Los blues del vampiro

La cosa tiene tres únicos personajes:

- Una vampira de facciones poco agraciadas, entrada en años y carnes (Analía Ivars) con furor lésbico y onanista. No habla, pero hace como que baila y lanza continuamente gruñidos a la cámara enseñando la boca y los colmillos ensangrentados, se supone que para dar mucho miedo y eso. Aunque en realidad solo da grima e incluso asco.

- Una patética y sobreactuada adivinadora de cabaret barato (Lina Romay, ya cuarentona, con tripa y celulitis) que habla con voz muy trascendente, mientras mueve exageradamente manos y brazos, como si de la Paulova bailando flamenco se tratara. Por supuesto acaba haciéndoselo con la vampira.

- Y una jovencita americana de vacaciones por la Costa del Sol (Rachel Sheppard), con cara de no entender absolutamente nada de lo que está ocurriendo en la película ni qué diablos hace ella metida en ese bodrio. Se pasa todo el rato enseñando los pechos, los cuales en comparación con sus compañeras de reparto son un auténtico alivio para la vista. También acaba marcándose un trío lésbico con la vampira y la adivinadora, faltaría más.

Y con ellas, dos brevísimos papeles masculinos:

- El propio Jesús Franco, en una única escena como dueño de una tienda playera de souvenirs (mira que le gustaba salir en sus propias pelis, vamos, como a Hitchcock, salvando los abismos intergalácticos siderales que les separaban).

- Una especie de guitarrista pirado (Pedro Temboury), que aparece y desaparece de repente hasta en 3 escenas distintas tipo flash, de no más de 10 segundos cada una, aporreando sin ton ni son la guitarra. La última de ellas en pelota picada enseñándolo todo. ¿Motivo, razón, causa, sentido o relación? Ni la más remota idea, oiga.