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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1.537
Críticas ordenadas por utilidad
7
19 de abril de 2016
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arrebatador melodrama decimonónico espléndidamente filmado por el prolífico Rafael Gil. De un clasicismo y elegancia majestuoso, “El clavo” es una adaptación de una novela breve de tema policíaco escrita por Pedro Antonio de Alarcón, publicada en 1853, inspirada en un relato publicado en Francia. Un argumento de una fuerte intensidad dramática que no resiste un serio análisis lógico de las circunstancias y de los hechos acaecidos, pero como yo entiendo que el cine es emoción y es ficción, se permite unas licencias inherentes al arte cinematográfico, pleno de fantasías, inexactitudes y espejismos que disfrazan la realidad y que a veces solemos olvidar cuando recurrimos a criticar la verosimilitud de la trama.

Ambientada en los campos de Castilla, narra la desventurada historia del juez Javier Zarco (un convincente Rafael Durán) que durante una viaje conocerá al amor de su vida, una bellísima Amparo Rivelles de 19 años encarnando a la misteriosa Blanca, una mujer ambigua y torturada por sus obligaciones familiares. Una gran producción de CIFESA, de una ambientación fastuosa, donde se recrea ese mundo de las postas, las románticas diligencias recortadas sobre el horizonte, donde trabar amistades. Unos diálogos magistrales por su calidad literaria. El baile de máscaras, el naturalismo de la comida campestre, el tono jocoso de comedia de costumbres que se crea entre los ayudantes del juez. Unos secundarios muy bien definidos, donde destaca un prodigioso Juan Espantaleón: “Ayer encontramos un clavo y andamos buscando el martillo”.

La espléndida fotografía refleja un tono pesimista de cielos encapotados y claroscuros tenebrosos. Una película de amores tempestuosos, de atmósfera romántica donde el azar juega un papel fundamental en el devenir de los personajes, Javier y Blanca se encuentran en un viaje por casualidad, lo mismo ocurre con la visita circunstancial al cementerio, el traslado imprevisto como juez, su ascenso en la carrera judicial. Su obsesión irrenunciable por Blanca, su excesivo celo profesional jugará en su contra cuando intenta resolver un crimen olvidado. Todos los avatares de los protagonistas, parecen condenados a sufrir una cruel burla del destino. “El clavo” pese a las evidentes incongruencias de su guión, y analizándola con perspectiva histórica, me parece una historia que te atrapa, por el misterio y la pasión amorosa, en mi opinión, una de las mejores películas de los años cuarenta.
Antonio Morales
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7
15 de febrero de 2015
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de David Fincher se caracteriza por una vocación formalista de sus films, es un constructor de espacios opresivos, cuyos resultados suelen ser indiscutiblemente atractivos a nivel visual aunque, a veces resulten un tanto fríos, siendo en cierto modo, un cineasta educado en un universo estético cercano a los comics y al videoclip, lo cual no debe interpretarse en tono negativo, muy al contrario. “La habitación del pánico” es un thriller oscuro y claustrofóbico con reminiscencias del cine de terror, una continuación lógica del discurso de Fincher sobre la sociedad moderna descrita en sus films en términos devastadores.

Meg Altman, una madre recién divorciada (una estupenda Jodie Foster), no es tan diferente de los personajes de Fincher en “El club de la lucha” o “The Game”, a su manera, ella vive asimismo una desintegración de su universo, en su caso cuando unos ladrones entran en su casa una noche, obligándolas a ella y a su hija a refugiarse en la habitación que da título al film, habitáculo que forma parte del lujoso apartamento alquilado en pleno centro de Manhattan. Equipada completamente y blindada para pasar un cierto tiempo protegidos. Contrarrestando con su firmeza y robustez la debilidad de sus ocupantes. Como ya le sucedía a Edward Norton en “El club…” descubriendo bajo la apariencia perfecta de su apartamento el rostro de la inanidad o, a Michael Douglas cuando descubría en “The Game” lo rápido que desaparece aquello que se cree más real. A Meg su habitación no le sirve de nada para paliar su claustrofobia o para ayudar a su hija Sarah (Kristen Stewart) mientas ésta entra en como por la falta de su medicina.

Gracias a un preciso guión de David Koepp, en mi opinión, el film se beneficia de la astucia del cineasta para convertir con su hábil puesta en escena, un espacio cerrado en una auténtica caja de sorpresas o como el propio cineasta comentó, “era como jugar con el cubo de Rubik”. Porque aunque haya algunas sorpresas esperándonos tras las puertas o aunque los tres ladrones se vayan desvelando progresivamente en su carácter psicológico, lo importante para Fincher era establecer un juego de dispersión y convergencia, siguiendo siempre los patrones del mejor cine de suspense, sin renunciar a un cierto grado de autoría. Una película basada en la geometría y la fisicidad del espacio, normas generalmente características en el cine de Fincher, con influencias de “La ventana indiscreta”, aunque sin el humor socarrón de Hitchcock.

De los tres ladrones, sólo el de color, Bumham (Forest Whitaker) muestra un cierto esbozo psicológico del personaje, los dos blancos son seres abyectos dominados por la codicia, las drogas, la violencia gratuita y el desprecio por la vida inherente a la gran urbe. El carácter de asedio que el cineasta imprime a la historia, su desafío formalista nos propone una reflexión o un juego que desvela las miserias existenciales de nuestra sociedad, presuntamente preparada para proteger a sus ciudadanos de las amenazas exteriores, sin darse cuenta que mientras lucha contra el miedo externo, ése que representa a quienes viven fuera del orden social, saca a la luz otros miedos más atávicos, aún peores. De poco sirven unos muros sólidos si detrás de ellos se esconden seres humanos frágiles y vulnerables, con poca resistencia física y menos resistencia emocional.
Antonio Morales
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9
30 de septiembre de 2014
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que sorprende de esta inquietante historia de ciencia ficción y aventuras es la sólida localización en escenarios naturales (parques naturales de Arizona y Utah), la zona prohibida según los simios. El pavoroso silencio inicial por cañones recortados y áridos muy conseguido, gracias a la música inquietante y misteriosamente descriptiva de Jerry Goldsmith. El guión basado en la novela de Pierre Boulle, el mismo que escribió “El puente sobre el rio Kwai”, alejado de toda lógica científica, se convierte en una alegoría contra la civilización humana por su arrogancia e irresponsabilidad. El carácter autodestructivo de la raza humana observada con angustia por el simio doctor Zaius, que oculta el secreto del pasado, temeroso de que los simios cometan el mismo error.

El nudo de la obra es el sempiterno conflicto entre progreso (conocimiento) y reacción. La habilidad del director para desarrollar un difícil juego, del que siempre sale vencedor: interesar al espectador por la historia narrada, haciéndola vivir desde dentro, y, al mismo tiempo, distanciarse de ella para que reflexione sobre las propuestas. Taylor (Charlton Heston) desconoce que ha cometido un error de cálculo al llegar a un planeta donde el ser humano no es respetado y se le considera inferior. El juicio sumarísimo simio del que Taylor es víctima por la academia científica recuerda al Galileo Galilei de Bertrold Brecht.

Como todo aficionado sabe, Taylor creía vivir en otra dimensión del tiempo pero al doblar la esquina se encuentra con la verdad epatante, esos locos lo habían hecho, el mejor y más inquietante desenlace de la historia del cine. Tras el éxito del film llegaron secuelas, “remakes” y bodrios de diverso pelaje perfectamente olvidables, realizado por directores mediocres u otros más respetables seducidos por el dinero, algo fascinante debe transmitir esta parábola político-social que coquetea con la teoría de Darwin, cuando sigue explotándose el filón inagotable de la civilización simia.
Antonio Morales
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5
10 de mayo de 2014
26 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen personajes literarios que consideras como algo tuyo, a los cuales amas y entiendes perfectamente, que te fascinan en su anverso y en su reverso. Si has leído la novela de Patricia Highsmith y has visto “A pleno sol” de René Clément, no puedes más que tener una idea clara del personaje. La parrafada previa no es gratuita ni pretendo tirarme el rollo con ella. La utilizo para describir a algún alma que tenga la paciencia de leer esta reseña y constatar conmigo mismo los inevitables prejuicios, miedos y exceso de sentido crítico con los que me acerco a esta versión de la extraordinaria novela.

El director inglés Anthony Minghella, desgraciadamente desaparecido, fue un moderno y audaz reinventor de Ripley, yo admiro “El paciente inglés”, le dediqué una reseña alabándola por su calidad y su romanticismo. En cambio, respecto al acercamiento al universo apasionante, hipersensible, decididamente insólito de la escritora, aquella lesbiana solitaria que conocía mejor que nadie el fondo tenebroso y luminoso de la naturaleza humana y que lo describía en sus historias con una narrativa de vértigo y con la profundidad de un Dostoievski. La decepción es notable. Este Matt Damon no es Ripley, que me lo han “cambiao” a peor.

Tom Ripley, según la mente que lo creó, es un heterosexual cínico y amoral, pragmático y determinista, imaginativo y experto en eludir todo tipo de peligros, sin el menor sentido de culpa cuando debe cargarse a alguien para mantener su situación económica, social y emocional, un profesional del simulacro y la impostura, enormemente simpático. Minghella que Dios lo tenga en su gloria, lo transformó en un homosexual atormentado por sus imposturas y por sus crímenes, con múltiples dudas sobre sus íntimas señas de identidad, empalagoso y blando, a pesar de matar con histeria asesina a sus víctimas, con escaso futuro, si sigue preguntándose incesantemente por la naturaleza de sus fechorías.

Minghella realiza una “faena de aliño”, elude hábilmente los tiempos muertos de un metraje desmedido, eso sí, la ambientación de la pintoresca Italia de los cincuenta es primorosa, se aprecia el aliento y el control de Sidney Pollack (otro que se nos fue de este mundo) en su faceta de productor, los actores están aceptablemente bien, sobre todo Jude Law, la retorcida intriga está diáfanamente narrada y existe una cierta atmósfera inquietante, pero a años luz de el film francés que protagonizó Alain Delon como Ripley. Probablemente si te olvidas o desconoces los antecedentes y la contemplas como algo autónomo, como una película más, puede que la encuentres atractiva, pero yo siento que me han profanado al verdadero Ripley.
Antonio Morales
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7
18 de mayo de 2016
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía Mario Camus, en una entrevista a la que he tenido acceso: “Me gustó mucho hacer esta película, porque tiene un mundo que yo me sentí capaz de poner en pie y por una razón sentimental profunda, que yo quería mucho a Aldecoa”. Camus se sentía orgulloso de la amistad con el escritor del que adapta su novela homónima publicada en 1956, y del que adaptó otros relatos porque además era partícipe de su mundo. La obra narrativa de Aldecoa se inscribe dentro de la corriente neorrealista iniciada en España en la década de los cincuenta, y describe el mundo de los desfavorecidos y desamparados. “Con el viento solano” es la metáfora de un pesimismo realista de un hombre atrapado por sus errores y el destino, el título sacado de la Biblia, hace alusión a ese viento capaz de extraer los instintos agresivos, las pasiones más bajas, unido al mal vino que ahoga las amarguras. Ese viento que ya sopla desde los títulos de crédito que abren esta fatalista historia.

La trama describe el clima social de los gitanos, malviviendo en la marginación de asentamientos insalubres, un pueblo abandonado a su suerte, marginado cuando no perseguido, una etnia que ha vagado por toda Europa sin tierra ni patria. Que tiene su expresión cultural claramente reflejada en la película, el flamenco como expresión oral y el baile como expresión corporal que muestran su fuerte carácter y orgullo de raza. Cultura ilustrada con dos canciones populares como “A tu vera” y “El toro y la luna”. Sebastián Vázquez es un gitano perezoso para el trabajo y débil con el alcohol, orgulloso y atractivo para las mujeres, sufriendo en soledad el desamparo, cuando pide ayuda a los suyos, tras un altercado con la guardia civil estando ebrio. Se verá acorralado por el destino y despreciado por su raza, que le recuerdan viejas rencillas familiares en la figura de su tío (Antonio Ferrandis) hermano de su Madre viuda, desplazada por el hambre y la miseria con sus hijos (una magistral Imperio Argentina con sólo 5 minutos de actuación).

Una huida física y a la vez moral de un gitano, al que sigue su desconsolada novia Lupe (María José Alfonso), encarnado excelentemente por Antonio Gades, que crea un personaje conmovedor con su físico peculiar y su gestualidad, seca, áspera y en el fondo… un hombre ingenuo que debe aceptar su culpa, su compañero de fonda, un viejo expresidiario lo afirma: conozco a los asesinos, y tú no lo eres”. Camus se preocupa de mostrarnos la fisicidad del paisaje rural con sus campos amarillos de trigo y sus llanuras de olivos bajo un sol castigador, sus pueblos blancos con sus ferias de ganado, sin olvidarse de la gran urbe que acoge al perseguido, intentando ocultarse en fonduchas y mesones del Madrid más pobre y sórdido. El joven cineasta Mario Camus nos muestra su sobriedad narrando dramas sin blandos sentimentalismos ni falsos trucos para ganarse el favor del público, lo filma con naturalidad sincera y fiel al espíritu de la novela. Maestro en la adaptación literaria, más tarde llegarían sus triunfos con films como “La colmena” de Cela y “Los santos inocentes” de Miguel Delibes.
Antonio Morales
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