Un verano en la Provenza

Después de curtirse durante años en el periodismo y de realizar documentales sobre las diferentes regiones de Francia, Eric Guirado dió un golpe en la mesa con su debut en el largometraje con "Quand tu descendras du ciel" premiado en varios festivales. Y tras seguir cámara en mano la vida real de los vendedores ambulantes por las zonas rurales, casi deshabitadas de los pequeños pueblos franceses, creó el guión para éste su segundo largo "Le fils de l'épicier". Su propuesta viene a ahondar en el mensaje del progresivo abandono de los núcleos rurales en favor de las grandes urbes dejando tras de sí gente anciana apegada a su otra manera de vivir la vida, más tradicional y en líneas generales renegada por las nuevas generaciones. En sí misma la historia es interesante, su toque es medianamente acertado, aunque parece transcurrir en un tono ligero hay espacio para el dramatismo sobre todo en cómo Guirado muestra la realidad de estos ancianos, pero el principal problema que le encuentro es que tampoco quiere renunciar a un lirismo fácil, a un ejercicio de reivindicación algo de postal de la belleza del campo y sobre todo deja la sensación de no conseguir profundizar en las distintas tramas que presenta entre sus personajes. Sin duda otros realizadores probablemente habrían cedido por completo al ternurismo absoluto y al mensaje bucólico, Guirado se queda a medias que está mejor que lo primero pero que nos deja con ganas de más. No parece muy convincente o bien reflejada la historia de amor ni el conflicto con el padre ni tan siquiera la situación dramática del hermano. Pero sí sacude y es allí donde radica su fuerza mostrando ese otro lado del mostrador de la camioneta ambulante, a esos abuelos y vejetes que parecen ser la desoladora despedida de una forma de entender la vida.

Sin llegar a ser una obra maestra, uno no puede sino dejarse llevar por una propuesta a la naturaleza, al alejamiento del mundanal ruido, para sumergirse en una película que habla de la búsqueda de la felicidad, de la familia y de la conexión dura pero admirable con el mundo y las personas que nos rodean. Con humor ternura y parsimonia, Guirado nos transforma en un habitante más en mitad del campo esperando que nos traigan la ilusión de la compra diaria.

Hace ya bastantes años que leí un libro absolutamente encantador y delicioso llamado “Un año en Provenza”, de Peter Mayle, que narra la historia de una pareja de ingleses que se trasladan a vivir a esa región de Francia. Mes a mes, el libro explica las delicias y frustraciones que experimentan en su primer año allí y la creciente camaradería con sus nuevos y variopintos vecinos. Y ahora, al ver "Un verano en la Provenza", no he podido quitarme durante toda la película, la sensación de que, ya que no podían copiar y plagiar ese libro, lo han hecho lo más parecido que han podido. Y, claro no les ha funcionado mucho, la verdad. No se llega a entrar en profundidad en ninguna de las historias; la relación entre el y la chica; la extraña reacción del padre; el desdibujado hermano y su increíble intento de suicidio. Todo se queda a medias, y el recurso cómico funciona un par de veces y gracias. Y si esperaba por lo menos ver los fantásticos paisajes de la Provenza y disfrutar de ellos en pantalla grande, pues......ni eso. Cuatro planos bastante insulsos para justificar la historia con la camioneta corriendo por los caminos, y otros cuatro sólo de puros paisajes, con muy poca gracia. Da la sensación de que este tema al director no le importaba demasiado. No he podido menos que recordar la atractiva película de Ridley Scott “Un buen año”. Esta decían que basada en ese libro de que os hablaba “Un año en Provenza” (aunque las historias tienen poco que ver ); eso si era una visita de verdad a los paisajes mágicos de la Provenza, no esto que he visto, que podría haberse rodado en cualquier sitio.
En resumen, cinta flojita, si me apuras resultona, que pudo haber llegado mucho más lejos y se perdió por el camino. Solo recomendable si no tienes nada mas que ver.

Eso es lo que hace el joven hijo de los propietarios de la tienda de ultramarinos de una población pequeña, rodeada de población diseminada.

Puede que no explique nada nuevo, pero lo explica con cierta gracia. Y las conversaciones con los distintos clientes son de lo más suculentas. El joven vendedor que comienza su trabajo a disgusto y poco dispuesto a perdonar a nadie, acaba acostumbrándose a su clientela y ayudándoles a seguir adelante con sus pequeñas dificultades.

Las relaciones con el padre, el hermano y la amiga parisina están poco poco dibujadas. Historia distraída y bonita, con los paisajes como telón de fondo.

Bucólica historia del sur francés donde apreciamos el cambio de una familia de pueblo, en especial de su hijo mejor Antoine (Nicolas Cazalé) tras la baja por enfermedad del padre de familia. Su malhumorado hijo se ofrecerá para llevar a cabo los pedidos del negocio familiar (una tienda "de aceite y vinagre", así es como llamamos en Canarias al típico establecimiento que vende de todo) a diferentes lugares recónditos de la región, donde su vetusta población no puede desplazarse para realizar sus compras.
Los cambios en el comportamiento y las relaciones de cada uno de los miembros de la familia es lo más destacable de este, a ratos, lenta película. Llama mucho la atención la relación que guarda Antoine con una de sus clientas más pintorescas y de lengua viperina Lucienne (Liliane Rovére). Lo mejor del film.