas emociones del artista, pero nos consta, una vez más, la total compenetración entre actriz y director; tan hermética, tan sellada... Uno se pregunta si en la confesión cinematográfica de Alma en 'La hora del lobo' podría haber algo de certeza. Bergman, que entiende el amor como quizás el único de los reductos de luz humana en el mundo, lanza un ominoso interrogante... ¿puede una mujer, por comprendernos demasiado, no salvarnos; por querer conocernos hasta la última consecuencia, llevarnos de la mano hacia nuestros demonios y dejarnos en compañía de ellos?

La mujer del bufón en 'El séptimo sello', ante la tentativa de su esposo de querer ver más allá, responde "tú y tus visiones", manteniéndole así a salvo de esa Zona donde llegaron Antonius Block, el profesor Borg, el sacerdote de 'Los comulgantes'... Johan Borg vive en esa Zona, y Alma, a fuerza de querer quererle, de comprender hasta sus más íntimos temores, consiguió, paradójicamente, que nunca pudiera rehuir su angustia, y se perdiera en ella para siempre.

Gracias.
Nuño
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13 de diciembre de 2008
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. EL EMBUSTE SINCERO. La narración se revela como tal, el mecanismo ilusorio se explicita, se destapa, pero sin complejo de culpa, todo lo contrario: se reivindica orgullosamente y exclama su naturaleza, al tiempo que establece una distancia infinita entre nosotros y sí mismo que no dejaremos de intentar transgredir. Porque al fin y al cabo eso es lo que queremos, que la mentira nos mienta, y creerla por noventa minutos, o por lo que sea. Es nuestro derecho, nuestra fe atea. Y nos revelamos contra su tiránica sinceridad que nos deja a nosotros solos y a ellos muertos.

2. LA ISLA. Nuevamente la isla, como él en su Faro. No isla como ubicación geográfica, sino más bien como ubicación psicológica o lugar mental, como territorio habitado por la psique si se quiere.

3. LIV. Como mucho tiempo después, en Saraband, pero aquí joven, sin las huellas del camino en su cara. En una hermosísima primera escena que es además un impresionante ejercicio de síntesis narrativa, Alma cuenta todo lo que debemos saber para empezar: pasado, presente, e incluso futuro. Detrás el viento sopla. En una de las más bellas declaraciones de amor de la Historia del cine, en la escena del teatrillo, uno de los personajes pregunta “¿Está vivo el amor?”, Bergman contesta: primer plano a Liv (no a Alma, a Liv), embarazada en esos momentos del propio director. Y ese plano final en el que dirige su mirada interrogante a la cámara, nuevo intento por acortar las distancias, y pide ayuda, pero ella es una ficción, ya fuimos advertidos, así que no queda más que levantarnos y salir de la oscuridad de la sala. Alma sale una y otra vez del oscuro fondo del fotograma hacia el frente, literalmente, empeñada en recorrer esa distancia infinita de la que hablábamos, como si quisiera que la tocáramos, agrandándose su figura ante nuestros ojos. Quizá Alma no sepa que es una ficción. Quizá Alma no sabe que está muerta. Quizá no lo está. ¿Cuál es nuestra relación con el relato? ¿Qué cabe hacer?.

4. RETRATOS. El misterio es tu cara.

5. LOS FANTASMAS. Sí, caníbales. Pero no hay nada de mórbido en estos espectros, todo lo contrario, hay algo muy vivo en ellos. No son almas en pena, reductos ectoplásmicos de unos cuerpos muertos que vagan eternamente atormentando a los vivos. No están fuera, están dentro. Son nuestras propias creaciones, parte integrante de nuestra realidad, y lo digo otra vez, realidad, interna. Encarnación antropófaga del miedo, la culpa, los deseos -reprimidos o no-, y la redención, herencia quizá de la metafísica religiosa. Y estos sí que dan miedo. Porque no nos esperan al otro lado de la puerta en la oscuridad de una noche de tormenta para perseguirnos por el pasillo, están aquí dentro, en alguna parte, pero dentro, y por más que corras no los zafas. ¿Cómo huir de uno mismo?.

Obscinedades.
obscinedades
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12 de julio de 2009
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La hora del lobo, cuando se producen más muertes y nacimientos, cuando las pesadillas nos acechan si dormimos y si estamos despiertos, tenemos miedo.”

La hora del lobo es una excelente película de terror, en mi opinión la mejor de este género, injustamente desconocida por el público general, probablemente por el hecho de no ser americana. Además, es una de las mejores películas de Ingmar Bergman, el genio sueco, y eso es mucho decir, a pesar de que normalmente es considerada como una de sus obras menores.

Un pintor afamado (Johan) y su mujer (Alma), embarazada, deciden pasar una temporada en una isla remota, debido a la necesidad de aislamiento de Johan. Alma descubre el diario de Johan y con éste, también su retorcida mente. Alma y Johan pasan despiertos todas las cortas noches ya que Johan teme la oscuridad.

Eternamente sombría y oscura, muestra un gran dominio técnico con la cámara con ese hipnótico blanco y negro. Y es que uno de los mejores aspectos de “La hora del lobo” es la sobresaliente fotografía expresionista del habitual en Bergman, Sven Nykvist.

Las actuaciones de Max von Sydow y Liv Ullmann son palabras mayores, como suele ocurrir en el cine de Bergman. Y en cuanto a la poca música que hay, se presenta penetrante y turbadora como ninguna.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
mario
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12 de febrero de 2007
22 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es La hora del lobo la obra maestra de Ingman Bergman? Es difícil hablar de una película y no de una obra con determinados autores, sobre todo cuando la carrera de los mismos sigue una evolución constante en la búsqueda de lo que muchos dan en llamar "universo personal". Pues bien asumiendo esta dificultad y en la consciencia de que cualquier juicio absoluto sobre un autor como Bergman puede resultar más que desacertado, se podría decir que si el cine de Bergman retrata como ninguno las obsesiones, laberintos y oquedades de la condición humana, resulta interesante el pensar que, este análisis psicológico de los personajes que se da en toda su filmografía, destacará en aquellos personajes que, por su condición privilegiada de genios o de artistas (no siempre van de la mano), revelan un universo interior más rico e interesante que el común de los mortales, que ya es de por sí denso. Por ello la recreación en lo visual de ese entramado obsesivo que teje el retrato mental de Johan Borg (interpretado con la excelencia habitual por Max Von Sydow) resulte fascinante, sobre todo en el tercio final de la película donde las barreras entre ficción y fantasía, obra y autor, obsesión y locura son quebrantadas. En un plano formal, la contención de la puesta en escena de Bergman (que no por ello, menos elaborada, más bien al contrario) juega aquí su mejor baza, pues a la ya conocida predisposición por el primer plano (imprescindible en un cineasta que pretende capturar el alma), se suma el uso pictórico del encuadre acorde con la visión del mundo y apoyado en el, posiblemente, mejor trabajo de su colaborador habitual el director sueco de fotografía Sven Nykvist, que alcanza en esta película cotas de expresividad con el blanco y negro que a día de hoy nadie ha superado (tal vez en la monumental obra de Spielberg Schindler´s List Janunzs Kaminscky lo haya igualado pero no superado). Por todo ello (y por mucho más que lo que puedan contar estas y otras palabras) La hora del Lobo no sólo es una obra cumbre del cine, es una de las obras de arte fundamentales del siglo veinte y destinada a perdurar tanto como dure el tiempo.
Niccólito
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