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Fahrenheit 451

Ciencia ficción Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel de los libros. En un futuro opresivo Guy Montag, un disciplinado bombero encargado de quemar los libros prohibidos por el gobierno, conoce a una revolucionaria maestra que se atreve a leer. Poco a poco Guy comenzará a tener dudas sobre su libertad intelectual, y sobre el precio que esta libertad tendría sobre su seguridad personal. (FILMAFFINITY)
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
30 de abril de 2010
174 de 188 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aníbal era un jefe cartilaginoso. Los coleccionistas de sellos reciben el nombre de sifilíticos. Los reptiles son animales que se disuelven en el agua. La hipotenusa está entre los dos paletos. Jesucristo fue bautizado en Río de Janeiro. El pararrayos fue inventado por Frankenstein.

Son respuestas reales de alumnos en exámenes de ESO y Bachillerato. Zoquetes los ha habido siempre, podréis argumentar, la de años que lleva editándose la Antología del Disparate, quién no ha conocido a tipos capaces de decir y escribir las mayores burradas y quedarse tan ancho, no hay para tanto. Ojalá fuera así. Quienes conocemos de primera mano qué se cuece en las aulas de nuestros institutos sabemos que lo que antes era excepción es ahora norma, que la burricie y la mediocridad no sólo no están mal vistas, sino que se premian y se alientan, por democráticas e igualitarias. Cómo mola ser un cabestro. ¿La cultura? Cosa de frikis e inadaptados.

La novela de Ray Bradbury alertaba, ya en 1953, contra la más poderosa de las armas del totalitarismo, la ignorancia. El fuego de los bomberos purifica la angustia del conocimiento, la innecesaria inquietud que pueden proporcionar las letras. La felicidad consiste en ignorar los rincones desagradables de la vida, no saber nos hace inmunes a la inquietud y el dolor. Sin sufrimiento no hay preguntas. Y sin preguntas, ¿quién puede cuestionar el modo en que es gobernado? El keroseno es el perfume de los tiranos.

Truffaut entendió bien el mensaje de Bradbury, y eso es lo que pervive de su película. Frases como “Mientras se les tiene entretenidos son felices, y eso es lo importante” o “Todos hemos de ser iguales” suenan inquietantemente actuales. Píldoras para no sentir y televisores de pantalla plana, a ser posible, tres por hogar: la ausencia de antenas nos hace sospechosos de sedición. Hay que relacionarse, aunque sea con gestos y palabras inútiles y banales.

Y sin embargo, corremos el riesgo de tomárnosla a broma. Porque no es una gran película. Porque atufa a años 60. Por sus zooms y sus veleidades psicodélicas y sus rojos chillones. Por esos modelitos y esos bomberos y esos camiones que parecen salidos de Legoland. Porque a pesar de la música de Bernard Herrmann y de la amistad de Truffaut con Hitchcock, no hay apenas suspense y el ritmo brilla por su ausencia. Por su final soso y discursivo. Cuando la vemos ahora, corremos el riesgo de creer que esta peli pertenece sólo al pasado. Qué error cometeremos.

Atenas fue fundada por César octavo a gusto. La vaca es un derivado de la leche. Un polígono es un hombre con muchas mujeres. El sujeto que no aparece en la oración es epiléptico. Quevedo era cojo de un solo pie y Góngora culturista. De los huevos de las ranas salen los cachalotes. Reíd, reíd. Asomaos un momento a la calle. Echadle un vistazo a la tele. Entrad y salid de cualquier red social. Volved después a mirar esta peli. ¿Os reís? Éste, y no otro, es el pasado que seremos. Y cuánto deseo equivocarme.
Normelvis Bates
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3 de septiembre de 2007
51 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los 60 algunos empezábamos a hacer nuestros “pinitos” en un mundo en que, al contrario de lo que ahora sucede, la juventud era una enfermedad que se curaba con la edad. Y esa juventud queríamos un mundo distinto, política y sobre todo socialmente.

En mi mesa de noche reposaba Un mundo feliz de Aldous Huxley y en mis estanterías podían encontrarse libros “prohibidos” como El libro negro de Giovanni Papini ó El retorno de los brujos de Pauwels y Bergier, junto a Las historias extraordinarias de Edgard Allan Poe y obras de H. P. Lovecraft con Necronomicón incluido.

Esa ciencia ficción con interrogantes nos marcó y por eso ha sido muy agradable encontrarme con esta novela de Ray Bradbury llevada al cine por un director de auténtico talento como Truffaut, el cual, a diferencia de otros paisanos suyos y compañeros de fatigas cinematográficas, ha conseguido darle la vuelta a mi instintivo rechazo al cine francés hasta acabar siendo admirador de sus trabajos. Eso si, mi admiración no es ciega ni alocada sino crítica (véase mi comentario a Jules et Jim) y por ello debo decir que Fahrenheit 451 sin ser una obra perfecta consigue plenamente lo que pretende, que es lo mismo que pretendía la novela de Bradbury: Concienciar a la sociedad del gran legado que tenemos en nuestras manos: La cultura. Esa cultura que se concreta en los libros, en la música, en el teatro, en el cine, en el lenguaje... Esa cultura que es la fuerza y la esperanza de la humanidad ante el futuro.

Estoy de acuerdo en que Truffaut nos deleita con algunas “frivolités” técnicas. Esa cámara que se acerca al personaje mediante un triple salto con tirabuzón hasta alcanzar el primer plano, resulta demasiado artificiosa y fuera de lugar. No obstante el montaje es bueno y en su línea a pesar de algún desencuadre perdonable. Los libros, igual que sucedía en La noche americana, no están elegidos al azar sino que se ajustan a los esquemas del director. Los Cahiers du Cinèma ó las obras de Salvador Dalí no aparecen entre ellos por casualidad. Y en general Truffaut da vida de forma digna a la novela de Ray Bradbury acercándola al gran público.

Dicen que lo mejor se deja para el final. Y, aunque lo mejor tal vez sea Truffaut, Oskar Werner y Julie Christie están francamente bien en sus trabajos. Especialmente el primero.
FATHER CAPRIO
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22 de mayo de 2006
49 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Genial adaptación del libro de Ray Bradbury. En Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde el papel de los libros, se nos presenta una sociedad vacía, manipulada por los medios de comunicación, dependiente de "medicamentos" estimulantes y automatizada por la autoridad.

¡Mira, los bomberos! ¡Va a haber un incendio!
No, no es algo descabellado, los bomberos de Fahrenheit 451 persiguen los resquicios que quedan en la sociedad que posee libros, prohibidos por el gobierno por sus palabras malintencionadas y su pretensiosa retórica. Muchos deben huir al bosque memorizando algunas obras para perpetuar el conocimiento humano.

El protagonista de este filme, dirigida por el genial Truffaut, es Montag, un bombero con aspiraciones de ascenso que conoce a una maestra. Gracias a ella abre los ojos y consigue escapar del cuerpo en aras del conocimiento.

Si aún no la habéis visto, vedla por favor. Cada vez que encendáis la televisión y hagáis zapping buscando un mínimo instante de decencia, acordaos de esta antigua pero actual película.
MdMontemar
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22 de agosto de 2007
42 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento de "Fahrenheit 451" es extraordinario y conlleva una visión alertadora sobre el porvenir de nuestra sociedad o cultura. De hecho es tan excelente que resulta lamentable que aún no se haya realizado una nueva versión más lograda y con mejores efectos especiales que la que hizo F. Truffaut en 1966, cuya puesta en escena parece en demasiados momentos la de un aficionado de tres al cuarto. Si el argumento de la novela "Fahrenheit 451", lo tomaran en sus manos, hoy en día, directores de la calidad técnica y detallista de Steven Spielberg, Zhang Yimou o los hermanos Larry y Andy Wachowski, estoy casi seguro que opacarían el producto de Truffaut, además pondrían de máxima actualidad la reflexión acerca del desinterés por la lectura de libros en los jóvenes contemporáneos.

La historia de "Fahrenheit 451" merece gran atención, porque fue premonitoria de lo que ya está ocurriendo y que muchos que somos docentes hemos comprobado en el medio escolar y universitario: niños y jóvenes que manifiestan un enorme rechazo o falta de atracción por la lectura de libros (sin duda, debido a la facilidad de entretenimiento o satisfacción enajenadora que les proporcionan los medios audiovisuales, ante los cuales no tienen que esforzarse en crear imágenes mentales, como en la lectura de libros, pues eso ya se les da hecho).

Cuando muchos de nosotros éramos niños, no había televisión y leer era una auténtica pasión para los que contabamos con la cultura de saber leer y escribir, ya los ejemplares de Hergé sobre Tintín, ya las novelas de Julio Verne o los cuentos del libro "Corazón", de Edmundo de Amici, etc., etc. Pero, hoy por hoy, muchísimos más son los que tienen la suerte de saber leer y escribir y sin embargo le tienen aversión, tanto a la lectura como a la escritura a mano, y lo peor es que muchos de ellos son los que se preparan para ser profesionales de la enseñanza a los que vienen detrás.

Notable es también otra prospectiva que el autor de "Fahrenheit 451" tuvo al escribir esta novela: nos presenta una sociedad civilizada donde la comodidad de "matar el tiempo" es lo máximo en logro existencial (algo nefasto, pues "matar el tiempo" no es lo mismo que VIVIR), y la realización femenina la explican las amigas de la esposa del bombero protagonista (Oscar Werner), que consideran una irresponsabilidad tener hijos; parecidamente, en nuestra sociedad civilizada actual, las mujeres consideran una irresponsabilidad tener hijos antes de los treinta años. Algo patético, degenerado e innatural, por mucho que traten de obtener así su libertad o su felicidad, pues lo cierto es que es mucho más natural, responsable, gozoso, libre y feliz, tener hijos antes de los veinte años que después de los treinta. La lógica de la economía coyuntural no puede desplazar a la lógica de la Naturaleza por mucho que los economistas e inventores de los ideales civilizados estudien en Oxford, Harvard o la Complutense de Madrid.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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27 de octubre de 2011
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mira mamá, los bomberos! Ya van a iniciar un fuego!”
Puede parecer un absurdo, pero en la sociedad distópica que nos plantea François Truffaut, este cuerpo de seguridad contra incendios tenía un cometido muy diferente al que conocemos comúnmente. En esta adaptación de la novela homónima de Ray Bradbury, cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel, 451º Farenheit, los bomberos tenían la misión de quemar los libros, para así impedir que la gente pudiese leer. Esta medida, según sus precursores, se tomó para evitar que el pueblo se dejase influir por mensajes subliminares o ideas incorrectas, llegando a la conclusión de que leer impide a los hombres ser felices. Pero la realidad era otra, una sociedad ultra-conservadora, muy consciente de que la cultura es lo que hace fuerte al pueblo, crea una campaña de analfabetización para que el ser humano se convierta en una criatura dócil y manejable, impidiendo el libre pensamiento y la posibilidad de un levantamiento contra el poder, debido a la falta de ideales.
La historia se centra en uno de estos bomberos, un hombre fiel a su trabajo, a sus costumbres, que disfruta de los beneficios que le otorga su puesto en la alta sociedad. Pero un día, conocerá a una mujer que le hará plantearse sus prioridades y pondrá en tela de juicio su propia conciencia. Sin embargo, una vez que has cambiado de bando, sólo hay una salida, un lugar del que muchos hablan, pero que nadie conoce, un lugar que puede ser el único ápice de esperanza para la salvación intelectual del mundo.
El problema de la ciencia ficción es que se deteriora rápidamente con el paso del tiempo. Como ocurre con cualquier aparato electrónico, los efectos visuales pierden el atractivo con el que un día deslumbraron al público. Esto es así para los grandes entendedores de las nuevas tecnologías, fanáticos del 3D. Aunque puede suceder todo lo contrario. Es ahora cuando podemos contemplar asombrados esos trucos ópticos, que con los años han ido cobrando un toque romántico y nostálgico, pudiéndose apreciar el verdadero significado de la ciencia ficción, ya que hoy en día los efectos son tan reales que no podemos distinguir si lo que están viendo nuestros ojos es realidad o fantasía. Esa estética retro nunca pasará de moda, y menos aún en este género.
Obviamente no voy a defender que estamos ante la mejor película de Truffaut, dado que en anteriores trabajos ya demostró con creces su genialidad en la puesta en escena y dirección. Pero con esta cinta, el director demostró su capacidad de adaptación, de saber que estaba contando una fábula, y que por lo tanto no podía seguir fiel al patrón de la Nouvelle Vague que tan buenos resultados le había dado. Este film tenía que ser completamente diferente, excéntrico, hasta el punto de que hoy en día ya se puede considerar como uno de los imprescindibles dentro del cine de culto.
Peaky Boy
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