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Jappeloup. De padre a hijo

Drama A principios de los 80, Pierre Durand abandona la abogacía para dedicarse en cuerpo y alma a su pasión: el salto de obstáculos a caballo. Apoyado por su padre, lo apuesta todo a un joven caballo en quien nadie cree: Jappeloup. Demasiado pequeño, extraño, imprevisible, lleno de defectos aunque también de extraordinarias cualidades. Prueba tras prueba, el dúo progresa, imponiéndose en el mundo de la equitación. Llegan entonces los JJOO de ... [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
30 de enero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christian Duguay dirige un biopic interesante de un mundo que realmente no se suele ver mucho en el cine, narrado de forma lineal bastante predecible y con cierta parsimonia, momentos de emotividad concentrada, en el fracaso deportivo y personal del protagonista, personaje recreado por Guillaume Canet que está bastante apropiado y su caballo Jappeloup, el resto del reparto coherente, destacar la banda sonora Clinton Shorter más enérgica en los momentos deportivos que el propio film. Una película ATRACTIVA
lossentidosdelavida
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8 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mejor pareja posible inicia una carrera de obstáculos en busca del triunfo final. Ellos son Pierre Durand, un joven que se debate entre la abogacía y la competición hípica, y Jappeloup, un caballo que "tiene algo más que energía". Pero estamos ante un deporte de equipo, y por eso jinete y caballo deben compenetrarse, entenderse, quererse... si quieren subir al pódium. El camino desde que el Sr. Durand se lo llevara a su caballeriza hasta que el binomio Pierre-Jappeloup gane el oro olímpico en Seúl'88 será largo y no exento de dificultades. Unas veces llegarán por tratarse de un caballo pequeño, joven e imprevisible; otras por no tener el apoyo o el entrenador adecuado en el momento decisivo; y muchas porque quien lleva las riendas tiene que aparcar su orgullo y buscar el bien del caballo, porque debe confiar y saber transmitir esa cercanía con muestras palpables y sinceras. Porque Pierre tiene mucho que aprender de su padre, de su madre, de su esposa, de la joven Raphaëlle, de Jappeloup... y ese camino de lucha y rectificación será la verdadera medalla que alcance.

Lo que Christian Duguay nos cuenta en "Jappeloup, de padre a hijo" podría quedarse en una historia más de superación frente a la adversidad, de empeño por hacer realidad un sueño y una pasión... y así sería la versión americana de esta cinta épica. Sin embargo, en manos francesas adquiere un tono más existencial -sin exagerar- y el director hace que Pierre se pregunte una y otra vez por la responsabilidad ante las decisiones tomadas, que se interrogue por los verdaderos motivos que le llevan a tomar una toga o unas riendas, y a que -nosotros con él- nos cuestionemos si la felicidad está en lo que conseguimos o en el camino recorrido para alcanzarlo. Son dos mujeres quienes le dicen al orgulloso Pierre unas cuantas verdades y quienes le sostienen sobre el caballo: primero será su esposa Nadia la encargada de abrirle los ojos en un momento de crisis y abatimiento; después Raphaëlle le enseñará a ganar en sensibilidad y humanidad para triunfar en el circuito. Antes, vemos a otra mujer, la madre de Pierre, pelando patatas en silencio -en un intento de controlar los nervios- y sin querer presenciar los concursos de competición. Y a un hombre, Serge Durand, que es ejemplo de sacrificio y también de respeto a la libertad de su hijo.

Asistimos a una auténtica exhibición de cómo superar los obstáculos de la vida y del propio carácter, y a una conmovedora recreación de una leyenda de la hípica francesa que triunfó desde la constancia y desde la humildad... aprendiendo a sentir con el caballo y a fiarse de sus cualidades. En esa armonía y complementariedad encontraron la recompensa y sentido de tanto esfuerzo, y Duguay no puede menos que exaltar ese espíritu combativo francés hasta terminar con la Marsellesa. La historia está bien narrada, de modo convencional y sin riesgos, casi al estilo americano... y no renuncia a deleitarse con la hermosa estampa de un caballo que trota y salta con singular elegancia, o al ralentí -del que abusa- para ensalzar la heroica hazaña del deporte galo.

En la cinta hay, por otra parte, mucho sentimiento y apenas se permite que aparezca el dramatismo ni la crudeza de la vida, con unos comienzos titubeantes que no acaban de enganchar... como si el director quisiera acompañar a Pierre en su indefinición y como si toda la energía se la hubiera quedado el caballo. Con las pruebas y competiciones de la mejor pareja posible, la atención se desvía hacia la belleza de los saltos... pues el final es conocido y se ha renunciado al suspense. Pero la traca final nos espera con un clímax emocional que llega hasta desbordarse en tierras coreanas, sostenido por una partitura que busca sin disimulo la lágrima y la satisfacción del sueño cumplido. Son concesiones para un público al que se quiere dar modelos de conducta y un sentido positivo de la lucha, el que ofrecieron una pareja que llegó a entenderse porque aprendió a confiar y a quererse.
La mirada de Ulises
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21 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por poner en contexto ese galimatías que es el títilo “Jappeloup: de padre a hijo”, Jappeloup es el nombre de un caballo. Concretamente el de un caballo de alta competición en esa modalidad hípica en la que el caballo y el jinete (el jinete sobre el caballo) recorren un circuito con obstáculos en forma de vallas, setos y charcos tratando de acabarlo en el menor tiempo posible sin tirar ni un madero ni mojarse, porque les quitan puntos. La película se articula como una historia de superación doble: por un lado Jappeloup es lo contrario a un caballo saltador, aunque con mucho potencial y gran corazón, pero que parece destinado a correr o dar paseos. Por otro lado, su dueño Pierre es jinete de vocación y abogado de profesión, con ganas de hacer en la vida algo más que perseguir ambulancias.

La película no es novedosa en ningún sentido, su desarrollo es el habitual del género recorriendo los lugares comunes al ritmo habitual y de la forma esperada. Tampoco es especialmente interesante (bueno, quizá entre los aficionados a la equitación) habida cuenta de que la cría de caballos y las competiciones equinas no se cuentan entre las aficiones del público mayoritario. Lo que sí tiene atractivo (y aprovecha bien) es el contar una historia basada en hechos reales y en la que los caballos, esos animales nobles y mejores muchas veces que las personas, son realmente protagonistas. También tiene su atractivo esa ambientación en una finca rural francesa, tan habitual de su cine, que es a la vez granja, rancho, palacete, chalet y casa rural, contra la que no podemos oponer nada parecido en España

Otro pilar importante de la película es su protagonista Guilleuame Canet, lo contrario no ya al humor histriónico francés sino a las emociones mismas. Ojo, que el chico no es un psicópata ni un caracartón, es capaz de varios registros aunque dentro de una misma área interpretativa de seriedad, mesura y contención. A la película, que recordemos que va de fascinantes competiciones equinas, le van bien sus características; pero no para transmitir emociones (para eso ya está el caballo, con el que empatizamos todos) sino para creer que no nos mienten cuando nos cuentan que está basada en los sucesos reales en los que dicen que está basada.

Cierto que resulta algo fría. Oscura, incluso, más oscura de lo que parecería requerir una película de este corte. Desconcierta, la verdad. Pero es interesante, cuenta una historia consistente de manera sólida y se deja ver con agrado. Y hay caballos todo el rato por todas partes.
OsitoF
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29 de junio de 2014
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Este biopic sobre el jinete Pierre Duran y el caballo de salto de obstáculos que le hizo famoso, peca de una dirección muy anodina, sin brio, con una factura muy televisiva en el peor de los sentidos.
El foco de atención en este tipo de películas donde un animal tiene una importancia protagonista es aquí desplazado sobre el jinete quitándole gran parte de la empatia que el propio animal provoca sobre el espectador. Empatia que tampoco consigue Canet con la interpretación de su personaje ni el entorno que le rodea.
Lo normal es que la emoción y la lagrima fácil surjan como recurso más elemental en estos géneros, pero ni eso. Las dos horas son bastante planas y lineales con el problema añadido de que ya sabemos como acaba el asunto.
Probablemente el chauvinismo francés hizo que fuera un gran éxito de taquilla en su propio país.
ELZIETE
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