Mil años de oración

A veces, hacer una película no depende de grandes presupuestos, ni de estrellas famosas, ni de efectos especiales...ni siquiera de un guión complejo: basta con poder transmitir un sentimiento, una emoción, una reflexión sobre algo que nos rodea. Precisamente esto ha hecho Wayne Wang con esta pequeña maravilla que tiene en la modestia la mayor de sus virtudes. Con la mínima (o grandiosa, según se mire) pretensión de conectar con el espectador, "Mil años de oración" cuenta la historia de un jubilado chino que viaja a Estados Unidos para estar con su hija, descubriendo un complejo mundo que en nada tiene que ver con la tranquila y anodina existencia que vivía en su país natal. Divorcios, familias desunidas (rotas e incluso inexistentes), y sobre todo incomunicación, es lo que se encuentra este hombre sencillo, perplejo ante las grandes, ampulosos e innecesarios que impone la vida occidental para ser feliz, cuando quizás lo más fácil es encontrar la plenitud en las cosas más pequeñas. Esta pequeña maravilla funciona con la demoledora exactitud de esas verdades universales, aquellas que todos sabemos pero que descubrimos súbitamente un día de la manera más insospechada, dando de golpe sentido a toda nuestra vida. Wang tiene la habilidad de encontrar un tono tan hierático y distante como el de su personaje principal, observador pasivo de todo lo que le rodea y que intenta integrar esta nueva realidad a su vida. El director de "Smoke" y "Blue in the face" ha hecho una regresión sobre la dramaturgia del cine, olvidando todo lo superfluo y, simplificando hasta el extremo y destilando con mucho mimo esta maravilla que es capaz de emocionar de principio a fin. Su triunfal paso por la pasada edición del Festival de San Sebastián -donde consiguió la Concha de Oro al mejor director y la Concha de Plata al Mejor actor, con toda justicia- ha cimentado su carrera comercial, que seguro que estará a la altura de este gran film.

Película pequeña, trivial y olvidable cuyo mayor premisa argumental es haber ganado un festival de cine. Dramilla intimista y pausado que intenta reflejar algo así como dos cosas: un choque cultural por un lado y por otro lado, por si eso no fuera suficiente, un choque generacional. No diremos que a la película le falta ambición, no. Ser padre es tan chungo como abandonar la patria a los 76 y casi igual de aburrido. Qué complejo es el amor oye y qué misterio insondable " semos " las personas.

En algún momento te ríes, claro, que el gafapastismo hay que aderezarlo siempre con alguna gracieta, pero te ríes mucho más al salir cuando te acuerdas de los 6 euros que te faltan en la cartera.

Refleja perfectamente la tendencia bipolar del cine contemporáneo: O bien te tragas una superproducción que no sirve ni para entretener a las cabras mientras las ordeñas o bien padeces una película independiente cuyo lirismo de andar por casa te pondrá los pelos como escarpias. En algún lugar del camino se nos ha extraviado el término medio, es decir, el buen gusto, el humor y las ideas.

Lo único significativo de esta historia de Wayne Wang es el refrán chino en el que se basa el titúlo:

"SE NECESITAN 300 AÑOS PARA CRUZAR UN RÍO EN UN BARCO CON ALGUIEN.
SE NECESCITAN 3000 AÑOS DE ORACIONES PARA COMPARTIR UNA ALMOHADA CON ALGUIEN."

Pero incluso esto tiene poco sentido común. ¡Pues apañados estaríamos si para liarnos con otra persona tuvieramos que esperar tanto tiempo! Por suerte o desgracia la vida humana es muchísimo más corta y hay que tomar decisiones, aventurarse incluso a riesgo de que salga mal, tanto en el amor como en los numerosos campos experimentales de la existencia!

El guión de la película es bastante mediocre, trivial, sin fu ni fa; pero bueno, hay que admitir lo que dice el crítico de cine Fej Delvahe en la crítica sobre esta película: "que así mismo son muchas tazas de caliente té chino y sin embargo resultan benéficas, calmantes y dan cierta sensación de reposo y contemplación, benéficos para el cuerpo y para el alma."

Las pulsiones negativas tienen más vigor que las positivas. Estas últimas se adormecen, son autocomplacientes, no se ponen al día. El diablillo que vive dentro de nosotros y que nos sopla al oído cosas como: "no olvides nunca", "tú eres la víctima", "la razón es tuya"... es más trabajador e insistente que el angelito que nos susurra perdón, análisis y comprensión. Ante esta tesitura es difícil que dos personas se pongan de acuerdo; de ahí lo de los Mil años de oración que se necesitan para acercar posturas según un proverbio chino.

Tras una apariencia de cierto sosiego y filosofía oriental se esconden bravas tempestades de desencuentros civilizados: padres e hijos, maridos y mujeres, amantes sin proyecto, culturas diferentes..... Babel, un Babel de sentimientos encontrados (a veces chocados) donde curiosamente quienes no hablan el mismo idioma se entienden mejor.

La vida es dura y no perdona, las ocasiones perdidas son irrecuperables, en esta película de Wayne Wang. La fantasía o la mentira (depende si eres emisor o receptor) tampoco suavizan el roce del tiempo. Sólo la ironía actúa de elemento balsámico que engrasa nuestras tragaderas ulceradas.

Película agria, lenta y vacía por momentos aunque quiera ahondar en los sentimientos de ambos personajes. La película parece un coche con una rueda pinchada: se mueve pero con ciertas dificultades. El guión no está bien construido, falta hilación y compensación a lo largo de la película. Las escenas de cotidaneidad no tiene casi ninguna cargar poética o sentimental, más bien soporífera. La banda sonora escasa; hubiera venido bien incluir en algunas escenas para dar mayor expresividad. La fotografía logra momentos de hermandad con la situación del momento y la actuación de los dos personajes principales es perfecta para los papeles que desempeñan.

Le concedo un 6 porque la película alcanza un tono mayor cuando se va acercando al final; pero ahí está el inconveniente: que es al final.