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España España · León
Críticas de jvalle
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
1
4 de noviembre de 2007
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, la peor película de Nicole Kidman. Puede resultar divertida y entretenida, pero al cabo de una semana, ni siquiera te acordarás de ella. En conclusión, te aconsejo no verla.
jvalle
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10
22 de julio de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor es el sentimiento del que más se han valido escritores, poetas y cineastas a lo largo de la historia como tema para sus obras. Pocas son las novelas y las películas que no lo traten. Y sin embargo, la mayoría de ellos se quedan en lo superficial, pues no hablan del amor en profundidad, del amor en sí, de todo el vendaval de emociones que despierta. Quizá El paciente inglés, la obra maestra del recientemente fallecido Anthony Minghella, director de Cold Mountain y El talento de Mr. Ripley, sea una de las pocas películas que, a partir de una historia de amor, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia capacidad de amar, sobre los límites y las metas que estamos dispuestos a alcanzar por otra persona, sobre la naturaleza intrínseca del amor y, ante todo, sobre las consecuencias de una pasión que puede llegar a ser devoradora.

Basada en la novela homónima de Michael Ondaatje, la historia nos traslada a un monasterio italiano abandonado y en ruinas que, ya en el final de la Segunda Guerra Mundial, es ocupado por cuatro personas que a pesar de pertenecer a mundos totalmente distintos entre sí, comparten el sufrimiento y la sentimiento de pérdida derivados de la guerra: Kip, un desactivador de bombas indio (Naveen Andrews); Hana, una bella y amable enfermera que ha visto cómo las balas y las bombas aniquilaban todo su mundo (Juliette Binoche); un mendigo al que le han amputado los pulgares y que busca venganza (Willem Dafoe) y un misterioso hombre que ha sufrido graves quemaduras en un accidente de avioneta en África (Ralph Fiennes). Poco a poco van conociéndose en profundidad, hasta descubrir los motivos y las causas que los han llevado a su situación actual.

Es precisamente este último personaje el eje principal que vertebra la película. Gracias al vagabundo David Caravaggio, que muestra un extraño interés por él, y a las lecturas que Hana le hace de un libro con notas y apuntes que se salvó del accidente -y que es lo único que le queda, pues ha perdido casi la totalidad de sus recuerdos-, descubrimos que el paciente inglés es, en realidad, el conde de Almásy, el líder de una expedición arqueológica y topográfica en Egipto. En las cálidas arenas del desierto egipcio conoce a Katherine (Kristin Scott Thomas), una mujer casada que hace gala de una osadía y una valentía impropias para una mujer de la época. Repleta de amor pasional, odio y venganza, su misteriosa y trágica historia desencadena un tsunami de emociones que termina por tambalear y destruir varias vidas. Su tormentosa relación pone de manifiesto la fuerza destructiva del amor, su cara más demoledora y fatal, aquella que conduce a los celos, la envidia, el dolor, la tristeza y, finalmente, la soledad. Todo a cambio de unos pocos momentos, eso sí, de plena y ardiente felicidad.

Su historia es la de dos personas que se aman y se odian al mismo tiempo, que no pueden estar juntas ni separadas, lo que les provoca una enorme infelicidad que termina por hacerles perder el control y el sentido de sus propias vidas. Pero el amor también es capaz de salvarnos de la vida, alimentando nuestro corazón con sensaciones maravillosas y sentimientos que nunca antes habíamos experimentado. Puede que el amor sea un agente destructivo, pero también lo es de redención. Solo gracias a él Hana, enamorada de “fantasmas” y al borde de ese terrible precipicio llamado soledad, encuentra la esperanza a la que aferrarse para superar las dificultades que la vida le ha puesto en el camino. Y es que su romance con Kip -bellísima la escena en la que ella descubre las pinturas murales del viejo monasterio después de haber seguido en la noche las velas encendidas que él ha colocado- constituye la única luz entra tanta oscuridad y tristeza.

Es inevitable comparar la cinta de Minghella con otra de las obras maestras del drama romántico. Los vuelos fatales en avioneta por el continente africano -acompañados por una música inolvidable-, o la bellísima escena en la que Katherine le lava el pelo a Almásy son algunas de las claras referencias a Memorias de África. Tanto El paciente inglés como la película protagonizada por Streep y Redford nos hace testigos de un deseo arrollador y un debate entre libertad y compromiso cuya solución parece ser siempre el sufrimiento. Entre el “odio la propiedad” que asegura Almásy en uno de sus primeros encuentros con Katherine, y el “eres mía” que le susurra al oído cuando sabe que está a punto de perderla, hay una diferencia abismal: la de una persona que reconoce el profundo cambio que el amor que siente por una mujer ha provocado en él. Un cambio en el que ya no hay vuelta atrás.

Las oscarizadas música y fotografía de Gabriel Yared y John Seale, las interpretaciones –la elegancia de Kristin Scott Thomas, la pasionalidad de Ralph Fiennes, la melancolía de Juliette Binoche, ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto- el guión y la dirección de Minghella, todo en El paciente inglés se puede calificar de excelente. Y terminamos con el espíritu perturbado y lloroso, gracias a ese salvaje final que alcanza y hiere nuestro corazón y destruye, al igual que en los protagonistas, todos nuestros miedos y nuestras ilusiones, todas nuestras convicciones acerca del amor. Pero, puesto que el amor es lo que nos hace más humanos, su visionado nos hace sentir mejores, más completos, pues hemos asistido a una lección magistral de amor y, sobre todo, de vida. El paciente inglés es una de esas pocas películas que, con su lirismo sentimental y su energía e intensidad, dignifican el cine, el arte, la condición humana y, por qué no también, la vida.
jvalle
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6
4 de noviembre de 2007
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película entretenida y, de algún modo misteriosa, que engancha hasta la mitad de la película, en la cual ya empiezas a descubrir el final del argumento. Gran actuación de Anthony Hopkins, como siempre, y tampoco está nada mal Ryan Gosling.
jvalle
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8
1 de mayo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta qué punto es importante la propaganda y el márketing que necesita una película para triunfar, tanto en la taquilla como en los premios, independientemente de su calidad? La exitosa campaña de los hermanos Weinstein para llevar a El lado bueno de las cosas a lo más alto de los Oscar creó una aureola de altísimas expectativas entorno a ella que pueden haber arruinado el efecto de una cinta que podría haberse convertido en la sorpresa cinematográfica del año y ha acabado siendo una de las decepciones más sonadas para la crítica.

Presentada desde su estreno en el festival de Toronto como la mejor película del año y una de las grandes favoritas de cara a la temporada de premios, la nueva película de David O. Russell traslada a la gran pantalla la novela de Matthew Quick protagonizada por Pat, un hombre que regresa a casa de sus padres tras pasar ocho meses en un psiquiátrico. Sus brotes de agresividad tras pillar a su mujer con otro hombre le llevaron allí. Su vida dará un giro cuando conozca a Tiffany, una bipolar ninfómana que quedó bastante tocada por la inesperada muerte de su marido. Ella se ofrecerá a ayudarle a recuperar a su mujer si él participa con ella en una competición de baile.

Aunque muchos la hayan definido como una comedia romántica, El lado bueno de las cosas no cumple casi ninguno de los tópicos que suelen abundar en el género -exceptuando su final feliz y bastante previsible-. Y eso la hace una película muy especial. Aquí no hay violines ni rosas, sino un mundo que se tambalea alrededor de los dos protagonistas. El paso de David O. Russell a la comedia sigue las mismas claves que le hicieron triunfar hace dos años con la notable The Fighter: una dirección cuidada y alejada de lo convencional -excepcional la escena final del baile-, un guión repleto de diálogos rebosantes de originalidad y unas interpretaciones que demuestran que Russell es, ante todo, un excelente director de actores. Y es precisamente este aspecto el que hace que sus títulos destaquen por encima de la media, a pesar de que los mismos no resulten del todo deslumbrantes.

Aunque la atención se centre en dos personajes al borde de la locura, la película muestra a un gran abanico de personajes secundarios supuestamente cuerdos, que son claves para la moraleja que encierra El lado bueno de las cosas. Porque todos ellos parecen estar igual o más locos que Pat o Tiffany, comenzando por los padres del protagonista. Robert de Niro interpreta a un padre maníaco y compulsivo que intenta hacerse rico con las apuestas en el fútbol americano, mientras que Jacki Weaver encarna a una madre sobreprotectora. Si no supiéramos que Pat está enfermo, nos decantaríamos por decir que son ellos los que están realmente locos, al igual que Danny -un estupendo Chris Tucker-, el mejor amigo y su esposa, o incluso el psiquiatra.

Y es que si hay algo que la película nos quiere dejar claro es que todos padecemos un poco de locura, y es precisamente ese falta de cordura lo que nos hace especiales. Y al final solo hay que encontrar otro loco que sea capaz de aguantar nuestro desequilibrio. Pero, por encima de todo, nos recuerda que, si no estuviéramos locos, vivir en este mundo perdería el sentido. Un sorprendente Bradley Cooper, maravilloso en cada una de sus escenas, y una Jennifer Lawrence que se come la pantalla cada vez que aparece -atención a su duelo interpretativo con el mejor Robert de Niro de los últimos años, del que sale más que airosa- encarnan a la perfección esta oda a la locura. Gracias al apoyo del otro, juntos hallarán la redención por medio del amor.

El resultado es una película notable sostenida por sus magistrales interpretaciones y con una gratificante moraleja final, elevada por sus productores a una categoría superior que la ha permitido obtener multitud de premios pero también generar una ligera decepción tras su visionado, como si uno esperara encontrarse con una obra maestra. Puede que la sensación que produce El lado bueno de las cosas ahora sea la de una película grande con multitud de defectos, pero quién sabe si dentro de unos años no se la recordará como una película pequeña repleta de virtudes. Como una de las más conmovedoras fábulas sobre el ir aprendiendo a bailar la vida junto a la persona que quieres.
jvalle
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La princesa Mononoke
Japón1997
8,0
70.737
Animación
8
7 de octubre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado 1 de septiembre el director Hayao Miyakazi anunciaba su retirada del cine a los 72 años, encogiendo el corazón de muchos de los seguidores del considerado maestro de la animación contemporánea. Y lo hizo presentando su última película, The Wind Rises, en la Mostra de Venecia, un festival al que ya había acudido con El castillo ambulante en 2004 y Ponyo en el acantilado en 2008. El realizador japonés, ganador del Óscar a la mejor película de animación en 2001 por El viaje de Chihiro, aúna en sus películas la complejidad y la profundidad de las mejores historias y la magia y poesía del cine de animación. Sus creaciones, a pesar de su formato animado y aparentemente simple, no están destinadas a un público infantil, aunque este también pueda disfrutarlas plenamente. Y es que Miyakazi aprovecha la animación para introducir toda una serie de reflexiones morales y éticas sobre diversos temas.

En La princesa Mononoke presenta al joven príncipe Ashitaka quien, tras resultar herido en su pelea con un enorme jabalí endiablado, deberá emprender una búsqueda para enfrentarse a su destino y aliviar la ira y el odio de sus heridas, que pronto se propagarán por todo su cuerpo hasta provocarle la muerte. En su camino hacia la paz y la tranquilidad de espíritu se encontrará con diversos personajes que marcarán su forma de pensar y actuar, y entre los que destacan dos por encima del resto. Por un lado, Lady Eboshi, la firme dirigente de la Ciudad de Hierro, a la que llegará Ashitaka en su búsqueda de respuestas. Y por otro, la princesa Mononoke, una humana abandonada por sus padres cuando tan solo era una niña que fue adoptada por Moro, la diosa lobo. Ambas defienden unos intereses totalmente contrapuestos, lo que hará que pronto surja entre ellas una antagónica rivalidad en la que Ashitaka se verá confundido y dividido entre la defensa de sus semejantes y la fascinación que le producen los habitantes del bosque y la princesa lobo.

Miyakazi logra en La princesa Mononoke hacer testigo al espectador de un debate entre naturaleza y humanidad a través de la mirada del protagonista, que encarna seguramente el pensamiento y las ideas del propio director. Lady Eboshi presenta las dos caras de una misma moneda: la bondad y amabilidad exclusivas del ser humano –ha sacado de los burdeles a todas las mujeres de la región y les ha dado trabajo y comida, además de su detalle con los leprosos-, pero también el egoísmo y la altanería, que la llevan a arrasar el bosque sin importarle la vida de sus habitantes, aunque no lo haga por maldad, sino por su exhaustiva búsqueda del bienestar de su pueblo. En cambio, la princesa Mononoke desprecia a los humanos, pues solo piensan en sí mismos y nunca calibran las consecuencias que sus actos puedan tener sobre la naturaleza. Y en medio se encuentra Ashitaka, que mediará entre ambos bandos para conseguir la armonía y el equilibrio entre los hombres y su entorno, un entendimiento que Miyakazi considera posible y alcanzable, como demuestra esa épica batalla final desencadenada por los humanos que no solo destruye el bosque, sino también su ciudad, y que parece concienciarles de que su bienestar también puede alcanzarse mediante el amor y el respeto a lo natural.

Este eterno conflicto, que se originó desde que el hombre tuvo conciencia de su inteligencia y que se prolonga hasta nuestros días, ha alcanzado lamentablemente mayor protagonismo que nunca. Quizá por eso películas como La princesa Mononoke sean tan necesarias, pues supone una defensa de la convivencia del hombre y la naturaleza, representada en la película por la bella historia de amor entre Ashitaka y Mononoke. Con un metraje que se alarga innecesariamente por momentos pero que nunca aburre, Miyakazi nos regala una maravillosa joya donde reina la preciosa música de Joe Hisaishi, que eleva aún más la grandiosidad de una historia que nos permite soñar con un mundo justo y pacífico. Y otro detalle de genio de su director lo encontramos en la inclusión de los samuráis que pretenden atacar la Ciudad del Hierro, y que reflejan a la perfección la famosa frase de Plauto -“el hombre es un lobo para el hombre”- y la idea de que el peor enemigo para el hombre no es la naturaleza, sino él mismo.
jvalle
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