Una vez vista la serie, debo decir que me ha encantado porque iba predispuesto a que me encantara. Después de todo es una serie sobre un programa ochentero de lucha libre femenina con música de la época, cameos de gente como John Morrison y Joey Ryan y con Alison Brie de protagonista. No sé si era posible que no me gustara. Quizás exagere, pero me parece una joya para los fans del wrestling porque pocas series o películas tratan al wrestling con el respeto que lo ha tratado Netflix (se me ocurre Sense8 también de Netflix o la película de The Wrestler). Sí, GLOW también se ríe de las extravagancias del wrestling pero ante todo realizando una labor casi divulgativa para la gente que nunca ha entendido la gracia de la lucha libre (como le ocurre a las protagonistas). Por eso mismo es una serie que puede ser apreciada por los que no saben nada de wrestling, como está pasando. Su mayor atractivo es que es un revival ochentero pero en lugar de tirar de tópicos sin más se centra en algo muy variopinto que mucha gente ni siquiera conocía. Logra resultar moderna gracias al reparto femenino que se enfrentan a problemas que pueden ser entendidos también ahora. A pesar de que presenta a los personajes como estereotipos (la negra, la china, la punky, la buenorra) consigue ahondar un poco en ellos y trabajarlos hasta que les da un cierto trasfondo. Básicamente como hace Lucha Underground en sus temporadas, cogiendo a luchadores sin demasiada historia y logrando que tengan interés para el público contándoles quienes son y qué les importa.

El gran pero que le veo es que es bastante previsible (como el wrestling, supongo) y la vertiente dramática es la más floja. Sin embargo el humor funciona muy bien y si saben mejorar la otra parte para siguientes temporadas puede quedar una serie muy buena. La duración ayuda, pues 10 capítulos de 30 minutos se ven en uno o dos días y no aburren. Lo mismo alguno esperaba que se centrarán más en luchar y eso en vez de en los dramas de las luchadoras, pero ambas partes eran necesarias si querían lograr que un público casual se enganchara. El caso, que a mí me ha ganado desde el primer capítulo y espero con ganas una segunda temporada (esperemos que Netflix se porte).

Durante la escena donde el protagonista se encuentra por primera vez con sus antepasados y le enseñan el puente por donde cruzan de un mundo a otro no pude evitar reírme. Tampoco pude evitarlo cuando la abuela de Miguel le explica el porqué de la ofrenda, el motivo por el que lo hacen cada año. Me sonó ridículo. No me malinterpretéis, simplemente no soy una persona de seguir tradiciones de este tipo. No creo en ellas, y aunque las respeto, no puedo evitar ser de esos que se ríe por lo bajini como a quien le cuentan un chiste. Como si eso no fuera conmigo. Como si el resto de los mortales estuvieran delirando sin darse cuenta y yo fuera el único que lleva las gafas de sol de Están Vivos. No voy a decir que esta película haya cambiado mi forma de pensar sobre ciertos temas, porque de ser así sería una persona demasiado influenciable. Pero obviando spoilers, debo admitir que cuando vuelve a salir el puente al final no me reí. No pensé que la representación de la creencia en la otra vida fuera un chiste. Aunque no la comparta.

Probablemente esto no sea una buena crítica de la película, pero sí de lo que me hizo sentir y reflexionar. Hay muchos temas que son secundarios en Coco y que me parecen muy interesantes (incluyendo la autoría de las canciones, por decir un ejemplo). Pero la creencia en la vida después de la muerte y lo que realmente significa para el ser humano, ya no solo como una idea religiosa sino como una motivación por querer trascender. Eso es algo que puedo entender y que quizás nunca me había parado a pensar que podía estar relacionada de forma tan profunda con esa creencia. La vida por suerte o por desgracia se acaba, y dudo que vaya a cambiar de opinión sobre la idea que tengo del después. Pero lo que la gente recuerde de nosotros depende de los que se quedan y en eso estamos todos de acuerdo, creamos en lo que creamos.