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Cantos de represión

Documental La Colonia Dignidad, un tranquilo asentamiento de alemanes transformado en una fructífera destinación turística en Chile, esconde un pasado macabro bajo un máscara surrealista. Cuarenta años atrás, se instaló una secta donde la verborrea religiosa se mezclaba con entrenamientos de paramilitares, abusos sexuales a menores, asesinato de opositores y tráfico de armas. Su líder, Paul Schäfer, nazi y simpatizante de Pinochet, convirtió la ... [+]
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
10 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que destacar el simple, pero efectivo tratamiento estético de los realizadores. No utilizan música de fondo, sólo los cantos de los ancianos que viven al interior de Villa Baviera. Los paisajes son idílicos, panorámicas siempre luminosas, muchos de los entrevistados prefirieron ser fotografiados en ese entorno, en general, los testimonios son realizados en sus lugares de trabajo o en sus hogares, al comienzo se deja claro que son los colonos los que eligen locación. Planos fijos y preguntas breves, el entrevistado se explaya libremente. Utilización de subtextos que describen la realidad vivida en ese enclave fundado en 1961 por el exmilitar Paul Schäfer.

Al espectador, durante el documental, le queda muy claro el porqué de las elecciones estilísticas del formato. El coro y la orquesta de Colonia Dignidad (nombre original) eran la fachada de pureza con la que El Jerarca daba una idea de tranquilidad al observador externo. Se trataba de una secta de origen religioso, con prácticas paramilitares, que mantenían el orden interno en base a castigos, golpizas llevadas a cabo por los seguidores de Schäfer, pero a su vez, dando una connotación de castigo expiatorio a los abusos sexuales, perpetrados por el propio Jerarca. Incluir los cánticos de los colonos obedecen al propósito de hacernos testigos de cómo a través del arte se pueden encubrir aberraciones.

El uso de paisajes idílicos responde por un lado a la belleza del lugar, pero por otro, una muestra más de encubrimiento de acciones abyectas, de hecho, en la actualidad es un lugar turístico para gente adinerada, refleja todas las comodidades que no tuvieron los colonos abusados, el paraíso es para el visitante. Pero también hay un concepto de pulcritud a la que acceden los que no se oponen a los hijos de los jerarcas (cómplices de Schäfer), de beneficios por pertenecer a esa herencia oscura: salud gratis, casa de reposo para los ancianos y en general pocas preocupaciones económicas. Los disidentes sufren discriminación y los que emigran huyen con lo puesto. Es bastante diabólico: si no estás de acuerdo con los preceptos de Villa Baviera, simplemente eres expulsado del paraíso.

Los entrevistados eligen la locación y en las imágenes abunda la luz, en su doble acepción tanto de blindaje como de purificación de los horrores. Los colonos son bañados por esa luz tranquilizadora para que se expresen libremente ante las cámaras. El tono de los testimonios es mesurado, aun cuando a veces se refieren a golpizas brutales y violaciones sexuales. Se trata de una localidad que no se rige por la Constitución del país, donde hubo privilegios y encubrimientos mucho antes de la dictadura de Pinochet.

El lado amable del exceso de luz, es que no se trata de entrevistas, son más bien testimonios terapéuticos, donde los colonos dejan entrever su sumisión tras años de abusos físicos y unas profundas diferencias en cuanto al significado. Para unos fueron horrores que no se pueden tapar sólo cantando, pero otros asumen la obediencia y ven bondad y encuentro con Jesucristo, según ellos, están mejor capacitados para distinguir el bien del mal. No se trata de un psicoanálisis, aquí no hay asociaciones libres, sólo respuestas instintivas para sobrevivir a la realidad.

Una mujer entrevistada, a boca de jarro concluye que “Perdonar significa olvidar”, momento en que al espectador se le aprieta el estómago y todo buen chileno sobreviviente de los tiempos de dictadura, en su fuero interno, se da cuenta de que Colonia Dignidad es una alegoría de un país sin memoria, de gente a la que se ha inculcado que olvidar es bueno y que es mejor perdonar a los torturadores del pasado. “El amor y la sexualidad van de la mano”, le explican a otra de las abusadas y el marido ahorra comentarios diciendo que sólo tuvieron sexo cuando concibieron a sus hijos. Silencio, recurso que abunda en este documental.


Las conclusiones que el espectador obtiene de la primera hora de visionado son espeluznantes. Pero luego viene lo peor: testimonios de algunos colonos que escucharon los gritos de los torturados y luego desaparecidos durante la dictadura. Schäfer fue un colaborador cercano del régimen y en su enclave murieron muchos prisioneros políticos. Esos testimonios de la última media hora son dados a hurtadillas, en voz baja, mientras unas ancianas los espían desde las ventanas y los vienen a intimidar para que no den la entrevista.

Se muestra la placa del sitio de memoria donde se realizaban esos actos oprobiosos y otro colono muestra las fosas comunes que están siendo investigadas. El documental se adentra en terrenos surrealistas.

Una abuelita da testimonio de lo buena persona que era el general Pinochet, que vivía en forma austera con un sueldo menguado. Es tal la desconexión con la realidad, que incluso entiende las torturas y da como explicación que evitaron la muerte de otros tantos miles. Los cantos ensalzan al pueblo alemán y la vida en medio de sus paisajes. La propia abuelita cuida de las plantas dentro de un vivero, representación en miniatura de los parajes alemanes.

El documental termina mostrándonos bailes y costumbres típicos bávaros, mientras los turistas ignorantes beben de una jarra de cerveza. Es bien chocante ver a sus hijos disfrutando de esos parajes llenos de horror que se ocultan bajo la luz del sol.

El canto y la orquesta eran el maquillaje perfecto para dar una sensación festiva de programa de televisión. Esa fachada ha evolucionado y ha sido cambiada por otra de postal turística.

Todo termina con el testimonio de los abusadores, entubados y viejos, pero felices… dando a entender que sus acciones siempre obedecieron a su buen corazón.

El final es verdaderamente surrealista. Los viejos cantan y es imposible distinguir a víctimas de victimarios.
Anibal Ricci
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3 de junio de 2020
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Existe un lugar en Chile en el que se celebran las tradiciones germanas. Un parque temático alemán en el que poder beber cerveza como si fuera el Oktoberfest, vestirse con trajes folclóricos del Tirol y cantar canciones tradicionales. Todo en un entorno rural de ensueño, apartado de la ciudad y con unos paisajes de los que quitan el hipo. Pero también esconde un oscuro pasado lleno de abusos sexuales, tortura y muerte. Unos acontecimientos que todavía no han cicatrizado y que perduran en la memoria tanto de los que viven en el asentamiento como de los que se han marchado. Songs of Repression es un documental danés que introduce sus cámaras en la zona para hablar con las personas que todavía residen allí. A través de lo que dicen, de cómo lo dicen y de los temas que eluden hablar, se vislumbra tanto los terribles sucesos acontecidos en el asentamiento como el rol que ejercieron esas personas durante todos esos años. Torturadores protegidos por el régimen de Pinochet que no han pagado sus crímenes y que han impuesto un régimen del olvido dentro de la comunidad con una convivencia entre víctimas y torturadores basada en la tensión, la distancia y el silencio. Un silencio que no permite cicatrizar las heridas de las víctimas y que es utilizado como medida de protección por los torturadores que siguen impunes. Un silencio que no permite alzar la voz de las personas que tienen familiares en las fosas comunes de la dictadura de Pinochet. Un silencio únicamente roto por las canciones que aprendieron en su infancia y adolescencia, cuando cantaban exaltando su modo de vida, el trabajo y la naturaleza, y que ahora es la única voz que resuena en Villa Baviera.

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Un hombre sin piedad
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