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La ilusión de estar contigo

Comedia. Drama. Romance Martin es un ex parisino que ha regresado a su pueblo natal en Normandía para hacerse cargo de la panadería de su padre. De su juventud le queda una gran imaginación y su pasión por la literatura, con un profundo aprecio por Gustave Flaubert. La emoción le invade cuando un matrimonio inglés se instala en la casa vecina, no sólo porque sus nombres son Gemma y Charles Bovery, sino porque sus comportamientos parecen replicar los de los ... [+]
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
19 de marzo de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre baguette y baguette, al pobre Martin se le escapaban cada vez más suspiros. En éstos, se le iba de paso buena parte de su propia vitalidad. Podía contar con los dedos de las manos los años que habían pasado desde que su padre muriera y, consecuentemente, él se viera obligado a volver a Normandía para recuperar el negocio familiar. Tampoco hacía tanto de esto, le decía el calendario, pero las entrañas opinaban que ya había pasado, mínimo, una eternidad y media. Con su carnet de identidad, pasaba tres cuartos de lo mismo. Cada noche, antes de irse a dormir, y cuando se aseguraba que nadie le miraba, sacaba de la cartera aquel maldito documento, localizaba la calculadora y se ponía a hacer restas. ''Veamos, si hoy estamos a... y yo nací el... esto significa que...'' Aquello no eran matemáticas, era auto-fustigación pura y dura. Su ojos veían aquella terrorífica cifra, pero su cerebro se negaba a procesarla. ''No. De ninguna de las maneras... esto no puede ser''. El pobre Martin se había hecho viejo, pero él no se sentía así. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo había llegado a este punto?

Varios factores. El primero, el más obvio. La edad, que por mucho que no fuera aceptada, seguía estando ahí. Pesando. El segundo, la memoria, recordatorio constante de lo que hubiera podido llegar a ser... pero nunca fue. El tercero, la ubicación. La campiña francesa, realmente a pocos kilómetros del mundo civilizado, pero por lo visto, a varios siglos de distancia. El aislamiento, que no sólo era geográfico, era asfixiante. El cuarto era el más importante de todos porque, básicamente, era el resultado lógico de la suma de todos los puntos anteriores. Martin, literato devoto, y de profesión panadero, se aburría. Se aburría soberanamente. Tanto, que a veces pensaba que el tedio en el que se había sumido su día a día, algún día de estos le impediría respirar. Éste sería su triste final. Cuando menos lo esperara, la pesada de su mujer, harta de que sus grititos no encontraran respuesta, iría corriendo a la trastienda para pegarle la enésima bronca, y ahí se lo encontraría, tendido sobre la mesa, nadando, en ridículo rigor mortis, en la harina que a lo largo de la última eternidad y media, se había convertido en su sustento y condena.

Hasta que dos nuevos elementos se introdujeron en la ecuación, cambiando para siempre el resultado final de todas las variables. Cuando parecía que el aburrimiento normando iba a invadir los últimos rincones del alma de Martin, aparecieron los nuevos vecinos. Una joven pareja de recién casados británicos, dispuestos ambos dos a vivir un sueño romántico a la francesa, alejados de los negros nubarrones de su país natal. Él se llamaba Charlie y ella Gemma. Gemma Bovery. ¿Perdón? ¿Cómo ha dicho? ¿Gemma Bovery? Indeed. Al panadero se le iluminaron los ojos, y por primera vez desde hacía una eternidad y media, se acordó de sonreír. Éste podría ser perfectamente el punto de partida de 'Primavera en Normandía' (horrorosa traducción del título original 'Gemma Bovery'), si no fuera porque el grueso de la narración está planteado a modo de flashback que, en principio, pretende esclarecer las razones del drama con el que inicia la película. A saber, el bueno de Charlie ha montado una fogata en el jardín de su casa. En ella, arroja todo lo que le recuerde a Gemma... porque efectivamente, Gemma ya no está. Se fue. C'est la vie. Y a partir de ahí, a investigar.

Para ello, aparquemos los reparos morales, porque no hay nada mejor que el diario personalísimo de ella. Para todo esto, ya puestos, nadie mejor que Fabrice Luchini, ilustre fisgón que aquí, cómo no, se siente como pez en el agua. Como ya hiciera en, por ejemplo, 'En la casa', se enfrasca (y nos enfrasca a nosotros, de paso) en la lectura de esos textos cuyo carácter prohibido no hace sino añadir incentivos (en forma de morbo, todos ellos) al asunto. De esto va, mayormente, la nueva película de Anne Fontaine, y de esto iba también, la novela gráfica originaria de Posy Simmonds. De la -irresistible- tentación del voyeurismo. De cómo ésta se convierte, irónicamente, en el mejor espejo de nosotros mismos. De todo y, claro está, del aburrimiento. A Flaubert y a su Madame Bovary nos remitimos. El resto corre a cargo de esa pedantería tan característica de la región (hablamos tanto de Normandía como de Francia, en general), eternamente obcecada en que la ficción artística se encuentre con la farsa vital. Manías intelectualoides... tics de gente que, evidentemente, se aburre a más no poder.

Afortunadamente, Fontaine es consciente del origen del problema, con lo que decide poner la distancia suficiente entre narrador y narración. Con esto, y con un muy hábil juego con los puntos de vista, consigue convertir esta 'Primavera en Normandía' en un divertido y desconcertante (en el mejor de los sentidos) artificio que rinde muy bien tanto en la reflexión como en el ''simple'' entretenimiento. Como recopilación de infidelidades conyugales, satisface por la carnalidad de la Arterton y de sus compañeros de baile; como maliciosa y juguetona manipulación de los tópicos que rigen en el género del drama romántico (y ahora sí que sólo hablamos de cine) sorprende, y a ratos cautiva, por esa inquietante e hilarante mirada de Luchini, entrañablemente grimosa, con la que, una vez más, uno puede verse tan fácilmente identificado. El rush final (que recordemos, es en realidad el inical), tan alocado en el contenido como lúcido en las formas, confirma las buenas sensaciones que la directora ha ido insinuando a lo largo de una primera hora y cuarto de metraje en que drama y comedia se han sucedido con la misma gracia en que realidad y ficción se solapan en los buenos universos meta-artísticos. Que no nos pueda el aburrimiento al que normalmente nos somete la cartelera. Las apariencias engañan, y ésta, por todo lo comentado, no es ni mucho menos ''una película más''. Es algo especial. Casi único.
reporter
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12 de noviembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juega con las conexiones con la literatura, pero pasa por momentos cursis frente a otros más brillantes.
Gran final.
floro
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20 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"A partir de este momento, han finalizado los diez años de tranquilidad sexual", piensa el panadero Martin cuando descubre los valles y montañas de su nueva vecina, Gemma Bovery (carnal Gemma Arterton), al verla desembarcar ante su domicilio de la tranquila localidad normanda donde su vida transcurre aburrida y plácidamente, en compañía de su arisca esposa y su hijo medio retrasado mental. Como además es un adepto de Madame Bovary, el nombre de la susodicha, Gemma Bovery, que encima es proclive a encamarse con el primero que se cruza en su camino (salvo él), empieza a sospechar que su vida desembocará en el suicidio prescrito por Flaubert.
Típica/tópica/agradable película gala con personajes inverosímiles (un panadero de pueblo letraherido, una pareja británica dedicada a la restauración de obras artísticas y al interiorismo, un pijo veinteañero mega millonario (cuya madre es Edith Scob, la musa de Los ojos sin rostro), una insoportable pija francesa casada con otro británico, Primavera en Normandía se apoya en la excelente banda sonora de Bruno Coulais, la delicada interpretación de nuestro querido Fabrice Luchini y, me repito, la incomparable presencia de Gemma Arterton, toda curvas, morros, sensibilidad, delicadeza, inolvidable Tamara Drewe en el film del mismo título de Stephen Frears. Que el final (nada de spoilers) es grotesco, vale. Que todo es un cuento de hadas francófilo, vale. Que no es una gran película, de acuerdo. Pero ahí queda eso: Luchini y Arterton. Qué boca, qué muslos, qué maravillosa persona perdida en sus sentimientos. Bovary, siglo XXI.
Eduardo
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26 de marzo de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Despertar del tedio para fisgonear con ganas.

Y..., andaba el panadero de la villa aburrido en su lánguida y repetitiva vida, de escasas aspiraciones, cuando encontró distracción amena y entretenida en esa nueva vecina, hermosa y deslumbrante, e inglesa para más señas, de nombre igual que la espléndida obra “Gemma Bovery” cuya osadía, traición, dolor y tragedia de un amor imposible se perciben en cada una de sus brillantes hojas.
Porque “no ocurre nada pero, al mismo tiempo es interesante” esa desdoblación entre, la invención de Posy Simmonds para su obra, y las referencias literarias a la mencionada para enmarcar un fisgoneo cauto, dulce y subversivo de quien despierta de su letargo emocional, de su aparcamiento sexual y retorna a la existencia a través de una cultivada imaginación que une piezas, para adornar una realidad mucho más mundana.
Ese es su gran carisma y atractivo, el poder de entrelazar ese visionado cine con una escrita literatura a través de los ojos, pensamientos y cavilaciones de un hombre desganado que no soporta su anoréxico y circular, monótono y uniforme día a día.
Porque el cliché de la felicidad de vivir en el campo, de encontrarse uno mismo a través de su calma y tiempo ralentizado es tan superfluo como la exquisitez y virtud de la comida y el vino francés, cierto por un lado pero, trampa por otro, pues deja por mencionar los variados sinsabores de estar en esa maravilla de acogida de la vida campestre.
Bellas ruinas inmortales e imperecederas, estáticas y reiterativas en su ofrecimiento de pasatiempo y porte, y pocas alternativas para una letrada razón que verá compensada su letanía con ese hallazgo de la sensualidad, pasión, engaño y sufrimiento posterior a través de la observación de un ángel, de su mirada, del roce de su piel y el encubrimiento cómplice de esa alegre frescura y desvergonzada soltura de quien se siente amada, satisfecha y muy ocupada en sus fervorosas ocupaciones.
Es bonita, rica y entretenida, cálida y gustosa en estado pausado, esa tranquilidad de un caminar que apenas narra para contar cosas serias, en ese tono de humor chispeante de estar husmeando en la vida ajena e inmiscuirse, sin permiso y sin tener en cuenta los sentimientos en juego ni su posible desenlace.
Cómica, afable y graciosa su guión realiza una perspicaz mezcolanza de alusiones a la majestuosa obra de quien toma prestado su nombre, lo suficiente para recordar los puntos referidos y observar con gratitud y picardía la habilidad para su ensamblaje aunque, no lo suficiente para acudir presto a informarse de ella, en caso de desconocimiento personal de la misma.
Su impulso ni es tan bravo ni su intensidad tan devoradora pero, Frabrice Luchini invita a prestarle atención, mientras se deja llevar por su embelesamiento entusiasta y amoroso por una Gemma Arterton que adecua su papel irresistible, de quien quiere ser su romeo y debe conformarse con ser el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, en ese “graduado” que, sin duda, le gustaría protagonizar para aliviar su vacua y cargante rutina.
Humanidad y desenfreno, todo ello enfocado a unos rostros tiernos, sensibles y apetecibles que hablan por si solos gracias a una dirección cercana de la cámara de Anne Fontaine que busca el cuerpo, su insinuación y provocación, la locura de un apasionado descontrol que cualquiera puede sentir por quien menos se lo espera, para convertirse en quien menos pensaba.
La primavera la sangre altera, y en la deliciosa Normandía, cuya delicada y matizada fotografía la presenta con delicia de lugar para vivir y retirarse, hace que un cordial hombre pierda los papeles y de paso a ser ese vecino indiscreto e impertinente.
Comedia sana, sociable y querida que se saborea lentamente, sin prisas y a ínfimos sorbos, como destapar una botella de vino, oler su sugestivo aroma, servirse una copa, dejar que repose su contenido, aspirar su esencia, cogerla con mimo y proceder al placentero momento de su degustación merecida pues, al final, este pícara historia universal, de amores, desamores y sus líos, se consume y abraza con facilidad y grata ligereza.
Tómate esa copa de vino y observa su curioseo.

Lo mejor; la caracterización de los personajes y un texto lleno de ricas referencias.
Lo peor; que se observe como levedad insustancial.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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12 de septiembre de 2016
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"Primavera en Normandía" de Anne Fontaine se sostiene en un nivel muy alto de interés gracias a las dos actuaciones portentosas de sus protagonistas: de un lado, Gemma Artenton ( que ya le vale el nombre, Gemma, a tres bandas: una, el suyo propio, dos, el mismo de la protagonista y tres las similitudes que guarda con la ficción de la Gemma de "Madame Bovary" de Flaubert, de hecho, el título original de la película es Gemma Bovary) que muestra un portento de sensualidad y provocación, la cual mantiene locos a los cuatro hombres que le rondan dentro de la cinta. Algo parecido sucedió en la película de Stephen Frears (1) "Tamara Drewe" donde los encantos y la sensualidad de Artenton salen a relucir para encandilar a la parroquia de la campiña; por el otro lado, Fabrice Luchini ( actor que mantiene en pie una película como "El juez" de Christian Vincent o la interpretación excelente en la película de François Ozon (2) "En la casa" donde ficción y realidad son una auténtica sorpresa y vuelven loco del misterio que se forma en torno a la historia) realiza el contrapunto intelectual que mezcla la ficción con la realidad de tal manera que se forma en el coco del personaje una conexión que existe entre el personaje de ficción de Flaubert con su vecina inglesa recién llegada.
Seguir en:
http://cinefiloninoindi.blogspot.com.es/2016/07/primavera-en-normandia.html#more
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
NINO
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