La garra Escarlata

Inquietante, sibilina y escurridiza, la intriga se apodera de la pantalla y la convierte en su campo de acción.
Nadie puede sustraerse a su influjo.
Ora aviesa ora directa reclama un espacio que le pertenece y recorre el trayecto entre el enigma y su solución consiguiendo la complicidad del espectador.

Magnífica interpretación, guión sobresaliente e irreprochable dirección.
Es lo que se requiere para encontrarnos con un Holmes en plena forma.

Francamente muy agradable capítulo de las excelentes aventuras detectivescas seguidas por ese par de fieras de la deducción: el inefable Sherlock Holmes y su fiel escudero, el peculiar Dr. Watson.
En esta ocasión la película se beneficia de un grado de intriga muy bien medido, con un alto ritmo y un clímax absorvente de primer orden.
Esto hace que el espectador siga las evoluciones de la historia interesado de veras.
Buenos efectos especiales además y estupenda fotografía en blanco y negro.

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Una de las películas que más me han gustado de esta ¨saga¨ de Basil Rathbone, con una historia que, pese a no tener un gran misterio (descubren al asesino relativamente pronto), sí tiene más interés lo mucho que cuesta capturarlo por el tipo de asesino que es.

Como de costumbre, el dúo protagonista no falla, tanto Sherlock con sus deducciones (en esta ocasión quizás algo menos brillante) y su compañero dando ese toque cómico que lo caracteriza.

La historia no está nada mal, esta vez en Canadá y con un misterio del tipo ¨presuntamente sobrenatural¨, y en un pueblecito alejado, lo cual hace que los protagonistas no cuenten con más que un solo policía para ayudarles.

Varios crímenes, una historia detrás, y algunas personas poco colaboradoras, todo un reto para nuestro detective favorito.

27/27(29/02/23) Muy ameno y sugestivo film de misterio e intriga, octava cinta de la saga de 14 (12 para la Universal, allí se rueda completamente este film; y 2 para la Fox) sobre Sherlock Holmes encarnando a Basil Rathbone y Nigel Bruce como el Dr. Watson, los legendarios personajes creados por el escocés Sir Arthur Conan Doyle en 1887. Dirigida por Roy William Neill, adaptando un guion original de Edmund L. Hartmann y el propio director, que se basa en una historia de Paul Gangelin y Brendan Weisbeg, y no en relatos de Conan Doyle, aunque se nota claramente la influencia del relato “El sabueso de los Baskerville” (1902), obra ya filmada en la saga en 1939, pues en ambas hay un entorno de pantanos, hay un asesino que intenta enmascarar sus crímenes tras un supuesto monstruo supra natural que resplandece en la oscuridad, y más similitudes, Watson al inicio incluso hace una referencia al caso de los Baskerville. Se trata de la investigación de unos hechos sorprendentes ocurridos en una aldea de Quebec-Canadá, y que la población cree se deben a algo sobrenatural debido a una leyenda de más de 150 años, pero el mítico investigador no cree en lo irracional para dar respuesta al misterio.

Tenemos una película que tiene en la edificación de su atmósfera opresiva uno de sus atractivos, con toques ingeniosos de suspense, con secuencias bien trabajadas para enganchar al espectador en su clima asfixiante gótico, gracias en gran medida a la cinematografía en glorioso b/n George Robinson. Todo narrado con un ritmo muy ágil, a lo que ayuda su escaso minutaje que no llega a la hora y cuarto, con una atmósfera que nos cala, con muertes que dejan huella (con ese toque de la garra), en viviendas aisladas en medio de páramos brumosos, casas abandonadas oscuras, iglesias donde suenan las campanas de modo arbitrario, o pantanos aterradores.

La película ya atrapa desde su sugerente arranque que me recuerda a ‘Drácula’ con esa taberna en un rural pueblo, con un nombre sobrecogedor, La Mort Rouge, donde los clientes y trabajadores tiene terror a lo que sucede en el exterior, temerosos cobardes que oyen las campanas de la Iglesia sin que nadie deba haber allí, va allí el sacerdote y encuentra muerta con la marca de la garra a una mujer agarrada a la cuerda de tañir campanas. Tras lo que entramos en un tramo donde lo sobrenatural sobrevuela la trama, primero con los lugareños supersticiosos amparándose en ello para explicar lo sucedido, luego por la reunión en Quebec de una convención de lo esotérico, donde el que la dirige es precisamente el esposo de la muerta (al enterarse por medio de un telegrama lo asume cual si le hubieran dicho que se le ha muerto un tío en panamá que no conocía y no le ha dejado nada ¿?). En la convención como contrapeso a las teorías sobrenaturales está Sherlock Holmes y su ayudante Watson, que termina involucrado en el caso a la fuerza, pues el marido de la víctima no quería, ya que no creía pudiera ser algo sin explicación lógica y esto atentaba contra las ideas del Sr. Penrose (así se llama el reciente viudo).

La película es puro y llano entretenimiento, sin querer ser algo más, y es un ágil pasarratos en este aspecto, tomando impulso con la investigación del detective inglés con sus métodos deductivos que va desarrollando con interrogatorios a gente que parecen guardar secretos que no quieren descubrir, haciendo que muchos sean un poco sospechosos. Habiendo picos de interés como es el tramo de Sherlock tras el ‘monstruo’ resplandeciente por los pantanos nebulosos, cual fantasma gusiluz; el asesinato de uno de los personajes planificado de forma estupenda travestido el criminal, hecho que han copiado muchas cintas posteriormente, sin ir más lejos la secuencia me recuerda a una parecida en la hitchcockiana “Psycho”; o cuando Sherlock persigue al asesino hasta una casa abandonada y termina siendo atrapado. En este último sentido es de agradecer que Sherlock aquí es más vulnerable de lo habitual en como el criminal va por delante de él durante casi toda la trama, los asesinatos se suceden sin que él pueda anticiparlos, lo cual va en favor de humanizar al mito. El antagonista resulta un ingeniosa némesis de Holmes, que al igual que él, es un maestro del disfraz, lo que lo hace cuasi-indetectable. Todo para desembocar en un final que sin ser nada especial, es satisfactorio para esta cinta sin pretensiones.

Basil Rathbone encarna con su habitual carisma natural al popular detective, lo hace suyo sin problemas, con su rol de frialdad, sin mostrar sentimientos más allá de ser preso de sus ideas racionales; Nigel Bruce es aquí un alivio cómico sin más, no aporta nada más allá de esto, incluso de pronunciado borrachín hace gala, con una escena relatando teorías sobre el criminal.