El elfo feliz

Villatriste es un reflejo de nuestra sociedad actual. Apenas hay tiempo para el ocio, se trabaja todo el día (quien tiene suerte de poder ser explotado) y es difícil reírse porque nunca sale el sol por más de cinco segundos. La gente no tiene tiempo para divertirse y con ese panorama a nadie le apetece ser muy simpático con sus vecinos, sabiendo que vive en un sistema que incita al egoísmo y la competencia. Sabiendo que sólo unos pocos podrán salvarse nadie quiere hacer mucha amistad con el que será tu rival antes o después. En Villatriste la afición principal es tirarse piedras unos a otros (igualito que nosotros). Allí se tiran piedras de un carbón no inflamable que fabrican, y que simboliza lo absurdo que es nuestro sistema de producción en muchas ocasiones. También fabrican signos de interrogación, esa es toda su industria. Están llenos de dudas, y aunque se suele decir que las personas inteligentes son las que dudan y se cuestionan las cosas, también decía Bertolt Brecht que frente a los irreflexivos que nunca dudan, están los reflexivos que nunca actúan. Porque a veces se duda para eludir la decisión.

El Elfo feliz llega a Villatriste porque allí los niños no son buenos. ¿Cómo ser bueno en ese contexto? Esto ya nos lo dicen los psicólogos y mil historias y películas: en un ambiente hostil es difícil desarrollarse y no terminar siendo un psicópata que dispara con una recortada en un colegio cualquiera. Pero el Elfo feliz tiene una idea. La alegría como arma revolucionaria. Se plantea por ejemplo el tema de poner un árbol de navidad que alegre a los niños, pero el alcalde de Villatriste dice que es un gasto de dinero público importante… ¿quién quiere un ambiente feliz cuando la realidad es desoladora? ¿Queremos ser felices con la miseria que tenemos, o queremos cambiar esa miseria para ser felices? Pero, si nos negamos a ser felices en estas condiciones porque la injusticia nunca puede ser aceptada, entonces hay que dejar de lamentarse y ponerse manos a la obra a cambiar las cosas.