La mandrágora

Desde el punto de vista de su contenido, la película está trenzada con oscuridades psicológicas, con retales de sombras que poseen vida propia y con claroscuros envolventes que forman una red para atrapar al patio de butacas.
Desde el punto de vista formal las tramas se imbrican en una secuencia de interés permanente porque el guionista (K. Heuser) siempre encuentra el adecuado rasgo de afinidad y el que más conviene a la historia.
El argumento (H.H. Ewers) es vigoroso y seductor -como embriagado por un hechizo- y la mano del director (A.M Rabenalt) lo trata con solvencia en un contexto perfectamente ambientado por el barrunto de una tormenta a punto de estallar.
La tensión narrativa obtiene un rédito excelente, el desarrollo de la acción establece sus hitos con precisión y el engranaje cinematográfico, en su conjunto, reluce como metal precioso recién bruñido.
Y un soberbio E. von Stroheim vuelve a demostrar su inmensa competencia como protagonista.