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Colombia Colombia · Bogotá
Críticas de PierPuccini
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Críticas 101
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
24 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Escuché que pintas casas.” fue la primera frase que pronunció, vía telefónica, Jimmy Hoffa, el popular presidente del sindicato de camioneros de Detroit, a Frank Sheeran, reputado asesino a sueldo del mundo del hampa y apodado “El irlandés”. Pintar casas, en su particular jerga, aludía a la sangre que brota de algún desdichado cuando se le mata a tiros. Era un contrato verbal que Sheeran conocía y ejecutaba al pie de la letra.


Así nació una peculiar relación de mutua confianza que es ni más ni menos que la espina dorsal de la más reciente obra del talentoso realizador Martin Scorsese, cuya especialidad en casi cincuenta años de carrera artística ha sido retratar el submundo mafioso con honestidad brutal, sin juzgar pero tampoco enaltecer a los miembros de familias criminales que desde la sombra ejercen el control económico de algunos sectores a base de intimidación y violencia.


Frank Sheeran, interpretado con el ímpetu y la sutileza de un brillante Robert De Niro, es un producto más de esos mismos hombres violentos de los que Scorsese ya nos había hablado desde Malas Calles (Mean Streets, 1973), pasando por Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990), y Casino (1995); un individuo que se gana su sustento diario como peón de la mafia, como fiel servidor de los poderosos.


La cinta inicia a ritmo del clásico “In the still of the night” (En la quietud de la noche) del grupo de doo wop The Five Satins, Un fantasmal plano secuencia recorre los pasillos de un geriátrico, contemplando pasivamente al personal y a los residentes. El vacilante recorrido finalmente se enfoca en un anciano más, que nos da la espalda. Su voz irrumpe en medio de la canción. Es Frank Sheeran ya en el ocaso de su vida, y nos introduce en las vivencias que lo llevaron hasta él aquí y ahora. A lo largo de tres horas y media, sin prisa pero sin pausa, seremos testigos no sólo de su experiencia personal, sino indirectamente de acontecimientos de gran repercusión social y económica en los Estados Unidos de América de la segunda mitad del siglo XX.

El lienzo de la historia es tan amplio, que abarca cinco décadas en la vida de los personajes, y gracias a tecnología implementada por la empresa Industrial Light and Magic, la fisonomía del reparto más veterano se sometió a un “rejuvenecimiento digital”, y aunque este recurso se note, especialmente en algunos de sus movimientos, es una cuestión menor que no logra distraernos de un relato repleto de fascinantes acontecimientos.


A pesar de que la veracidad de los sucesos relatados por Sheeran en su lecho de muerte haya sido puesta en tela de juicio por algunos luego de la publicación de la novela en la que se basa el film, el pulso y la estilizada puesta en escena de Scorsese, sumado al extenso y admirable guión adaptado por Steven Zaillian y a un reparto de ensueño repleto de viejas glorias del género como De Niro, Al Pacino, Harvey Keitel y un magnífico Joe Pesci, al igual que actores jóvenes como Stephen Graham, Ray Romano, Anna Paquin y Sebastian Maniscalco, quienes no palidecen ante los más maduros; hacen de esta una película con el sabor añejo y el calado emocional de un clásico. Si Scorsese en sus previas incursiones en el género nos mostraba personajes conformes con la vida inmoral que llevaban; aquí da muestra de mayor madurez, solemnidad e introspección, principalmente en la segunda mitad del film, permitiendo entrever el conflicto ideológico que supone para el irlandés Sheeran acatar una orden o ser fiel por una vez a su soterrada humanidad. Es un ser lleno matices y contradicciones que en última instancia deberá elegir entre dos caminos y acarrear las consecuencias.


Esta suerte de réquiem por Frank Sheeran, el irlandés, padre de familia y sicario de la mafia, es sin duda una de las mejores películas de 2019, un clásico instantáneo.
PierPuccini
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7
24 de agosto de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos años atrás, en la fría campiña inglesa, una viejecita de aspecto noble y enjuto, cavilaba sentada frente a la luz del fuego de su chimenea. Empuñando un afilado lápiz, sus ojos veían las ascuas arder, mientras su mente inquieta fantaseaba con lugares más cálidos y exóticos como telón de fondo para el crimen perfecto. Escenificar “El asesinato como una de las bellas artes” (como diría su compatriota Thomas De Quincey) era el modus vivendi de esta avezada señora. Hasta el día de hoy, la obra de la dama en cuestión continúa en la cima de ventas, y su estilo ha influido tanto en la novela policíaca “whodunit” (encontrar al culpable) desde entonces, que su nombre es sinónimo del mismo: Agatha Christie.


El director y guionista Rian Johnson tampoco es inmune a la fascinación que despierta esta gigante literaria, y se decidió en pleno 2019, cuando se cree ya caduco el género, mayormente a homenajear pero también a subvertir las claves del policíaco de Christie, igual que haría en su debut en el 2004 con la brillante “Brick”, y su reinterpretación del policíaco de los años 40 de Dashiell Hammett.


Todo inicia pues, en un caserón sacado del típico cuento gótico, en donde la familia excéntrica y acomodada de un novelista de misterio son los principales sospechosos de su muerte. El detective Benoit Blanc (Daniel Craig) inicia la investigación y no descarta que cualquiera de estos tenía razones para desaparecerlo. Craig borda su papel como si se tratara de la variación americana y sureña del Hercule Poirot que interpretaba Peter Ustinov en las adaptaciones de Christie en la década del setenta, como un “observador pasivo de la verdad”, y como si él, al igual que nosotros, no tuviese idea de lo que pudo ocurrir ni de quien está detrás de esta intriga laberíntica. Aunque en la publicidad, e incluso al inicio de la película, se nos muestra como el protagonista, es en realidad el secundario de Marta Cabrera (Ana De Armas), el verdadero eje de la historia. La sumisa pero fiel enfermera del fallecido escritor. Estos dos personajes son los más conseguidos de un reparto que podría haberse explorado un poco más, sin ser sólo un decorado, o lo que es peor, un arquetipo de poco encanto y con pretensiones de áspera crítica social.


La falta de interés en algunos personajes, los compensa un adversario de altura, una trama sin agujeros y un sinfín de sucesos, cada cual más estrafalario, que refuerza la comicidad y desencadena una conclusión muy satisfactoria, que vuelve a traer a la mente la maestría de Christie para jugar con las expectativas del público. Johnson debió sentir lo mismo que ella tras un teclado, al darle forma a una historia descabellada en apariencia, pero que al cobrar todo el sentido en su epílogo, llena de satisfacción al espectador.
PierPuccini
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9
24 de agosto de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parasite es otra tribulación a la que nos somete el Bong Joon-Ho más político y radical de toda su obra, una filmografía casi impoluta y que no ha sido ajena a nutrirse de temas sociales y políticos de gran controversia y llevarlos a un extremo que compele a cualquier espectador a recibir sin aspavientos relatos ya sea sobre la industria alimenticia (Okja, 2017), la lucha de clases entre los sobrevivientes del planeta a bordo de un tren (Snowpiercer, 2013), o las divergencias y el choque de métodos entre un policía rural y uno citadino mientras siguen las pistas sobre el primer asesino en serie registrado en Corea del Sur (Memories of Murder, 2003), etc. Todas son historias de un alto calibre emocional, independientemente del género cinematográfico en el que su reputado creador nos desee introducir.


Bong Joon Ho es autor de una muy variada obra en lo que a géneros cinematográficos se refiere, y aún dentro de cada película es capaz de llegar a condensar distintos tonos ya sea la sátira, el drama, el horror y el suspenso; y en una suerte de experto malabarista, llegar al final del acto sin dejarlos caer.


Esta ocasión no es la excepción, y ya con su mirada fija en el materialismo surcoreano, narra cómo una familia “emprendedora”, pero cansada de su actual y desfavorable situación económica, decide iniciar labores (la palabra correcta sería “aprovecharse”) para otra familia de muy buenos ingresos. Los de arriba y los de abajo conviviendo en aparente armonía. Este es un motivo visual que Bong Joon-Ho subraya a lo largo de la película, nos muestra sus contrastes socioeconómicos de modo “vertical”, vivir en una colina, o vivir en un sótano, tener que subir o bajar escaleras se traduce en una cuestión de estatus dentro de aquella sociedad salvajemente capitalista. Previamente en la gran Snowpiercer, Joon-Ho mostraba estas diferencias de forma horizontal, mientras más atrás se estaba en los vagones del tren, más pobreza y animosidad había entre los individuos que lo habitaban.


Los instintos que se despiertan en las dos familias bordan lo animal, el “hambre” de los pobres vs. el “olfato” de los ricos se tornan en fuertes motivos visuales y dialécticos, y son los que propician la eventual colisión entre facciones, que nace como un soterrado resentimiento que poco a poco y según las circunstancias, escapa a la superficie y va de lo más dramático a lo surreal y al esperpento, que lo emparentaría con los más ácidos Buñuel o Kaurismaki.


Esta nueva criatura híbrida del director Coreano es una parábola social que disecciona, a base del humor más siniestro, relaciones humanas de diversa índole. Todos los personajes tienen un peso en la trama y cada acción una reacción, y sin faltar alguno, todos son víctimas de una cruel pesadilla más allá de lo probable, pero no de lo posible.
PierPuccini
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4
22 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es triste ver como un director en antaño tan talentoso, un septuagenario pero aún con ideas tan frescas, capaz de hacer siempre alarde de su virtuosismo técnico y rodar set pieces de acción mejores que los de cualquier joven, encima de tener que "exiliarse" en Europa, haya tenido que hacerse cargo de un guión tan flojo. Se permite incluso volver a hacer sus acostumbradas alusiones a Alfred Hitchcock, en un final que recuerda a "El hombre que sabía demasiado".

Una lástima que la columna vertebral de su película se caiga por su propio peso con situaciones inocuas y personajes estereotipados, que ni la cuidada fotografía de José Luis Alcaine ni la música de Pino Donaggio pueden rescatar.
PierPuccini
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4
14 de mayo de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al Capone pasó el último año de su vida enfermo de neurosífilis y recluido en su casa en la Florida. Este no es el sofisticado y astuto líder mafioso del que todos alguna vez oímos hablar.

Quizás lo único loable de esta película sea el compromiso de Hardy, absorto en una apariencia y voz casi reptilianas, así como la fotografía de Peter Deming (colaborador de David Lynch) quien crea algunos pasajes cuya atmósfera es de pesadilla febril, cercanos al terror psicológico.

El problema es que el decaimiento físico y psicológico del personaje central es lo único que se explota en la trama, y enfatizo que se -explota- porque no conocemos nada más de Capone, solo somos testigos de una serie de sucesos incongruentes y de la respuesta -a menudo escatológica- del simple cascarón de un ser, lo que francamente no da lugar para conectarnos con él, sino para evadirnos. Contrario a lo que pasaba en el último acto de "El Irlandés" (Martin Scorsese, 2019) donde en menos tiempo, sentíamos un poco de clemencia por un hombre malvado en el ocaso de su vida.

Capone es un desastre, pero un desastre con pretensiones mayores y motivos casi trasgresores, y esto hace que guarde cierta nobleza.
PierPuccini
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