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Sansho, el gobernador

Drama A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
7 de octubre de 2007
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sanshô Dayû, dirigida por Kenji Mizoguchi en 1954 es una de las mayores obras maestras del cine japonés. Nos cuenta la historia del alcalde de un pueblo que es destituído de su cargo y desterrado por actuar en base a su conciencia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Darth_Fonsu
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7 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El intendente Sansho”, para mi gusto, una de las grandes obras de Mizoguchi, es una película sobre el amor y la piedad, sobre la justicia y la bondad, sobre la música de la imagen, que sirviéndose de una peripecia personal, propone la pintura política y social de un periodo histórico muy concreto. Pero estas afirmaciones – que podrían incluir también su atractiva estructura legendaria, su belleza recitativa, su canto a la solidaridad humana, al prevalecimiento de la dignidad por encima de la tortura y las vejaciones, a la lucha contra la injusticia social y tantas otras cosas – serían un pobre resumen de lo que es un film de imágenes hermosas, justas y bellas al que sería injusto desgranar plano a plano, de la elegancia de los encadenados, de la fluidez de los pasos temporales, de la captación vital del paisaje. La película transciende mucho más allá de sus propuestas, aún siendo numerosas, y es una búsqueda de la verdad y la belleza a través del arte.

Según sus colaboradores, Mizoguchi nunca se mostraba satisfecho con su trabajo y les sometía a un proceso de depuración personal que les hacía dar lo mejor de sí mismo. Ese mismo proceso de depuración en el cine de Mizoguchi alcanza en sus últimas obras un grado de expresión artística difícilmente superable. La puesta en escena de “El intendente Sansho”, su tono visual, en el que son capitales los movimientos de cámara amplios y pausados, la distribución de los espacios y la serena belleza de la composición, posee tanto rigor artístico como respeto al espectador. Mizoguchi se aproxima a los sentimientos de los personajes sin violar nunca su intimidad, insertando sólo algunos primeros planos de forma esporádica; la distancia a la que se sitúa la cámara del director japonés siempre parece la más adecuada. Cuando los esclavos sufren el castigo del hierro candente, el cineasta saca de campo la acción más cruenta y elude recrearse en la brutalidad. Igualmente ocurre con otras escenas decisivas, nunca son explícitas.

Mizoguchi confiere a su cine un ritmo particular, que él pretendió (en parte con éxito) que fuese identificable como propio del cine japonés. En el ritmo de sus películas intervienen el movimiento de los personajes, de la propia cámara, la sucesión de los planos, las secuencias y la misma banda sonora. En esta película tanto el ruido del agua, que es el elemento que vincula las separaciones, la muerte y el reencuentro de los protagonistas, como la música tradicional japonesa, contribuyen de una forma nada despreciable a mantener ese ritmo interno que tanto preocupó a su director. “El intendente Sansho” habla con una deliciosa ingenuidad sobre el derecho inviolable del hombre a la libertad, sobre la dignidad del ser humano y sobre la honestidad. El mismo fondo que residía en los tres consejos que le dio el gobernador a su hijo Toshío antes de partir hacia el exilio, y que su madre le hizo repetir hasta que estuvo segura de que formaban parte ya de su propia conciencia: “Un hombre que no tiene compasión es como un animal. Todos hemos nacido iguales. No seas nunca cruel con tus semejantes”. Sabias reflexiones del maestro Mizoguchi, un profundo humanista del que todos debemos tomar nota.
Antonio Morales
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18 de mayo de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que aborda el tema de la esclavitud en el Japón feudal. Unos niños son capturados por unos mercaderes de personas bajo el pretexto de ser unos barqueros y trasladados a los dominios de un cruel terrateniente avalado por el Emperador. Cualquier intento de escape es castigado severamente con la impresión de un hierro candente sobre la frente, sin posibilidad alguna de recibir algo de clemencia por parte del sujeto. Con los años, Zushio tiene la perspectiva por medio de unas argucias de escapar e intentar tomar revancha, considerando que es de buena estirpe y no un labriego cualquiera...el tema es que, cualquier detalle añadido a esta crítica (a nivel argumental) presupone adelantar o revelar parte de la trama que, de por sí, es magistral. Entonces, conviene limitarse a hacer apreciaciones de carácter puramente artístico. En un precioso blanco y negro, con muy logradas actuaciones, se ve el bucólico paisaje nipón, con su hechizante encanto, donde se ve a la par la cruda pesadilla de los habitantes que viven bajo severas reglas y relaciones de superiores-explotados sin resquicio para las críticas. Es un magnífico relato, comparable sociológicamente quizá, en Occidente, a la cabaña del tío Tom, también muy conocido y que, según se ha dicho, incidió en la sensibilidad de los lectores para la abolición de la institución en E.U.A. Altamente recomendable.
elneon
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10 de febrero de 2008
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque el marco de la película sea el Japón feudal, se trata una historia de carácter universal y atemporal.

Es la historia del poderoso y de los débiles, del rico y de los pobres, del señor y los desamparados.

De la injusticia.

Mizoguchi no se limita a realizar una exposición de las penalidades de la vida, borda una película inmortal, impecablemente filmada y mejor contada, que ahonda en el optimismo, la esperanza y el amor.

Un clásico.
Malemute Kid
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7 de junio de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No debe ser fácil encontrar la manera para que un mensaje concreto llegue a todo tipo de espectador a partir de un contexto muy particular como el Japón feudal. Incluso los muy ajenos a la cultura nipona podemos hacer nuestro el dolor de los hermanos que sufren el melodrama que Mizoguchi nos ofrece de forma desgarradora. Pese a la distancia cultural, todos podemos entender lo que es una separación brutal como la que sufren los dos hermanos respecto a la madre, incluso podemos entender lo que es la esclavitud y la falta de libertad. Para nosotros la esclavitud es sólo una palabra, pero para la Historia de la humanidad ha sido seguramente la fuerza de trabajo más común en cualquier civilización pasada.

Pues bien, Kenji Mizoguchi echó el ancla a su país natal, que para eso es lo que más conocía, y ofrece un mensaje universal con el que puedan quedar satisfechas hasta las tan opuestas almas occidentales. Y lo hace tan bien, tal vez a causa de la unión de experiencia (en ese año 1954 ya era un veterano en el mundo del cine) con la incuestionable virtud innata, que es muy difícil acabar de ver "El intendente Sansho" sin elogiar su calidad.

Hay escenas con tanta intensidad dramática que por sí mismas hacen inolvidable esta película; por supuesto, en el spoiler más detalles. Mizoguchi eleva el melodrama a un nivel elevadísimo, sin que importe que las caras de los protagonistas sean las propias de gente infeliz cada vez que aparecen en pantalla, de forma constante tristes y humillados: de otra manera no puede ser. Lo mismo que los malos son los peores nunca vistos, en el otro extremo, sin términos medios. A mí "El intendente Sansho" me ha convencido por su mensaje humanista imperecedero y porque las lágrimas y los llantos, cuando están expuestos de forma brillante, son las cosas que mejor funcionan en el cine. El mérito es del director, que escoge la historia y la presenta de esta manera. Puede que otros caerían en el ridículo con las mismas cosas entre manos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luisito
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