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Carriage to Vienna

Drama. Bélico Moravia, 1945. Al final de la Segunda Guerra Mundial el marido de Krista es asesinado por los soldados alemanes debido al robo de un saco de cemento. Por esta razón, ella odia la guerra y los soldados. Un día, dos desertores confiscan el carro y los caballos de Krista y la obligan a conducirlos a la frontera. Meditando venganza, la mujer los lleva deliberadamente por el camino equivocado. Pero el horror de la guerra irrumpe una vez más en su vida. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
5 de mayo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva ola checoslovaca ha legado a la posteridad algunas de las mejores películas en tratar la ocupación nazi, además abordando el tema desde perspectivas de lo más variadas: filmes que basculan entre el drama y la comedia como la soberbia “La tienda de la calle mayor” (Obchod na Korze, 1965) de Ján Kadar y Elmar Klos, otros que apuestan más abiertamente por el humor negro como “El incinerador de cadáveres” (Spalovac Mrtvol, 1969) de Juraj Herz o el costumbrista como la célebre “Trenes Rigurosamente Vigilados” (Ostre sledované vlaky, 1966) de Jiří Menzel, y obras que reducen el conflicto a una historia personal mínima de pura supervivencia, como la especialísima “Diamantes de la Noche” (Démanty noci, 1964), o a un conflicto entre unos pocos personajes, como es el caso de la película que hoy nos ocupa “Carruaje a Viena” (Kocár do Vídne, 1966) de Karel Kachyna. Ello nos ha permitido conocer diferentes perspectivas de un conflicto complejo y traumático que la población checa vivió en primera persona, evitando la tentación de reducirlo todo a historias de buenos y malos o de hazañas heroicas, una opción que, tampoco nos pongamos puristas, no es desdeñable y ha dado pie también a grandes películas.

Allá por los años sesenta del siglo pasado, el fabuloso director checo, Karel Kachyna, con tres elementos muy simples construyó una de las más arrebatadoras, hondas y emocionantes películas rodadas en aquella época, hablamos de “Carruaje a Viena”. Al final de la II Guerra Mundial, por un silencioso bosque de ensueño, de una densidad tal que quizá pudiese desplegar también alguna que otra pesadilla, viajan casi en total silencio dos desertores nazis y una lugareña, Krista, no hablan el mismo idioma, no hay comunicación posible entre ellos. La bruma es intensa, hasta los olores traspasan la pantalla, los tenues sonidos son como pequeños estallidos irrumpiendo escabrosos en medio de todo aquel silencio, cada textura se palpa, vibrando en las yemas de los dedos mientras nos aferramos a la mantita del sofá, mientras tanto el carro discurre por los angostos caminos del bosque tirado por un par de caballos lanudos. En nuestros corazones atentos, en vilo, se estima el bien y el mal como el mismo lado de una misma moneda, si por un lado tenemos al soldado nazi que no pasa de un niño y solo piensa ya en el fin de la guerra, ya solo quiere volver a su pueblo y a la vida de siempre con su mamá y con su novia, justo en el mismo lado de la moneda tenemos a la dolorida, dura, áspera e inmutable viuda con sed de venganza. Setenta y cinco minutos con los únicos mimbres de una cámara, un bosque como escenario y claro protagonista onírico de la narración, tres actores y un carruaje tirado por dos caballos como único artificio empleado para que la trama fluya hacia adelante.

Es incomprensible que un film de la belleza visual y lirismo de “Carruaje a Viena” no ostente un lugar de privilegio en el Olimpo de obras maestras del cine, un auténtico poema hecho imágenes, una película ejemplar, una tragedia griega insertada en el más abominable acontecimiento del siglo XX, natural y bella como pocas. Una película que seguro sorprenderá a aquellos cinéfilos que se atrevan a descubrirla por primera vez, una especie de “road movie” existencialista y trágica enmarcada en el cine bélico centro europeo de los años sesenta, un cine en el que las batallas y el ambiente bélico no eran más que una excusa para plasmar un cuento moral en el que reflejar las inmoralidades y perversiones que ostenta el alma humana, es decir, aquellos extravíos que son causa directa del origen de los conflictos bélicos en los que desgraciadamente el ser humano parece que se empeña una y otra vez en caer. No dejéis pasar la oportunidad de visualizar esta maravillosa obra de arte, seguro que la disfrutaréis.
Juan Marey
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