"El oficial y el espía" se titula en España, por eso de que ya no se lleva el francés. "J'accuse" me parece un título más apropiado, puesto que la expresión es ya todo un símbolo de la postura de un intelectual ante la injusticia, a costa incluso de su propia libertad y patrimonio.
La película cuenta con detalle los hechos y los rodea de una puesta en escena preciosista y creíble a un tiempo. La historia resulta convincente y, sin merma de su desarrollo dramático, posee afán documental. Es de destacar el parecido físico de los actores con los personajes reales de la historia. El de Louis Garrel con el verdadero Dreyfus es realmente asombroso. Es este un tema que cada vez cuidan más las producciones históricas, sobre todo si se refieren a épocas en que ya existía la fotografía. Sobre todo ahora, en que cualquiera puede ir a la foto de época con solo un toque de tecla.
En cuanto a la narración misma, esta sigue un hilo cronológico con flashbacks intermitentes que nos informan de algunos hechos anteriores a la degradación pública de Dreyfus. Esta escena, de gran tensión dramática y visualmente poderosa, se convierte en la primera del filme, funcionando como momento cumbre del que depende el resto de la historia. El ritmo y la tensión se mantienen sin flaquear en ningún momento.
El personaje de Émile Zola, autor del famoso artículo que da título a la película, aparece menos de lo que cabría esperar, pero lo suficiente para destacar la influencia de la prensa ya en la época. Podría haberse centrado la historia más en esa vía, pero sería a costa de perder el tronco principal que es la relación de Piquard y Dreyfus. De ahí el título español.
La profusión de uniformes de colores vivos y diseños sofisticados es un elemento que la fotografía en color se encarga de aprovechar convenientemente. La ambientación funciona en todo momento como marco adecuado y verosímil de la trama.
Para sacar al espectador de los interiores, tan propios del género de tribunales, hay varias escenas de acción que funcionan como respiro y encajan perfectamente, como son el atentado y persecución pertinente, el duelo a espada (perfectamente realizado) y la palea callejera.
El tema de fondo da a la película profundidad, aparte del entretenimiento que supone siempre la lucha entre el bien y el mal. Hace reflexionar ese antisemitismo visceral en una sociedad como la francesa en época aún no tan lejana. Por otro lado está el análisis del poder en cuanto a su inflexibilidad y cerrazón ante todo lo que pueda amenazarle lo más mínimo. Es una reflexión que puede extrapolarse fácilmente a cualquier sociedad y cualquier momento histórico.
(08/01/2023)

Después de haber visto la nueva versión de 2019, dirigida por Polansky y estrenada en España con el título de "El oficial y el espía", encuentro en YouTube esta que desconocía y me dispongo a verla.
La verdad es que es una película muy digna, y advierto que muchas escenas han sido tenidas en cuenta a la hora de filmar la versión más reciente.
José Ferrer, que dirige y protagoniza la cinta, hace una buena interpretación del personaje, y los demás cumplen correctamente.
En este sentido se aprecia el mayor empeño en la versión nueva por acercarse, mediante al tipo de actor y el maquillaje, al aspecto físico de los personajes reales. En la película que nos ocupa la estética es más clásica, más, digamos, "peliculera". El traidor real tiene un aspecto de galán que se aleja del patibulario y chulesco del histórico.
El papel de Piquard lo representa un tal Leo Genn, actor que desconocía y que, no sé si por la mala calidad de la copia que vi o por mi impericia, se me estuvo pareciendo a James Mason todo el rato. Me entero por Google de que su papel más conocido es el de Petronio en Quo Vadis.
Los altos oficiales que se empeñan en encarcelar al inocente Dreyfus carecen de los rasgos caricaturescos de la versión reciente.
La acción está contada en orden cronológico, con el típico desarrollo de una película "de juicios".
Sorprende en ambas películas el enorme clima antisemita en la Francia del momento. Creo que, desde el fin de la II Guerra Mundial, se ha cargado el mochuelo a los nazis como si hubieran sido los únicos cazadores de judíos, olvidando (o tratando de olvidar) que en todos los países se persiguió tradicionalmente a los mismos.
Es agradable volver, de vez en cuando, a estas películas olvidadas, sobre todo cuando una versión más actual viene a sepultarlas del todo bajo el manto del tiempo. Siempre está bien comparar modos y estilos de contar, y ver también en qué medida han sido tenidas en cuenta por los nuevos realizadores para su remake.

La primera película de Fellini tiene bastante que ver con el neorrealismo en su temática y escenarios. El mundo de la farándula en una Italia de postguerra, con sus amores y miserias, aparece fielmente retratado. Peppino de Filippo ejerce de payaso sentimental, un tanto chapliniano, con gran eficacia. De hecho, el personaje recuerda algo al Calvero de "Candilejas" que se rodaría dos años más tarde. Le da la réplica una resplandeciente Carla del Poggio, bella femme fatal que se introduce en la compañía de variedades y hace variar el rumbo de la misma. Dentro del clima de realismo del film pueden advertirse rasgos de lo que habrá de ser la deriva esperpéntica del director en el futuro. No se puede ver la "Roma" felliniana sin acordarse de ese público del teatro, tan variopinto y camorrista, que silba y patea todo lo que no sean números picantes y señoritas ligeras de ropa. Hay más escenas de comicidad típicas del director en el futuro.
El tema de los comediantes callejeros ha sido tratado muchas veces en el cine. En España está "Cómicos" y especialmente "El viaje a ninguna parte", de Fernán Gómez, que tiene algunas escenas creo yo deudoras de la cinta que nos ocupa. Me refiero sobre todo a esa caminata de toda la compañía camino del pueblo por no poder pagar el transporte.
La historia está muy bien contada, con un buen equilibrio entre lo cómico y lo triste. El papel de Giulietta Masina es relevante e inicia una larga serie de personajes en la obra posterior del autor. Como curiosidad, Carla del Poggio era la mujer del codirector, Alberto Lattuada.
En resumen, se puede decir que estamos ante una buena película, pórtico de una larga carrera donde contamos con verdaderas obras maestras.

La ópera prima de Ridley Scott se ve con mucho agrado. Lo épico del título no es del todo ajustado, pues el espíritu de la narración no es remarcar el heroísmo militar, sino de hacer incapié en el honor como valor irrenunciable de los protagonistas y su entorno. Es este un tema muy presente en Joseph Conrad, autor de la novela que sirve de base a esta ajustada y fiel versión fílmica. En cuanto a la estética, se advierte una búsqueda de la belleza en las imágenes, con claras referencias a la pintura clásica. Nos viene a la mente, sin querer, "Barry Lindon", la obra maestra de Kubrick, estrenada un par de años antes, que deslumbra por sus espléndidas tomas paisajísticas y su meritoria fotografía a la luz de las velas. "Los duelistas" se queda en algo más modesto, pues no tiene ni mucho menos su presupuesto. De todos modos la importancia de la historia está siempre ahí, sin que el preciosismo de la imagen le reste protagonismo. El recorrido que se hace por los quince primeros años del siglo XIX, con el ojo puesto en los duelos sucesivos de dos enconados enemigos, tiene la suficiente entidad para llevar de calle al espectador. Los actores cumplen sobradamente, especialmente los dos protagonistas, y la ambientación, tanto en cuanto a trajes y mobiliario, como en música y puesta en escena es exquisita. Hay referencias a personajes y hechos históricos, aunque menos explícitas que en la novela. En cualquier caso no se trata tanto de narrar los acontecimientos de la época como de centrarse en el motivo obsesivo que mueve a dos hombres a combatirse durante años sin descanso.

Hacía mucho que no veía esta película y ayer La 2 tuvo a bien ponérmela delante. Mi recuerdo era el de una historia de ambiente sureño, con un protagonista lleno de fortaleza y glamur a parte iguales, y no me ha defraudado. Parece ser que la novela es buena, y seguro que ofrece matices que no aparecen en la pantalla, pero desgraciadamente ya nunca podré leerla sin estar viendo a Gregory Peck todo el rato, con esa tristeza en la mirada y ese porte entre caballeresco y desvalido.
La película tiene muchos valores. Es de las que vienen al pelo para poner a los alumnos en una clase sobre derechos humanos y deberes cívicos. Pero además tiene una estupenda fotografía en blanco y negro, una genial recreación de ambientes y una acertada construcción de personajes. Amén de estupendos actores que les dan vida en la pantalla.
En primer lugar están los niños, protagonistas sobre todo de la primera parte de la historia. Muy en la línea de la literatura de Marck Twain, se nos ofrece la realidad anodina de una pequeña ciudad sureña a través de la fantasía que le imprimen las miradas infantiles. Todo es misterioso y la cámara así lo representa mediante un juego
eficaz de luces y de sombras. Como centro de todo ello está el faro llamado Atticus Finch, que sin sermonear educa en lo que una persona honrada debe hacer.
La segunda parte es en sí misma otra película, con todas las características del género "de juicios". Aquí vemos al Atticus abogado ejerciendo de tal, sin perder ni un momento su perfil de hombre bueno, de héroe civil que sin violencia sigue sin dudar el camino recto que él mismo se ha trazado. Hay algo de mesiánico, algo de aceptar el cáliz y de poner la otra mejilla, aunque el traje blanco y el sombrero sustituyan a la túnica y la corona de espinas.
Y está luego el desenlace, que yo no recordaba y del que no voy a hablar en esta parte. Sí mencionar de nuevo la presencia de un Gregory Peck que llena la pantalla y encarna a la perfección a un abogado viudo que rema contra corriente en el río injusto de la vida. Y todo sin apenas despeinarse.