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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 850
Críticas ordenadas por utilidad
5
6 de octubre de 2020
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roman Polanski es un nombre fundamental para entender el cine europeo. Suyas son algunas películas de esas que marcan para siempre la vida de un cinéfilo como “El pianista”, “La muerte y la doncella”, “Chinatown”, “La semilla del diablo” o mi favorita, “Repulsión”. Ha probado todos los géneros, texturas y posibilidades a lo largo de varias décadas. También es autor de obras menores, y es el caso de “El oficial y el espía”, un acercamiento totalmente ortodoxo y academicista a un drama judicial de época en torno al clásico tema del falso culpable (imposible tratarlo sin que nuestra mente viaje hasta Alfred Hitchcock como leit motiv recurrente en la filmografía del maestro de maestros británico).

Se trata de la condena por traición a un oficial francés llamado Dreyfus en 1894, la cual dio lugar al famoso “Yo acuso” de Emile Zola. Todo un montaje insostenible para cargar con las culpas de la actuación de un espía en el corazón del ejército galo sobre un inocente oficial judío, con las dosis de antisemitismo además que impregnaban el país.

Seguramente el maestro Polanski ha querido tirar de esta historia mirando hacia sí mismo, igualmente masacrado por sospechas e indicios desde hace décadas de un delito que probablemente nunca haya cometido, y que se ha sumado a un catálogo de desgracias biográficas a la altura del viudo de Sharon Tate, ni más ni menos.

Una cinta que quizás adolece de dos excesos, de metraje y de academicismo, que la convierten necesariamente en menor a pesar de los nombres de postín que atesora en su reparto, y la música de un Alexandre Desplat no especialmente motivado e inspirado en esta entrega.

Magníficamente ambientada y muy bien fotografiada, la película es preciosista en lo técnico pero fría y desangelada en su contenido. Nos deja, eso sí, la escena del duelo para el recuerdo, donde Polanski compite en intensidad y calidad con el Stanley Kubrick de “Barry Lyndon” (no lo consigue) o el Ridley Scott de “Los duelistas” (podría haberlo conseguido).
Sergio Berbel
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9
9 de febrero de 2022
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, pocas, no hay que crear una gran película, una obra maestra indiscutible, para calar el corazón y la sensibilidad de los seres humanos con sentimientos. A veces, pocas, una película modesta de la que nada esperas te embelesa y te enseña que en la modestia está la honestidad y las mejores intenciones confirmadas. A veces, pocas, te enamoras a primera vista de una película infinitesimal. A veces, pocas, tienes la suerte de encontrarte con “Lo que queda de nosotras”.

Una maravillosa pequeña gran joyita que apela a la posibilidad de un cine creado exclusivamente por mujeres, con una dirección acertada, un guión inteligente y más profundo de lo que aparenta a simple vista e interpretado por cuatro mujeres de dos generaciones diferentes sin necesidad de personajes masculinos para definirlo todo. Porque el hombre protagonista, no aparece nunca, dado que con su muerte se inicia la bella historia de sororidad que “Lo que queda de nosotras” despliega en el enamorado espectador que se deja acunar por tan acertada propuesta.

Esta cinta es la ópera prima de Aisling Chin-Yee, cineasta canadiense de 40 años, que sabe lo que hace cuando se pone tras la cámara para filmar esta pequeña pieza de apenas 80 minutos con una categoría visual y un pulso narrativo contrastado, queriendo emocionar sin traspasar la línea del melodrama barato en ningún momento y recurriendo al punto justo para que todo sea real y creíble, trasladando a imágenes un sensiblemente inteligentísimo guión de Alanna Francis, que necesita el hilo argumental justo para definir a cuatro mujeres y convertirlas en cuatro personajes apasionantes con un arco narrativo espléndido en cada una de ellas.

Nos cuenta la historia del fallecimiento por ahogamiento debido a un infarto en la bañera de un hombre, el cual deja viuda y una hija de unos 12 años. Pero todo es más complejo de lo que parece a simple vista, porque se trata de su segunda esposa y la primera, que también tiene una hija adolescente, aparecen con la muerte del causante. El problema es que el fallecido no ha dejado más que deudas y problemas y los dos núcleos familiares van a tener que encontrarse y aprender a convivir. Esas cuatro mujeres van a conocerse y ya jamás van a ser las mismas.

Si todo este entramado se sostiene es gracias, además, a las gloriosas interpretaciones de sus cuatro actrices protagonistas: una espléndida Heather Graham como la primera mujer; una gran Jodi Balfour como la segunda esposa; y lo mejor de esta fantástica cinta, las dos hijas del finado: tanto la adolescente interpretada por una maravillosa y creíble hasta límites insospechados Sophie Nélisse y una apasionante actriz infantil llamada Abigail Pniowsky, ambas reinas de la función como hermanastras que tienen que abrirse la una a la otra.

En conclusión, imprescindible para espíritus sensibles.
Sergio Berbel
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10
29 de diciembre de 2021
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La flaqueza del bolchevique” es una de las cosas más importantes que le han pasado al cine de este país. Por dos motivos concurrentes, ninguno de ellos precisamente menores: la ópera prima en largometraje de ficción de Manuel Martín Cuenca (para mí, el mejor director andaluz jamás habido) y el descubrimiento al mundo de una adolescente que, desde entonces, nos encandiló para siempre y que responde al nombre humano de María Valverde, una de las más grandes actrices que hay y haya habido en nuestro cine.

Adaptando la novela homónima de Lorenzo Silva (que no he tenido la oportunidad de leer aún pero que hiervo de ganas de lograrlo), el propio novelista colaboró con Martín Cuenca en la adaptación de la misma al primer largo de ficción del cineasta andaluz. Y la historia resultante es de esas que no se olvidan jamás una vez vistas, de las que calan, perturban, desorientan, te golpean en el estómago y te hacen reflexionar.

Manuel Martín Cuenca debutó, con una valentía que quita el aliento al más lanzado, con una historia de una preciosa amistad y un amor imposible entre un ejecutivo bancario y una adolescente de bachillerato en colegio privado. La forma en la que la conoce no es sencilla precisamente y por eso impacta especialmente, porque como siempre logra Manuel Martín Cuenca en su excelsa filmografía, amaga con un thriller de inicio para culminar en un melodrama seco y profundo finalmente que te noquea. Y fue así desde los principios de su insuperable carrera como cineasta.

Pero, tanto la dirección sobria y funcional del inteligentísimo Martín Cuenca, hasta la mucho más que espléndida interpretación de ese dios llamado Luis Tosar, que eleva todo lo que toca con su mera presencia, se quedan en menos cuando aparece María Valverde, con el personaje de una adolescente con una inteligencia y una madurez mental ante la que resulta imposible no caer desarmado y rendido. Un personaje muy difícil de construir que la debutante María Valverde borda “cum laude” mucho más allá incluso de la complejidad de la “Lolita” de Nabokov. El Goya a la Actriz Revelación en la edición de 2003 debía ser y fue para ella, como no podría haber resultado de otra forma.

A su altura, en un papel maravillosamente similar, sólo está la Natalie Portman de “Beautiful Girls” de Ted Demme. Y nadie más. La película consigue ser lo que es, una obra maestra atemporal filmada en 2003, sobre todo y por encima de todo, por un guión prodigioso y por María Valverde, que levanta y eleva hasta el cielo cinematográfico un personaje profundamente complejo y lleno de matices.

Cada vez que la veo me apasiona más esta ópera prima de Manuel Martín Cuenca, que tanto se beneficia además de su selección de canciones de Extremoduro así como de la fantástica partitura original compuesta por Roque Baños, un film que nos hizo prestar atención a muchos tras un debut de esta dimensión en este genio que la historia del cine ha consagrado. El tiempo nos dio la razón y su filmografía se cuenta por obras maestras: “Malas temporadas”, “La mitad de Óscar”, “Caníbal”, “El autor” y “La hija”, ni más ni menos.
Sergio Berbel
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10
6 de septiembre de 2020
5 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Maquis”, la òpera prima de Rubén Burén, es una película, sobre todo sorprendente, muy sorprendente en varios sentidos diferentes y divergentes, a cual mejor:

1.- Primero por abordar un tema tan poco usual en nuestro cine como los maquis (desgraciadamente, es tan vergonzosamente desconocido en nuestra sociedad que la película hace bien en comenzar con la acepción en el diccionario de la citada palabra para las generaciones presentes, y no sólo presentes, que opinan sin saber y sin conocer).

2.- En segundo lugar, por tratar el tema a través de las mujeres que están en el pueblo apoyando desde el mismo a los que se echaron al monte (una película en la que no existe un solo personaje masculino, en el que no aparece un solo actor). Las mujeres se apoyan entre sí, pero también se vigilan y se acusan, según los bandos bien marcados y bendecidos en misa, con un cierto aire a Bernarda Alba sobrevolando las habitaciones llenas de espejos de esa recia casa castellana totalmente asfixiante.

3.- Por rodarse íntegramente en blanco y negro, en un blanco y negro (un alarde técnico imprescindible como finalidad narrativa de Eugenio Tardón) quemado en sus huecos al exterior por la luz de sol que todo lo achicharra y, sobre todo, que todo lo ilumina, porque en esos pueblos castellanos de 1949 nada se oculta, todo es público, todo se fiscaliza, todo se comenta, todo se censura, hay que poner luz sobre todo, no cabe rincón oscuro y privado alguno.

4.- Y, finalmente, sorprendente por el nivel interpretativo de su elenco actoral, absolutamente sublime en su conjunto, todo compuesto exclusivamente de actrices, pero donde refulge con luz propia, brillando por encima de todas las cosas, Fátima Plazas y su eterno personaje de Sagrario, un ser humano lumínico que representa el bien intentando sobrevivir entre océanos de mal, la inocencia luchando contra lo retorcido, la pureza contra lo enrarecido. Sagrario es un personaje difícil de olvidar gracias al milagro que Fátima Plazas alcanza en esta cinta, secundado por una interpretación de Zaida Alonso como Adela igualmente luminosa pero aderezada con una capa impagable de rebeldía y coraje. Es imposible no enamorarse de Sagrario, pero es igualmente imposible no empatizar con Adela.
Mientras que Paloma Suárez es la matriarca, la Bernarda Alba de esta casa sin hombres en un pueblo donde los hombres siempre están fuera de cámara y micrófono, donde se sabe de ellos por referencia, por la sombra que proyectan sobre unas mujeres dominadas y cosificadas como un elemento más del ajuar doméstico, situación contra la que Sagrario y Adela pretenden rebelarse, cada una por un camino diferente pero concurrente.

Todo ello, además, aderezado de un continuo juego de reflejos en los espejos de los personajes que permiten una polivisión de los mismos maravillosa, un alarde de Rubén Burén en su ópera prima que demuestra que es un director de talento y de futuro. Junto con “Una vez más” de Guillermo Rojas, “Papicha, sueños de libertad” de Mounia Meddour y (seguramente confirmado en cuanto la vea) “Las niñas” de Pilar Palomero, las asas donde agarrarse para sobrevivir a este infernal 2020.

Una estructura dividida en episodios con un título formado por una dicotomía de palabras unidas por una “y” todos ellos, que ayuda a crear una estructura unitaria en la que jamás se cae en el aspecto discursivo político, sino en el dolor humano de las mujeres y en su reacción diferente ante el mismo en cada una de ellas, con la violencia física siempre fuera de campo, siempre intuida y no mostrada, lo cual la hace mucho más terrorífica y creíble para el espectador.

Y su escena final, su impagable escena final, cuando el telón baja y el color vuelve a la cinta, y entendemos todo lo que pasa dentro del personaje acunados por una canción tristemente impactante. Y sabemos que hemos visto una película NECESARIA, insisto, NECESARIA en estos tiempos que corren.
Sergio Berbel
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10
9 de marzo de 2022
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paco Plaza parece el único cineasta contemporáneo interesado en dignificar el cine de terror. Porque sus películas, respetando y siguiendo los cánones establecidos del género, los trascienden y va mucho más allá para conformar historias inolvidables con dobles y hasta triples lecturas, siempre respetando la inteligencia del espectador. Porque el cine de terror de Paco Plaza no está diseñado para adolescentes con ganas de gritar en la sala entre una nube de palomitas, sino que es infinitamente más profundo y complejo, destinado a un público adulto y maduro.

Siguiendo directamente la estela de “Verónica”, a la que “La abuela” debe mucho, Paco Plaza lo vuelve a hacer, vuelve a zambullirnos de cabeza en el abismo del deterioro mental ante situaciones extremas y juega con el espectador en cuanto a la lectura simple y superficial (una historia de fenómenos paranormales) u otra mucho más sutil y profunda (la narración de la pérdida de la razón cuando una situación sobrepasa con creces la resistencia humana de quien la tiene que vivir). Ocurre en ambas cintas y por eso son igual de sublimes.

El personaje de Almudena Amor tiene que vencer a tres tipos de miedo distintos: el miedo a una abuela demente tras un derrame cerebral que llega realmente a perturbarla a ella y de paso al espectador por su imprevisibilidad; el miedo a ella misma, a perder la juventud y a la decrepitud de la vejez cuando se ve a sí misma convirtiéndose en su abuela; el miedo a la casa de la abuela, a su entorno añejo, a su exceso de recuerdos que asfixian, a sus propias pertenencias de niña, a la claustrofobia del pasado, que siempre habita y se hace corpóreo en las casas de las abuelas.

Si en “Verónica” el as en la manga que la hacía inmortal se llamaba Sandra Escacena, en “La abuela” Almudena Amor nos regala una de las mejores interpretaciones de los últimos años. Esta chica que Fernando León de Aranoa nos descubrió como la inteligente becaria de “El buen patrón”, sostiene íntegramente esta obra maestra de Paco Plaza regalándonos un festival interpretativo de una magnitud muy pocas veces visto en una pantalla. Ella es el film y sobre ella gravita de principio a final. Almudena Amor es la más firme promesa de nuestro cine. Lo suyo no es de este mundo. Perfectamente secundada por la veterana Vera Valdez que, sin poder utilizar una sola palabra, con su rostro nos enternece o nos aterroriza en la misma escena, lo cual no es un mérito menor.

Son demasiados miedos para una joven de 24 años que comienza a triunfar en las pasarelas de París y que tiene que truncar su carrera para poder atender a su abuela dado que ella es el único familiar que le queda. Pero, sobre todo y por encima de todo, nos sumerge en el terror del cuidador. Ese miedo ingobernable que Fernando Franco utilizó para legarnos una obra maestra como “Morir” y que Paco Plaza recoge en clave de cine de género en “La abuela”. Porque si estar enfermo es una tortura, ser cuidadora no lo es menos y acaba afectando a cuerpo y mente.

Esa es la gran moraleja de esta obra maestra. Como en “Verónica”, yo me quedo con la lectura psiquiátrica y social, pero si buscas la fantástica, también la encontrarás, porque eso tiene esta joya poliédrica, que se beneficia de un fantástico guión del cineasta Carlos Vermut (me encanta el guiño de que en los carteles publicitarios de las calles el perfume que anuncia la protagonista se llame precisamente Magical Girl).
Sergio Berbel
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