El juego de la verdad

La filmografía de Forqué es verdaderamente interesante durante los años 60 mientras que a partir de los años 70 se vuelve irregular al aparecer dos películas malas como son "No es nada, mamá, sólo un juego" y "La mujer de la tierra caliente". Lástima que esas dos obras empañen la brillante trayectoría del autor. "El juego de la verdad" pertenece al gran momento de Forqué y al gran momento del cine español en general. Pocas veces más en el cine español aunque es una coproducción con Francia se ha tratado el tema de la pasión amorosa de una mujer hacía un hombre con tanta delicadeza y con un trazo tan fino consiguiendo extraer de un argumento relativamente morboso una obra tan elegante. Forqué presta además una gran atención a los más mínimos detalles para que el espectador más observador no encuentre nada que no esté planificado al milímetro. En el reparto aparecen varios de los mejores actores nacionales de siempre aunque la parte francesa también cumple con talento y todos en general muestran un dominio expresivo. Otro apartado para destacar es la música de Adolfo Waitzman que también compuso la música de otra de las mejores obras de Forqué como es la genial "Accidente 703". Buena parte de la película transcurre durante la noche y esto también resulta atractivo. Era Forqué uno de los mejores cineastas de España.

Durante un tiempo, más que nada por interés histórico, llevo viendo películas españolas del 2000 hasta hoy. Salvando unas pocas, mucha mediocridad, falta de imaginación, rodajes insípidos.
De pronto me acordé de esta de Forqué y vuelvo a verla. La diferencia es casi abismal. Una película siempre ajustada, con planos afinados, intérpretes de clase y una intriga que va creciendo sin decaer nunca. Es una maravilla ver a aquellos antiguos actores, Bódalo, Marín, Lemos...
En una larga escena de flamenco (muy bueno) Agustín González de guitarrista y Gracita Morales, de palmera, diciendo a la bailaora cuando se lo mandan: ¡Que no tiene novio!, con esa vocecita que era famosa.
Lo que veo aquí es profesionalidad, estudio para un guión en el que no haya rellenos y una dirección sabia.
Y ya que el tema siempre sale a cuento esto se hacía en pleno franquismo. Lo que indica que en cualquier circunstancia se puede hacer buen cine si se sabe hacer. Y que la democracia y la ideología pueden ser, parta algunos, la excusa para filmar mamarrachadas. Cosa que le ocurrió a los mejores. Ejemplos: Bardem, Berlanga..
No digamos a los que no saben de cine ni la milésima parte de esos dos.

Los burgueses aburridos y alcohólicos, la España deprimente de toros, flamenco y abusos, las parejas aburridas.... todo eso lo retrata un Forqué en su mejor época, ayudado por la excelente fotografía en blanco y negro de Juan Mariné. La franco-española 'El juego de la verdad' es un amargo retrato de un momento en el que las juergas de los señoritos iban y venían de los pisazos de la ciudad a los tablaos flamencos de las afueras (Paco Rabal tuvo dos accidentes de coche volviendo de uno famoso en la carretera de Barcelona, por ejemplo), todo muy clasista, todo muy cruel y todo muy triste. Atención a Alicia Hermida gritando '¡Y no tiene novio!' en la venta, Agustín González como tocaor flamenco y Manuel Alexandre como borracho increíble.

Esta comedia melodramática es de lo mejor rodado por José María Forqué. En buena parte gracias a un reparto de actores de impresión. También contribuye el guion, en el que interviene, a parte de el propio Forqué, Jaime de Armiñán. El personaje central es un detestable playboy, casado por interés con una mujer mucho mayor que él, más pendiente de su satisfacción física que de sus responsabilidades familiares. La trama sirve de motivo para despellejar a toda una serie de amistades, cuya vida se desenvuelve en lujosas fiestas, infidelidades y completa hipocresía. Ninguno de los personajes se salva de la más absoluta mezquindad y ruindad. La puesta en escena en blanco y negro, en estilo teatral, es a veces, felliniana, aunque con alguna dosis de moralina para disimular la sutil ironía. Hay que resaltar la espléndida música de Adolf Waitzman.

Los compases iniciales demuestran que nos encontramos ante una película diferente, compleja y de sólida elaboración.
El desarrollo de la acción adopta un ritmo pausado pero certero al tiempo que se envuelve en una atmósfera de inquietante desasosiego.
Las implicaciones psicológicas y sociales poseen honda raigambre y afloran con naturalidad sobre la pantalla como en todo buen relato costumbrista que se precie.
La habilidad de J.M. Forqué perfila los matices de cada situación con mano de artista.