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España España · León
Críticas de jvalle
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
8
31 de diciembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas novelas han disfrutado –o sufrido, según se quiera ver- de tantas adaptaciones al cine como Jane Eyre, el clásico de la literatura inglesa de Charlotte Brönte. Trasladar una narración del calibre de Jane Eyre a la gran pantalla no supone tarea fácil, pues uno corre el riesgo de convertir el magnetismo imperecedero del libro en una completa y absurda nadería que poco o nada tenga que ver con el material original. La idea resulta, no obstante, muy atractiva: ver a unos personajes a los que has imaginado en tu mente después de leer el libro, e incluso con los que has conectado o simpatizado, supone un llamativo y peligroso proyecto que pocas veces ha resultado exitoso. Además, después de siete películas y tres miniseries, cabe preguntarse qué sentido tenía realizar otra adaptación más de la novela romántica por excelencia –con permiso de Cumbres borrascosas-. El escritor cubano Calvino dijo una vez que "un clásico es un libro que nunca termina de decir todo lo que tiene que decir". Quizá por eso la nueva versión del director Cary Fukunaga se agradezca tanto por el tono –academicista a la vez que original- como por el contenido –fiel a la vez que innovador-.

Fukunaga ha optado por un ritmo lento que puede llegar a aburrir al espectador más intolerante, pero que nunca entorpece la narración, que avanza con dulzura y suavidad, como si el material original hubiese sido tratado con mimo y cuidado. Pueden chirriar los diálogos por su tono elevado y culto, propio de la época y la clase a la que pertenecen los personajes. Sin embargo, nunca parecen impostados, sino que salen de la boca de los actores con naturalidad y espontaneidad. Mérito del guión de Moira Buffini, que ha sabido captar el espíritu de la novela en el libreto, y mérito de unos intérpretes en continuo estado de gracia. La joven Mia Wasikowska ha sido la encargada de dar vida a la protagonista, cuyo doloroso y triste pasado está perfectamente reflejado en la mirada gélida y solitaria de esta institutriz que enamora desde el primer momento a Edward Rochester, el dueño de la finca Thornfield a la que irá a parar la joven e inexperimentada Jane. Michael Fassbender ha sabido dotar de veracidad e intensidad a este terrateniente de gran corazón que parece atravesar una depresión constante, fruto de un error del pasado que le sigue atormentando. Su inicial frialdad pondrá a prueba la fortaleza de la joven. También se agradecen las siempre estupendas presencias de Judi Dench y Jamie Bell, dos actores habituales en el cine británico.

La aislada y sombría mansión desprende una fría soledad que parece congelar los sentimientos de todos sus habitantes, pendientes de explotar en cualquier momento. El excelente trabajo de fotografía de Adriano Goldman capta a la perfección esta frialdad, imprimiendo a toda la cinta un tono gris y azulado, apoyado también por esos paisajes tan desoladores y yermos que Fukunaga retrata con largos planos aéreos. El director ha conseguido inyectar a la atmósfera la soledad, el miedo, el abandono y el deseo reprimido de los personajes. Este hielo emocional se irá agrietando poco a poco por la llama del amor, cuya pasión irá inundando las vidas de Edward y Jane hasta verse desbocados por un sentimiento que no pueden controlar. Quizá la película muestre esta venerada historia de amor imposible con precisión e inteligencia, pero no llega a trasmitir todo el arrebato emocional que un romance tan salvaje y cautivador como este debería. En cualquier caso, el ambiente gótico y sombrío, la naturaleza dual de los personajes, sus pasiones y miedos interiores, están captados con elegancia y acierto por la cámara de Fukunaga, que ha logrado una admirable y notable adaptación literaria de todo un clásico de la literatura universal. Ahí es poco.
jvalle
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9
30 de noviembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El boxeo es uno de los deportes que más presencia ha tenido en el cine a lo largo de su historia, hasta el punto de constituir casi un género propio dentro del séptimo arte. Las pasiones extremas que genera este deporte, cuyos protagonistas siempre buscan la gloria o la redención por medio de él, han sido mostradas, con mayor o menor acierto, por directores tan destacados como Clint Eastwood (Million Dolar Baby), Martin Scorsese (Toro Salvaje), John G. Avildsen (Rocky), Darren Aronofsky (El luchador), Ron Howard (Cinderella Man) o David O. Russell (The Fighter). Es precisamente con este último título con el que Warrior, del director norteamericano Gavin O’Connor, guarda más paralelismos, pues ambas tienen como protagonistas a dos hermanos envueltos en un ambiente familiar turbio y fracturado. Para no coincidir en su estreno, Warrior tuvo que esperar un año para darse a conocer, lo cual perjudicó enormemente sus opciones tanto en la carrera por los premios más importantes del año –solo consiguió la nominación en los Óscar como mejor actor secundario para Nick Nolte- como en la taquilla, a pesar de recibir unas críticas excelentes. The Fighter, una película notable con unas interpretaciones sobresalientes, fue mucho más premiada y aclamada, a pesar de situarse un escalón por debajo de la película que aquí nos ocupa. Y es que la cinta de Russell no alcanza ese potente grado de tensión que nace desde el principio en Warrior y que, en un magnífico crescendo en el que vamos conociendo las metas de los protagonistas y sus heridas más profundas y dolientes, concluye finalmente en un desenlace tan apoteósico como tremendamente conmovedor.

La historia gira en torno a Tommy (Tom Hardy) y Brendan (Joel Edgerton), dos hermanos que llevan años sin verse por culpa de su padre Paddy (Nick Nolte), un alcohólico cuyos graves problemas con la bebida han destrozado a su familia. El tiempo ha pasado y la culpa se ha convertido en una pesada carga para el progenitor quien, superada su adicción por la bebida –lleva mil días sin probar gota de alcohol- decide que es el momento de obtener el perdón y recuperar el cariño perdido de sus hijos. Por otro lado, Tommy ha desertado del ejército atormentado por los horrores de la guerra y, a pesar del terrible rencor que siente hacia su padre por haberle abandonado junto con su enferma madre cuando tan solo era un adolescente, decide convertirse en su pupilo y entrenar a sus órdenes para poder ganar un torneo de artes marciales al que también se apuntará Brendan, agobiado por sus graves problemas económicos. La capacidad de lucha y sacrificio por perseguir los sueños, las complicadas relaciones familiares o la necesidad de olvidar el pasado y abrazar el perdón son algunos de los temas que, a pesar de haber sido utilizados en numerosas ocasiones, aparecen en la película con nuevos matices y una gran carga emocional bajo el enfoque de O’Connor.

La música de Beethoven subraya las emocionantes y épicas escenas de peleas, que conforman una última media hora poderosa e intensísima pero que no empañan el verdadero conflicto dramático que plantea la película, y es que O’Connor, a través de la típica drama deportiva, nos habla de tres personas tan necesitadas de amor como de perdón, aunque las heridas del pasado, lejanas pero no curadas, impidan su redención. Los personajes son tan humanos que no nos es difícil identificarnos con ellos, sobre todo con Brendan, cuyo amor protector por su familia –está casado y tiene dos hijas- constituye el motor de sus acciones y la fuerza sus golpes. Frente a él, los puñetazos de Tommy están repletos de dolor y rabia, sentimientos que canaliza a través de la violencia más pura y física. Hay que mencionar las impresionantes transformaciones físicas que han sufrido Joel Edgerton y Tom Hardy, pero no sería justo que desluciesen la fuerza que imprimen no solo a sus golpes y patadas, sino también a sus sentimientos más internos, que trasladan al espectador con una naturalidad arrolladora, y que muchas veces chocan por su propia contradicción. También cabe destacar la progresiva empatía que el espectador siente por Tommy a medida que va descubriendo los verdaderos motivos que le mueven a regresar a los cuadriláteros de boxeo. El guión, obra del propio director junto con Anthony Tambakis y Cliff Dorfman, dosifica a la perfección las dosis de información, de manera que no conocemos en profundidad a los personajes hasta que llegamos a la parte final.

Pero es Nick Nolte quien protagoniza los momentos más desgarradores de la cinta –su conversación con Brendan en la que le implora que le perdone o su recaída en el alcohol tras una discusión con Tommy- y, a pesar de que conocemos su oscuro pasado y el tremendo dolor que ha causado a las personas que le rodean, no podemos evitar sentir lástima por él, gracias en parte a la humanidad que imprime a su personaje, una humanidad que todos podemos reconocer en su triste mirada y que tiene, finalmente, la ansiada y merecida recompensa del perdón y la gratitud. El resultado es una película sobresaliente, que deja con ganas de más, y que pasó injustamente desapercibida para la gran mayoría del público. Una pena, pues pocas veces se ha visto en la pantalla tanta intensidad emocional –“¡Te quiero, te quiero Tom!”- como en ese combate final cuyo único vencedor es el amor fraternal más grande y puro que se recuerda en el cine de los últimos años. ★★★★★
jvalle
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8
24 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Peter Jackson anunció que él mismo sería el encargado de dirigir la esperada adaptación de ‘El Hobbit’ (también sonó Guillermo del Toro), muchos empezaron a frotarse las manos ante lo que parecía destinado a convertirse en un nuevo éxito tanto en taquilla como en crítica. El recuerdo de ‘El señor de los anillos’ que emocionó y quedó grabado en la memoria de más de medio mundo invitaba a creer que su precuela no podía estar en mejores manos. Jackson, que recibió premios y reconocimientos por parte de casi todas las asociaciones de críticos y académicos y se convirtió en un ídolo para los fans de la obra de Tolkien, se embaucó en la ambiciosa y difícil tarea de igualar, no digamos ya de superar, el altísimo nivel que mantuvo en su trilogía. En este sentido, su fracaso no puede haber sido más estrepitoso.

‘El Hobbit’ sitúa la acción sesenta años antes de los hechos narrados en ‘El señor de los anillos’. Bilbo Bolsón disfruta de una vida tranquila y ausente de grandes sobresaltos en la Comarca hasta que el mago Gandalf, acompañado por trece enanos capitaneados por Thorin Escudo de Roble, le convence para emprender una aventura: recuperar el viejo reino de Erebor, arrebatado por el dragón Smaug a los enanos.

Motivado claramente por razones económicas y por su amor al libro, Peter Jackson y la productora tomaron la decisión de dividir una historia de apenas 300 páginas en tres películas. Además, Tolkien la concibió inicialmente como un conjunto de cuentos para sus hijos, de ahí el carácter más infantil y menos dramático de la obra respecto a la trilogía que Tolkien escribió posteriormente, animado por las buenas críticas que recibió. Esto constituye uno de los principales impedimentos para que la película alcance el nivel de sus predecesoras.

En el apartado visual, es innegable la espectacularidad de la que Jackson hace gala en toda la película. El formato de 48 imágenes por segundo, el doble de lo normal, permite una resolución realmente increíble. La preciosa fotografía de Andrew Lesnie, la dirección artística y el maquillaje trabajados hasta el más mínimo detalle de una forma más fantasiosa y recargada que en la trilogía, y la puesta en escena del director, a veces inverosímil (la huida del grupo de la guarida de los trasgos), contribuyen a que ‘El Hobbit’ sea todo un prodigio visual, una de las mejores películas de efectos especiales que se haya podido ver en el cine en los últimos años.

Pero ‘El Hobbit’ se queda en eso, en una película de efectos especiales que carece de alma. El director neocelandés repite y agiganta los pocos errores que cometió en ‘El señor de los anillos’, abandonando el interés por el contenido para centrarse en la forma. Los trucos con los que maravilló a medio mundo aquí ya no funcionan, no sorprenden. Abusa de los planos aéreos, aunque la belleza del paisaje lo agradece; los diálogos no son tan brillantes, exceptuando la mejor escena de la película, el primer encuentro entre Bilbo y Gollum; y la mayoría de los personajes carecen de importancia en la historia, son un simple relleno con el objetivo de relacionar la película con la trilogía (Saruman) o provocar la risa en el público (muchos de los enanos). Solo se salvan de la quema Gandalf, interpretado por un magnífico Ian McKellen que exprime al máximo la pobreza del guión; el líder de los enanos Thorin Escudo de Roble, que sí convence con su tozudez y temperamento, y el protagonista de la función, Bilbo Bolsón. Mientras el papel de Frodo le venía demasiado grande a Elijah Wood, Martin Freeman cumple con creces y sostiene la película.

¿Que si hay que ver ‘El Hobbit’? La respuesta es sí, sí, y sí. Aunque la película carezca de la profundidad dramática y la complejidad de los personajes de sus predecesoras, a las que solo supera a nivel visual, la película consigue sumergirnos en el maravilloso mundo tolkiano y entretener durante sus más de dos horas y media de duración, algo que no pueden decir muchas de las películas que se estrenan todos los años con ese simple objetivo, entretener. Para el espectador que busque solo eso, la cinta le resultará totalmente fascinante. Pero para aquel que busque algo más, no encontrará más que una sucesión de imágenes espectaculares carentes de unidad y de magia. Tras el visionado, uno no podrá quitarse de la cabeza esa sensación de ligera decepción. ‘El Hobbit’ gusta, pero no convence. Y después de haber deleitado durante más de nueve horas de pura magia con ‘El señor de los anillos’, uno se esperaba muchísimo más de Jackson.
jvalle
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8
24 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi un año después de que la directora Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal triunfaran en los Oscar del año 2010 con la tediosa ‘En tierra hostil (The Hurt Locker)’, el gobierno de Estados Unidos anunciaba que había encontrado -y liquidado- a Osama Bin Laden, el hombre más buscado del siglo XXI. Bigelow, que llevaba varios años trabajando en un guión sobre la incansable búsqueda del líder de Al-Qaeda por parte de la CIA, lo revisó enteramente y comenzó a preparar el proyecto de una película que finalmente adoptó el nombre de ‘Zero Dark Thirty’, en alusión a la hora en que los miembros del ejército estadounidense entraron en la localidad de Abbottabad, donde se escondía el líder islámico. La traducción al castellano, como casi siempre sin guardar ninguna relación con el original, fue ‘La noche más oscura’.

La película estuvo rodeada de polémica desde que Bigelow anunció sus intenciones de llevar a la gran pantalla una de las operaciones militares secretas más exitosas -por lo menos para los americanos- de la historia reciente. Y es que la directora aborda la historia desde un punto de vista totalmente objetivo, sin decantarse por ningún bando. ‘La noche más oscura’ arremete contra Occidente y contra Oriente, no muestra ni amor ni odio hacia ninguna de las dos partes, haciendo gala de una frialdad y apatía que solo se fracturan en el final de la película, del cual hablaré más abajo. Bigelow no se moja, deja al espectador la difícil tarea de juzgar todo lo que se le muestra, y eso convierte a ‘Zero Dark Thirty’ en toda una reflexión moral y ética que de momento no ha sentado nada bien en el Parlamento americano, que ya ha abierto una investigación sobre las fuentes y contactos que mantuvieron la directora y el guionista a la hora de documentarse.

Dado que casi todos los occidentales conocemos las barbaridades que han cometido los terroristas islámicos, y que aparecen perfectamente reflejados en la cinta (impactante la escena de la explosión de un camión bomba en el Hotel Marriott en Islamabad del que trata de salir ilesa la protagonista, o el inicio de la película en el que se pueden escuchar sobre un fondo negro grabaciones de voz de personas que vivían sus últimos momentos durante el ataque del 11-S), Kathryn Bigelow dedica gran parte del metraje, sobre todo al comienzo, a mostrarnos los salvajes métodos de tortura con los que los americanos trataban de obtener información de sus presos musulmanes. Es en esta parte donde destaca la labor interpretativa de Jason Clarke, que encarna a un torturador carente de piedad. La crudeza con la que se nos presenta la “interrogación asistida” hace que el espectador se sobrecoja y sienta verdadera lástima por Ammar, a pesar de que conoce su vinculación con el terrorismo.

Bigelow dota de un ritmo lento al nudo, que constituye la parte menos interesante del relato, aunque es crucial para comprende el mensaje final de la película. Aun así, el calculador y preciso montaje, unido a una banda sonora orquestada por Alexandre Desplat que nunca entorpece la narración, logra mantener en tensión durante casi más de dos horas al espectador, sin dejarle ningún momento de respiro ni tranquilidad. Las inesperadas explosiones, unidas a numerosos cambios en la operación, sumergen al público en un estado de continua expectación. Aunque sin duda son los últimos 20 minutos, que narran el ataque a la finca donde se escondía Bin Laden, los que hacen de ‘La noche más oscura’ una experiencia trepidante y asombrosa, pues dejan al espectador casi sin respiración y con el corazón inmovilizado en la butaca. Y es aquí donde reside el verdadero mérito de la película: conseguir que el público se interese y viva de una forma tan apasionada y agotadora una historia cuyo final ya conoce.

Y luego está Jessica Chastain, que interpreta -o mejor dicho, que es- Maya, una joven agente de la CIA especializada en localizar y matar a terroristas. La enorme evolución de su personaje a lo largo de la película (recordemos que la trama transcurre a lo largo de una década), está perfectamente llevada a cabo por Chastain, que pasa de una inocencia inicial a una seguridad en sí misma y obsesión por su trabajo casi espeluznante (la escena en la se come, literalmente, a su jefe Joseph Bradley). Los primeros planos con los que la directora la presenta permiten mostrar sus cambiantes estados de ánimo y logra despertar, aunque el espectador no conozca apenas nada de ella, un gran interés por el personaje.

Pero la película corría el riesgo de convertirse en un relato, aunque enormemente interesante y fiel a los hechos reales, frío y carente de alma. Y entonces Kathryn Bigelow vuelve a sorprender con una escena final simple pero muy conmovedora, y que invita a la reflexión sobre todo lo visto anteriormente. En ella la protagonista, a pesar de haber logrado el objetivo por el que llevaba trabajando sin descanso casi 12 años, se da cuenta de su triste y solitaria situación. ¿Realmente valía la pena las muertes, los dólares y el tiempo que costó la operación de venganza contra Bin Laden? Las lágrimas de una bellísima Jessica Chastain hablan por sí solas.
jvalle
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8
24 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
2012 ha sido, sin duda, un gran año para el cine francés. Si a principios de año era ‘Intocable’, una divertidísima comedia dotada a la vez de una gran carga moral, la película que estaba en boca de todos (se había convertido en la película más taquillera de la historia de Francia y había sido seleccionada por su país para representarle en los Oscar), la última película del aclamado director de ‘Un profeta’ levantaba expectación allí por donde pasaba, logrando la nominación al Globo de Oro a la mejor película extranjera y colocando a su protagonista Marion Cotillard como una de las candidatas al Oscar a la mejor actriz.

‘De óxido y hueso’, que toma el nombre del relato homónimo del escritor canadiense Craig Davidson, comienza mostrándonos la pobreza en la que se ve sumergido Alí, obligado a revolver entre la basura e incluso robar para poder mantener a Sam, su hijo de 5 años. Cansado de su situación, se instala en la humilde casa de su hermana Anna. Gracias a su constitución fuerte y su experiencia en el boxeo, comienza a ganarse la vida como guardia de seguridad en centros comerciales y discotecas. Alí, interpretado por el actor belga Matthias Schoenaerts, es, sin embargo, una persona irresponsable y violenta, que no muestra aparentemente interés por nada, acaso por las peleas y el sexo.

En una discoteca en la que trabaja conoce una noche a Stéphanie, una joven que se ha visto envuelta en una pelea. Alí se ofrece entonces a llevarla a su apartamento, donde descubre que trabaja en el equipo que adiestra a las orcas en un espectáculo marino. Su primera conversación en el coche ya revela que ambos pertenecen a mundos totalmente opuestos: él es rudo (llega incluso a preguntarla que por qué va vestida como una puta) y ella parece delicada y bella, aunque su mirada denota una tristeza e insatisfacción profundas. Él se siente enseguida atraído por ella –no puede apartar la mirada de sus piernas- mientras que Stéphanie, bellísima Marion Cotillard, no ve nada más en él aparte de su amabilidad.

Y entonces la vida sorprende y sacude con dureza. La escena del accidente en Marineland está rodada con una genialidad enorme. Audiard consigue mantener en tensión al espectador justo en los instantes anteriores a la tragedia, pero al llegar al momento final, no muestra el accidente; el espectador tiene que recomponer esa escena a partir de dos o tres imágenes que ofrece el director -el resto queda para su imaginación-, y aquí cumple a la perfección una de las máximas del buen cine: no cuentes, sugiere. Para el director lo importante no es el accidente en sí, sino las consecuencias, y los gritos y lágrimas de Stéphanie en el hospital, al darse cuenta de su nueva situación, son verdaderamente sobrecogedores.

Entonces Stéphanie, que ha perdido las ganas de vivir y se encuentra muy sola, decide llamar a Alí. Es aquí donde comienza una historia de amor que, como anuncia el trailer, llega cuando dos mundos se fracturan. Poco a poco y casi sin notarlo, ella va encontrando una nueva razón para continuar (quizá resulta un poco inverosímil este cambio) gracias a la amabilidad de Alí. Pero en el desarrollo de su relación, Jacques Audiard no se permite ninguna concesión sentimental y no muestra ni un ápice de romanticismo pues, lamentablemente, en la realidad tampoco sucede así. ‘De óxido y hueso’ es una historia dura y seca que golpea nuestros corazones con fuerza y tambalea todas nuestras convicciones sobre el amor.

No obstante, Audiard se guarda lo mejor para la imagen, y es que ‘Rust and Bone’ está repleta de escenas que se quedarán grabadas en la memoria del espectador por la sutileza y belleza que desprenden (Stéphanie recordando –y superando- su vida pasada visitando a la orca que causó su accidente o Alí llevándola a hombros al mar), además de tórridas escenas de sexo y combates sangrientos. La increíble labor de los actores también contribuye a que la película conmueva profundamente. Marion Cotillard, ignorada en las recientes nominaciones a los Oscar, dota a su personaje de un dramatismo quizá excesivo y su actuación resulta un poco forzada –aunque el resultado final es excelente-. Por el contrario, Matthias Schoenaerts exhibe una naturalidad pasmosa, y consigue que el público llegue a odiar por momentos a su personaje.

La película muestra en definitiva la poderosa capacidad del amor para hacernos superar todos nuestros miedos y las difíciles situaciones que nos brinda la vida. Sin ser una obra maestra, ‘De óxido y hueso’ logra emocionar enormemente y recoge toda la atención del espectador, pues nunca sabe lo que puede ocurrir en esta historia pesimista sobre la vida cuyo desenlace invita al optimismo sobre el amor.
jvalle
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