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París-Tombuctú

Comedia La frustración y el hastío vital de Michel des Assantes, un prestigioso cirujano plástico parisino, es insoportable: tiene una esposa a la que no ama, un hijo que le resulta ajeno y unos amigos a los que desprecia, pero es incapaz de quitarse la vida. Un día, le compra la bicicleta a un estrafalario ciclista que iba a hacer la ruta París­-Tombuctú y se lanza a hacer el recorrido: Tombuctú se convierte para él en la Tierra Prometida. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
20 de abril de 2009
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que ha sido denostada por parte de la crítica, yo soy de los que opinan que todo se debe en buena parte al hecho de que "a Berlanga se le puede exigir más". Quiero decir que no es una mala película ni mucho menos, que sigue teniendo los puntos jocosos habituales, y que es una de sus cintas más caóticas.
Además, París-Tombuctú nos retrotrae a la filmografía anterior de Berlanga, pues recupera a Michel Piccoli (con el que trabajó en "Tamaño natural"), y vuelve a Calabuch, el pueblecito imaginario que ideó 40 años antes.
Por supuesto que no está a la altura de los clásicos, pero es una buena muestra de que este hombre, casi a los 80 años, seguía teniendo la mirada ácida y el humor negro que le convierten (una vez más) en el mejor sociólogo español.
salmimar
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31 de marzo de 2010
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un erotómano, solitario y hastiado médico francés (Piccoli) decide huir de su consulta parisina y hacer un recorrido final hacia la ciudad de Tombuctú (lo mismo daría Cuenca) para allí acabar sus días. A medio camino hará escala en Calabuch (Valencia). Es un hombre harto, que desea huir y desaparecer, al que solo le agarran a la tierra la contemplación de la anatomía femenina, el fetichismo y la comida. Es, no nos engañemos, el "alter ego" del propio Berlanga. Y por ello esta película es una desesperada obra libertaria, hecha no para inventar la transgresión o dinamitar, sino para volver a mostrar la mala hostia que gasta su autor y su bajo concepto del ser humano. Es la (pen)última película de un solitario, de un erotómano y viejo verde, de un incontrolable, de un anarquista desengañado, de un temeroso al fin y al cabo (spoiler).
Tres narices le importa a Berlanga que a estas alturas le critiquen su falta de aliño en la puesta en escena o la profusión del dejà vu en ciertos chistes chuscos o repetitivos; lo que le importa realmente es volver a empalidecer a jóvenes genios revolucionarios con su leve estilo dónde maneja la comedia coral y de múltiples situaciones como nadie (y eso que al principio la película está algo afectada de cierta confusión en los actores). Es cierto que hay un guión muy irregular y personajes mal definidos, pero lo que para otro hubiera sido un caos lo lleva Berlanga a un terreno dónde resolutiva y contundentemente logra transmitir inteligencia transgresora, verdadera mala leche, auténtica rabia cómica compulsiva. Así, en el microcosmos plasmado en la película desfilan todo un lujo de personajes: hermanos hijos pretendidos de Manolete, pero en realidad de unos enanos (una ninfómana Concha Velasco; una pía Soler Leal, un fetichista Gurruchaga); un anarquista nudista en Juan Diego; una alcaldesa lesbiana; un cura malhablado y corrupto en Santiago Segura; un ciclista legendario en Luis Ciges; un revolucionario desengañado en Manuel Alexandre... y más.
Y recorre Berlanga lugares comunes de su gran obra primeriza e intermedia como "Calabuch", "Bienvenido Mister Marshall" y "Tamaño natural" (un muñeco de madera con el que se acuesta Piccoli). Y a través de todo ello subyace la final y triste filosofía berlanguiana de la pendiente revolución, de que es imposible acabar huyendo, acabar suicidándose, acabar solo y desaparecido de la pestilente sociedad por el miedo de cada uno, por el miedo de los demás, porque no te dejan, porque no puedes, por mala suerte. Qué triste. Qué auténtico. Qué bien que Berlanga, aún con sus excesos y defectos, haya vuelto con la penúltima. Qué alegría, amigo plácido, verdugo de lo impuesto, iconoclasta apóstol del hedonismo. Viejo Berlanga. Joven maestro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
kafka
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13 de noviembre de 2010
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, a mí tampoco me gustó París-Tombuctú, la última película-cine del maestro, Don Luis García Berlanga, quien nos ha dejado a día de hoy, que escribo la crítica. Es una lástima que nos quede el legado de su genio con esta película, obviamente una muy menor, su peor filme, con muy pocos retazos de su talento, de sus coralidades, de su manejo de costumbrismos. Sí está el entrañable Piccoli, tantos años después de su Tamaño natural, pero a la par que esta muestra del cine berlanguiano, es un Piccoli viejo, cansado, ¿fuera de sitio?

Sí, Concha Velasco está inmensa y le descubrimos su lado gamberro. Pero Juan Diego por ejemplo tiene un papel muy discreto. Ni siquiera el culo de Fedra Lorente puede salvar la película (sí salva la escena, pero hay más metraje). Pocos destellos de su genio veo. Su reflexión sobre la vida, sexo y muerte me huele a paella pasada.

Sí, es su peor película y una manera poco acorde para acabar una de las mejores carreras cinematográficas de Europa. Y me jode, como el morir (Berlanga dixit).
cassavetes
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22 de marzo de 2007
30 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que con el fin de la dictadura, el cine de Berlanga dio un bajón impresionante... Esa censura del régimen franquista, en él fue beneficiosa y le hizo sacar todo su ingenio y picardía, con muy buenos resultados (a excepción de "Los jueves milagro", en cuyo caso la censura franquista sí le pasó factura negativa). Sin embargo, en democracia hemos tenido a un Berlanga cuyas máximas intenciones han sido apuntarse al destape, palabrotas y demás asuntos que ha tenido reprimidos en su cine durante 40 años... olvidándose de su esencia y de lo genial contador de historias entrañable que era.
Santiago Lopez
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24 de junio de 2009
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un regreso a Calabuch no lo puede hacer ni Berlanga. Ni si quiera él, que es tan grande, puede igualarse a sí mismo. Con estar a su propia altura es suficiente empero para hacer pasar un gran rato, para hacer una buena película.

Dicen que dicen que dicen que no es la mejor obra del artífice de algunas de las mejores comedias que nuestro rojigualda espíritu ha parido, y es cierto. Del mismo que las sonatas de Beethoven no son la novena sinfonía o El padrino III puede apartarse de nuestra filmoteca... pero si valoramos esta película por sí misma, es grandiosa; si la tratamos de encajar entre tanto tonto, penoso y vano intento de comedia que se ha hecho en nuestra nación de nacionalidades y naciones en los últimos años, sobresale; y si somos capaces de leerla entrelineas reiremos con la obra de un director que no tiene por qué dar explicaciones a nadie de sacar en un plano las hermosísimas tetas de Concha Velasco, en una obra llena de guiños a sus propias óperas que quedará muy bien despreciar (bien armados de referencias) en las facultades de Comunicación audiovisual.

Quítense las gafas de pasta, véanla o revéanla... y disfruten.
esquizofran
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