Toda la banda está aquí

No existe un musical más delirante que este realizado en su totalidad por el coreógrafo Busby Berkeley.
Sus planos cenitales no tienen parangón. Los sombresos imposibles de Carmen Miranda, los plátanos gigantes, los vestuarios imposibles, las fuentes de agua que utiliza de cortinillas, las bailaranas del final con peinados futuristas asiendo unos aros de neón, el caleidoscopio de espejos. Todo en ella es deliciosamente kitsch.
En cuanto a la realización es la más ajustada a ese concepto coreográfico de conjunto. Los planos secuencia en lo que supongo debían ser unas grúas mastodónticas, son de una belleza plástica pocas veces alcanzados en los musicales de los años 40. Es puro musical 20th Century Fox. Diferente a los de RKO y la Metro, más personalistas. Es optimista y colorista.
Impagable el Brazil de Carmen Miranda en un plano secuencia inicial larguísimo y Benny Goodman cantando. El clarinete también lo toca, pero éste con maestría.
Ah, la historia, para pasar el rato, ni fu ni fa, pero tiene siete números musicales de primerísimo nivel. En sus últimos quince minutos encadena uno tras otro, cada cual más delirante (¿ya lo he dicho?).

Encantadora comedia que, debido a su logrado technicolor y sus diálogos ágiles resulta más moderna y ligera de lo que cabría esperar. El guión, que sin duda hará sonreír -si no soltar una carcajada- al espectador en más de una ocasión, recuerda en cierta medida al estilo de Billy Wilder, aunque sin duda a un nivel menos elevado.

Quizá podría afirmarse que “Toda la banda está aquí” es una de las muestras más representativas de lo que se llama película musical. No es que sea una buena película, aun dentro del género musical, es que es una de las que presentan con mayor crudeza la servidumbre de este género que, por otra parte es uno de los que nació más tempranamente y más ha evolucionado en el tiempo. “The gang’s all here” (un título original que no deja de ser expresivo) data de 1943 y parece representar mejor el final del musical de los años 20 y 30, explosivo, absurdo y tan visual como sonoro, que el musical que a partir de los años 40 comenzaría a refinarse aspirando a mayores cotas artísticas.

La película no es sino una acumulación de números musicales que están unidos por un hilo argumental intrascendente y que en ocasiones nada tiene que ver con las exhibiciones musicales. En este caso, el fenómeno llega casi al paroxismo. No hay ni siquiera intento alguno de homogeneidad entre los números, sucediéndose por ejemplo las intervenciones de la extrovertida Carmen Miranda y del refinado Benny Goodman, que, incluso llegan intervenir juntos.

Para valorar la película hay que partir de esa realidad, sin pedir peras al olmo. Realizada en color, es desigual pero tiene aspectos positivos que no deben ser olvidados. No se puede olvidar, por ejemplo, el loco baile de Charlotte Greenwood que contaba ya más de 50 años. Carmen Miranda, pura artificialidad, nos retrotrae al género que impuso en aquella época abriendo la película cantando el famoso “Acuarela do Brazil” e introduciéndonos a un ambiente irreal y libre de complejos que Busby Berkeley mantendrá hasta el final. No puede olvidarse el peculiar número de los plátanos, aparatoso, entretenido y falso, que, por cierto, fue prohibido en Portugal por sugerente. O el número final descaradamente surrealista donde reina la música de Alfred Newman y Charles Henderson.

En fin, una película para quien guste, más que de la misma música, del espectáculo intrascendente que supone el género musical clásico.