The Crimes That Bind

La película adapta una novela del japonés Keigo Higashino, escritor que se ha granjeado en su país natal una merecida fama como autor en el ámbito de la intriga y el misterio. Partiendo de dos asesinatos, cuya relación resulta obvia para los investigadores, las posteriores pesquisas alumbran un escenario en el que esclarecer los mismos no va a ser en absoluto trivial.

El desarrollo de la trama saca a relucir de manera reiterada el pasado de los personajes, marcado por las cicatrices que deja, en quién los padece, tener añejas cuentas pendientes, asuntos existenciales que resolver y deudas vitales imposibles de aparcar.

En la descripción de las motivaciones que mueven al protagonista, uno de los detectives al mando del caso, el film gana enteros. Hay tristeza y melancolía rampantes en ese rostro. La forma en que confluyen al comienzo, historias en apariencia sin conexión, atrae la atención, metiéndome con prontitud en materia.

Como thriller policiaco no estamos frente a una obra que marque, aunque es posible que tampoco sea la intención de su autor. Más bien diría que es la creciente complejidad del enredo, y sus postreras explicaciones, que si bien pueden dejar algún que otro cabo suelto, no me resultan disparatadas ni inverosímiles, lo que suscita un mayor interés.

Hacia el final, la cinta se permite la licencia de explotar escenas de una gran carga dramática, como colofón a una película que tiene la virtud de no caerse a pesar de lo rebuscado de su planteamiento.