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Barren Illusions

Drama Los jóvenes Haru (productor musical) y Michi (trabajadora en una empresa de mensajería) intentan sobrellevar una relación amorosa mientras en la sociedad distópica en la que viven los seres humanos son presa del hastío e incapaces de mostrar sus verdaderos sentimientos si no es por medio de la violencia, la locura y el odio. (FILMAFFINITY)
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
9 de junio de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraña, sí, porque se trata de una película de ésas (no importa que sea japonesa ni oriental, en cualquier cinematografía hay ejemplos de este tipo de cine) en las que el director escasea los diálogos, lo deja todo a la imagen, a la cara de poker de los actores... que sí, que algunas de sus imágenes son hipnóticas, otras sorprenden por lo inesperado, pero llega un momento en que tanto minimalismo cansa. Por no decir lo confusa que puede llegar a ser una película de estas características: minutos y minutos sin diálogo (¿Jaime Rosales ha visto esta película?), actores sin expresividad (intencionada, evidentemente), escenas sin sentido o lógica. Por no decir tampoco que esta película carece de argumento como tal (me gusta ver y descubrir películas de ésas en las que "no pasa nada", pero he visto algunas en las que, a pesar de que "no pasa nada", pasa algo, o por lo menos me entero de que lo que se quiere contar).
cassavetes
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11 de marzo de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Adónde ir? A ninguna parte, nada hay allí que sea peor que lo que hay aquí. ¿Sentir?, ¿para qué?, ¿donde, cuándo y a quién? Mejor desaparecer, no estar, no ser...
Quizás el mejor ejemplo de angustia social nos lo ha brindado Kiyoshi Kurosawa en sus obras, ésta la más destacada en dicho tema y la menos conocida.

Parecía ser un síntoma; a mediados y finales de los '90, igual que en el cine norteamericano, en Japón también había bastantes directores comprometidos a plasmar la triste realidad que vivía su sociedad. Echando la vista atrás, eran los últimos años de la llamada Década Perdida, tras el estallido de la burbuja económica del país y alcanzando la recesión financiera y la caída del P.I.B. su máxima cúspide; la joven generación, por supuesto, no podía atisbar un futuro claro ni prometedor en este entorno, y el índice de criminalidad y abandono de estudios aumentó.
Los incipientes Aoyama, Koreeda o Toshiaki Toyoda saben reflejar a la perfección este clima reinante, al igual que los más veteranos Kitano, Miike, Ishii o el nombrado Kurosawa, quien tras la enorme recepción de "Cure" fue un recurrente en los festivales internacionales, si bien no iba a volver a conocer el éxito masivo hasta la llegada de "Kairo"; entre esos dos pilares de su carrera, "License to Live", proyectada en Berlín, abre una nueva vía en ella, pudiendo expresar por fin sus ideas sin tener que acogerse a géneros cinematográficos como tal. "Barren Illusion", proyecto independiente y limitado que realiza con la ayuda de pequeñas productoras, es un paso lógico a dar.

Pero encararlo es muy distinto, incluso para el fan acérrimo del nativo de Kobe. Un escenario interior solitario bañado con el relajante sonido de ambiente exterior y los tonos ásperos y apagados de la fotografía de Takahide Shibanushi (frecuente colaborador del director y de Takashi Shimizu); Kurosawa compone frente a nosotros a un joven atento al silencio sepulcral del entorno para luego descomponerlo lentamente. Este es un motivo esencial de una película la cual se acoge al minimalismo de arte y ensayo de la manera más concienzuda y extraña posible.
Pues tal vez jamás llevó ni llevaría a cabo una más críptica y forzando tozudamente al espectador a interpretarla en base a la intuición como ésta; de hecho la intuición es vital, al igual que la ausencia de trama. En "License to Live" y la posterior "Charisma", muy conectadas a la que nos ocupa, priman unos motivos argumentales perceptibles o descifrables; toda oportunidad de esclarecer aquí una interpretación coherente es bloqueada al instante, pero no de intuirla. Dos jóvenes, un productor musical y una trabajadora de mensajería, mantienen una relación, pero determinada por la ausencia y la carencia de verdaderos sentimientos...

Así es el mundo que vuelve a construir el cineasta. A través de la tensión silente, de espacios vacíos, de planos largos practicando la distancia y desemejanza con los seres humanos que pululan por el escenario; esta es una sociedad fría y oscura deudora de James Ballard o Kafka, de espectros deambulantes, estériles e incapaces, una sociedad distópica (se supone que los hechos se dan en un futuro próximo, alargando la crisis de la Década Perdida) donde la joven generación, presa de un hastío desasosegante, no puede expresar sus emociones salvo por medio de la violencia, la destrucción y autodestrucción, el odio y la locura.
El chico anónimo es el perfecto reflejo de esta situación, quien prefiere desvanecerse a seguir existiendo; la chica proyecta una visión de futuro, esperanza y huida, un anhelo de escapar, a todas luces imposible de realizar (al final el más allá desconocido que figura el océano sólo trae muerte). Kurosawa nos fuerza a ser testigos de esta nada en la que todo está inmerso en una gran depresión emocional, todo está muerto o encaminado a la muerte, a veces haciendo imposible discernir qué pertenece al mundo real o al proyectado desde la mente de sus simbólicos protagonistas.

Pues aquí todo es pura simbología y metáfora; la presencia de un polen nocivo para la salud quizás escora el relato hacia la ciencia-ficción distópica y la de una medicina experimental a la paranoia conspiratoria (explica el doctor al muchacho que los de su generación son más proclives a enfermar que los adultos, ¿la solución?: una droga experimental que causa vértigo, impotencia y problemas psicológicos). En realidad esa es la droga de la sociedad: la impotencia emocional.
Provista de instantes escabrosos que presagian el horror sobrenatural de "Kairo", pasajes oníricos, encuadres extrañísimos con predominancia de los planos generales, un extremo cuidado para modelar atmósferas de tensión difusa y un dudoso anticlímax, "Barren Illusion" es al fin y al cabo una de las odas más radicales y crípticas al vacío, en tierra de nadie como sus protagonistas, sin pertenecer a una auténtica categoría, aunque perfecta muestra del llamado "estilo Kurosawa", lo único vigente donde poder enmarcar esta rareza (evidentemente) desconocida para la inmensa mayoría.

Para entrar en ella es preciso dejarse engullir por los mecanismos de su ininteligible universo, dejarse arrastrar a sus coordenadas intransferibles, dejarse contagiar por su gélida desafección y emociones huecas, pero el resultado quizás diste mucho de ser satisfactorio...
Chris Jiménez
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