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El ladrón de caballos

Drama Norbu, un pobre montañés, se ve obligado a robar un caballo para mantener a su familia. Cuando se descubre que él ha sido el responsable, le expulsan de la tribu en la que convive, librándole de esta forma de cortarle las manos. Su intención de enmendarse y no recaer se ve frustrada ante el nacimiento de otro hijo, lo cual le lleva de nuevo a delinquir... (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
29 de septiembre de 2009
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En un mundo dominado casi exclusivamente por el cine americano y por las historias que este narra, esta pieza se convierte en una joya para cualqier cinéfilo, ya que cuenta un relato de una gente y un pais casi desconocido para el espectador habitual. El único pero que le pondría a esta cinta de gran belleza tanto visual como emocional es el carente ritmo aunque se trate del sobrevivir diario de una humilde familia, ya que a veces se convierte en una serie de escenas aparentemente inconexas entre si y que dan la sensasion de no llevarte a ninguna situación en concreto. Quizás e insisto en ello, sea que el espectador occidental esta demasiado acostumbrado a las historias contadas siempre de la misma manera y para el público oriental tenga mas importancia la simbología y las pocas palabras que esta obra puede contener y se convierta en una recreación visual y emocional. Si no fuera así, incluso tendría un 9, pero cierto es que perdería la esencia de la obra.
CitizenCorleone
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6 de noviembre de 2022
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El ladrón de caballos (1986) de Tian Zhuangzhuang resulta una película difícil de analizar, porque deja mucho a la deducción del espectador. Algunos gestos inacabados o rituales inexplicados éste los debe completar o explicar según su capital cultural.

El realizador audiovisual plantea una película que representa una realidad tan local y particular, como lo son las comunidades tibetanas y, más aún, la realidad tibetana de hace un siglo atrás, que el espectador occidental no suele conocer y le resulta una realidad totalmente ajena.

El director chino optó por hacer un filme poco comercial. Nos podría haber presentado la obra al modo de los grandes referentes de occidente: harto diálogo y personajes carismáticos y entrañables. Sin embargó, prefirió que el arte audiovisual tuviera más fuerza. Y en esto último no se equivocó para nada, porque la fotografía y la música y el arte sonoro son sencillamente una maravilla.

Debido a un carácter parcialmente de cine etnográfico, los personajes y su interpretación no cumplen un papel deslumbrante. Norbu, el protagonista, es un sujeto de rasgos toscos, moldeados por las inclemencias del medioambiente rústico en el que vive; aguerrido pero contradictorio, pues es en él que se desarrollan las pugnas simbólicas de la película. Practica la religión tibetana, implora al dios de la montaña, gira las ruedas del karma y participa de las ceremonias colectivas de ofrenda. No obstante, sabiendo que el hurto no sólo daña a la comunidad sino también a su propio karma, lo practica de igual manera. Norbu es la irracionalidad pero también la representación de la incapacidad de síntesis entre los estatutos religiosos y las necesidades materiales. El protagonista es por lejos el personaje más interesante e importante, en el se reúnen las problemáticas que la película propone.

La mujer de Norbu es un epifenómeno, está ahí como bien podría haber estado cualquier otra esposa. Está ahí para darle el sentido a las acciones de Norbu y su necesidad de delinquir en la preservación de la familia. Su primer hijo y su triste final cumple la función de separar la primera y la segunda mitad de la película; de marcar el inicio de la profanación de la comunidad y de la decadencia de Norbu. El ganado fenece, infestado; la comunidad se empobrece.

Las tomas fotográficas son de una majestuosidad impresionante. Unos planos generales que retratan las estupas, los monasterios o la inmensidad en la nieve, colman de belleza la película. Desde la segunda mitad de la obra, en el ritual de muerte y nacimiento de hijos se nos muestra al protagonista y su mujer en una planos medios casi contrapicados, deslumbrados por el devenir del karma, quizá sin saberlo. Son dos criaturas que ni siquiera intuyen los mecanismos del movimiento de la gran rueda kármica y de la religión que practican. Procrean, comen, roban, duermen. Sus prácticas en la religión tibetana son casi sin consciencia. Mueven las ruedas porque saben, por habitus de su comunidad, que eso los puede ayudar a mitigar sus culpas. Participan de las ceremonias de ofrenda al dios de la montaña porque es un acto comunitario y social indisociable a su propia existencia.

La música y sonidos en general están fuera de la diégesis, pues para darle más fuerza al arte audiovisual, los sonidos no se podían perder en la inmensidad del paisaje: las cabalgatas se oyen diáfanas, así como las voces hasta de los personajes más alejados de una toma. La música tibetana acompaña gran parte de la película y, junto a los monumentos religiosos, sus edificaciones y emplazamientos, empequeñecen la vida de nuestro protagonista, que se halla ante la incógnita de no poder descifrar, en su pobreza y necesidad, la naturaleza del karma de la religión de su comunidad y su incompatibilidad con sus necesidades materiales.

Por último, la comunidad tibetana representada es otro personaje, que probablemente resulta antagonista de nuestro pobre Norbu, pues ella lo expulsa fuera de sí, a vivir a los sitiales más inclementes e inhóspitos del Himalaya; pero es ella también la víctima de sus robos y de su karma. Norbu no atenta sólo contra sí mismo, atenta contra su comunidad materialmente y espiritualmente, desde el karma, pues acaba siendo un fantasma del río que infesta el ecosistema de la comunidad tibetana.

En suma, Zhuangzhuang logra una excelente película, que sin duda alguna uno, en tanto espectador occidental, valoraría más si conociera algo más la historia y cultura tibetana. El trabajo artístico de la película es encomiable, sobre todo el trabajo sonoro y fotográfico. Aun así, personalmente, la percibo una película densa que la falta de diálogo no ayuda a matizar. Pero esta observación no excede una cuestión de gusto y preferencia personal.
Pedroanclamar
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