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Las puertas de la noche

Drama. Fantástico París, 1945. Tras la liberación de la ciudad por los Aliados, Jean Diego se encuentra con un vagabundo que le predice que se enamorará de una bella mujer, pero que las próximas horas que va a vivir serán dramáticas. La profecía se hace realidad y Jean conoce a Marlou, una joven cuyo matrimonio la hace infeliz. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
26 de septiembre de 2010
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tiempo es un factor a considerar en cualquier valoración que pretenda ser justa. El caso de Las puertas de la noche de Marcel Carné es un buen ejemplo. La película se filma tras la liberación de París. Los nazis se habían marchado dejando atrás una población llagada de recelos, odios, mercado negro y miseria. Eso sí, “ à nous la liberté”.

Temas demasiado difíciles de digerir para los espectadores y la crítica por mucho que Jacques Prevert esté al guión y Joseph Kosma a la batuta y Les feuilles mortes pongan letra y música al realismo poético de Carné. El tiempo otorga una perspectiva diferente sin resquemores de vecindad ni venganzas que se sirvan frías, lo cual le sienta bien a una película fundamental en la filmografía de Marcel Carné.

Es cierto que la realización de esté trabajo estuvo lastrada por circunstancias tales como la negativa de Jean Gabin y Marlene Dietrich a formar parte del proyecto con la consiguiente elección de nuevos actores, Yves Montad, en su primer papel protagonista, y una semidesconocida Nathalie Nattier, el exceso de bombo, platillo y expectativas creadas en torno a una de las producciones más costosas en su fecha del cine francés, y el recuerdo aún lacerante de una época de supervivencias incluso a precios ignominiosos. Pero el tiempo ha abierto un gran angular y aquello que solo era una pesadilla de la que aprender hoy se ha convertido en historia.

Un film entre el cine negro, el drama cotidiano y el surrealismo, donde el destino se hace carne en la figura de un mendigo, verdadero director de orquesta de una historia de amor entre escaleras, metros, estatuas y restos varios de una guerra que también dejó sus heridas en el alma de París.
FATHER CAPRIO
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20 de junio de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la vista de este film, se puede decir que el estilo del Carné de antes de la Segunda Guerra Mundial (lo que se llamó el "realismo poético") sigue intacto después de la misma, pero en un tono más oscuro, más pesimista, más fatalista. La acción se concentra en tan sólo unas horas, principalmente a lo largo de una noche, y en esas horas todos los personajes principales se encuentran, se relacionan de manera casual y sorprendente, y de esos encuentros surgen la tragedia, el drama, la emoción, el amor y la muerte. Por supuesto, la guerra -la acción se sitúa a comienzos de 1945, con París recién liberado, pero con la contienda aún en marcha- está muy presente, y con ella, la miseria, las privaciones, el mercado negro, las delaciones, el mercado negro; un mundo en el que nadie es inocente (salvo tal vez el personaje de Montand), porque lo único importante es sobrevivir, al precio que sea, como ejemplifica el personaje de Serge Reggiani.

La colaboración entre Carné y Jacques Prévert, y entre estos dos y el compositor Joseph Kosma, dan lugar a un film lleno de alma y atmósfera, muy de su época. Curioso, es un film muy romántico, y a la vez muy duro y sórdido. La canción y la melodía "Las hojas muertas", de Prévert y Kosma, es muy emocionante y da a este film un carácter de hito dentro de la historia del cine francés. En conjunto, "Las puertas de la noche" es una película inolvidable, y un clásico indiscutible.
Pedro Triguero_Lizana
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29 de octubre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre va en un vagón de metro abarrotado; viste una gabardina “raincoat” de estilo inglés, de cuello alto. Es alto y apuesto, es Yves Montand. De repente alguien lo observa de manera insistente. Es un tipo con pinta de pordiosero, pero su mirada es desafiante, dura. El desconocido se acerca y le pregunta: “¿Usted se baja en la próxima?”. Yves lo mira con un encogimiento de hombros. “Sí”, dice, y le da la espalda.

Yves Montad ya tiene una cierta fama en esta época. Es un “chansonier” y acaba de alcanzar el éxito con “Les feuilles mortes” de Jacques Prevert. Hace un año escasamente fue amante de Edith Piaf, que lo lanzó a la fama, y acaba de comenzar su carrera. Unos años después se casará con Simone Signoret, la diva del cine francés, y tendrá también un sonado romance con Marilyn Monroe. Tirando hacia lo alto, siempre.

Finalmente se baja en la estación de “Barbès-Rochechouart”, cerca de la “Gare du Nord”. Allí desciende también el misterioso vagabundo, al que no volverá a ver hasta unos instantes después, en un bar de barrio próximo a las vías del ferrocarril, próximo también al “Bassin de la Villette”, un canal por aquel entonces maloliente y sucio.

Yves Montand interpreta a Jean Diego, un militante de la resistencia, un antifascista de libro, que se dirige al hogar de una pobre mujer para darle la noticia de que su marido ha muerto a manos de la policía alemana. Sin embargo, al llegar se encuentra con una escena familiar: el hijo juega con los vecinos, la mujer está planchando y el marido aparece por sorpresa unos momentos después. Todo ha sido un malentendido.

La película está ambientada en febrero del 45, poco después de la liberación. El París que observamos es, por tanto, una ciudad recién salida de la ocupación, con su pobreza, su oscuridad y su desconcierto. París se ha salvado de los bombardeos alemanes por decisión personal del Fhurer: “Qué no arda París”, había dicho.

Para celebrarlo salen a cenar a uno de esos bares de barrio, donde se encuentran con el misterioso vagabundo, que toca con una armónica la tonada de “Les feuilles mortes”, un guiño al protagonista.

Jean Diego hace dibujos sobre una servilleta para entretener al pequeño “Cri-cri”, el hijo de la pareja. Le cuenta sus viajes por los mares del sur, por América, por la isla de Pascua. Y es aquí donde el carrusel de las casualidades emprende su loca carrera a través de la noche. Poco después, por intermediación de “Cri-cri”, se encuentra con una mujer sofisticada, Malou, a la que seduce con un hipnótico vals en medio de un almacén de antigüedades, plagado de viejas e imperturbables estatuas.

Entre ellos surge una inevitable atracción. Ambos se han encontrado y separado en diversas partes del mundo. Aquella magnética canción les une también y aunque el resultado resulta un tanto increíble la culpa, inevitablemente, es del Destino, que ha hecho todo lo posible para que se encontrasen en aquel rincón anodino del viejo París. El Destino les acompaña a lo largo de la noche, por las callejuelas oscuras, hasta que de pronto se encuentran con el marido de ella, un tipo celoso y atormentado. Es el marido el que finalmente provoca la tragedia, disparando sobre ella en una de aquellas callejuelas.

Entre tanto los demás personajes bailan también alrededor de sus propias tragedias. La hija del buhonero se enamora de un trabajador al que conoce en la misma estación; el hermano de Malou, un colaboracionista magníficamente interpretado por Serge Reggiani, sucumbe ante sus propios fantasmas; Monsieur Quinquina, el buhonero filósofo transita la noche en busca de su hija; la gitana del bar encuentra la muerte en el canal de “la Villette”; monsieur Senechal, el empresario acaparador vive su propia tragedia familiar en carne de sus hijos: Malou y Guy, el colaboracionista.

jerl, “chemin a l’enfer”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jerl
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13 de enero de 2007
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que casual que casualmente ocurren tantas casualidades (Groucho dixit)... esta frase define por completo "Las Puertas de la Noche".
Marcel Carné vuelve sobre uno de sus temas predilectos, el amor y lo hace a través de una fantasía ambientada en la Francia recién liberada por los aliados, el problema es que el número de casualidades o coincidencias que ocurren en la película es tan elevado que acabas por tomártela a cachondeo y eso en un drama amoroso pretendidamente cautivador es más que un escollo.
Digamos que se puede disfrutar si somos unos románticos incurables, como era Carné, o nos gusta que nos lean las cartas cuando vamos a las ferias.
La moraleja es... Hazles caso a los hombres que se hagan llamar “Destino” y te sigan a todas partes.
lovekraft
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