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Rusia Rusia · Stalingrado
Críticas de Ferdydurke
Críticas 2.835
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de septiembre de 2016
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ampulosa barbaridad. Cuadro expresionista de los horrores de la actualidad. Habla de Italia, vale para todos.
Política, Religión, Grandes Negocios. Es decir: Mafia. Unos ponen la violencia, otros dictan leyes y los últimos bendicen y se llevan su parte contratante.
Se extorsiona a la gente para que venda. Se propone un plan que va a suponer una gran inversión. Se explica al político. Se vota. Se da el visto bueno. El dinero cae y la mierda sube.
La mirada es grandilocuente, operística, apabullante. El relato, brillante, bien hilado e hilvanado. Bien explicado y contado.
Los gitanos ("de mierda, pobres usureros"), el número 8 (el hijo díscolo, furioso, de un padre más calmado, con novia yonqui y de amor fou), el samurái (el frío engrasador, el intermediario, el negociante, el director de orquesta y el sicario definitivo), el pobre hombre que pasaba por allí (hijo débil, un don nadie que vive de las migajas de los poderosos; mequetrefe de buen corazón y alma cobarde), el político (epítome y concentrado de la corrupción, cae como diluvio, casi no para de llover, más barro para el lodazal; putero, drogota, avaricioso y miserable) y la puta (la parte más frágil de la cadena y, quizás, la mejor, o menos mal, tratada por la historia).
Es una tragedia apocalíptica, una junta de cadáveres. El retrato de los tiempos modernos en forma de espectáculo negro, teatral, abominable.
El estilo es atronador y retumbante. Y no chirría, casi nada, por lo bien sujeto que está todo, atado sólidamente a una narración bien construida y desarrollada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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5
2 de diciembre de 2017
42 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hampón atormentado y bestial, acosado compulsiva y obsesivamente por un pasado ominoso y espeluznante, desciende a los infiernos del dolor, el mal y la abyección en busca de la infancia robada, de una ninfa desgraciada.
Orfeo y Eurídice.
Phoenix (convertido en una cucaracha bella y gigante, en un pavoroso contratado, en un inmenso, autodestructivo majadero) y una niña rubia, Lolitesca y de nombre eslavo, Samsonov Ekaterina.
"Hardcore: un mundo oculto": por el ambiente de los putiferios, la hija perdida y el hombre adulto que se enfrenta a bellacos sin alma. "Taxi Driver": había politicastros, una ciudad llena de noche sifilítica y un titán cutre, simpático, inocente y muy sufrido que quería acabar con los malos a golpe de locura e idealismo. "El profesional (León)": sicario que se encuentra en su virulento camino de ascético silencio a una bella infanta de penas y amenazas llena. Con juego de cariños y necesidades en el horizonte. Y hasta posibles pecados nefandos negados ya que no toca ni corresponde. "Luna de papel": padre e hija. Ryan O'Neal y Tatum O' Neal durante una época turbulenta y dolorida. "La pequeña": la precoz y deslumbrante Brooke Shields encerrada en un burdel de Nueva Orleans. "Embriagado de amor": en la cabeza de un loco, ruidos extraños y toda la banda sonora que acompaña con exacta pertinencia. "El guardián entre el centeno": "... me imagino a muchos niños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio... Eso es lo que haría todo el día... Sé que es una locura, pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser."
A partir de una historia de derribo, delirante y truculenta, como recuperada del cine más cafre y lisérgico de los años ochenta, tratada con un estilo cortante, enloquecido y enrarecido, pretenciosamente impactante, se logra una película hipnótica, entretenida y jugosa, bastante tonta y ridícula, pero muy disfrutable y hermosa.
Mantiene el pulso estilístico, la belleza formal, durante el viaje completo. No teme al descalabro ni conoce la vergüenza, más bien los abraza con fruición y frenesí. El espectador, acostumbrado a megatones de mediocre banalidad o a sermones de insoportable nueva normalidad/moralidad, rancho, de combate zafarrancho, agradece, se rinde aunque no quiera, a un espectáculo tan rocambolesco, elegante y bellamente disparatado.
Se goza, entre la risa, el delirio y la entrega, se pasa en un segundo esta cachonda* y tremendista obra, de una escabrosidad paroxística y una violencia que llenan la pantalla de ricas sugerencias y mundos chocarreros.
Mundo infernal, tierra inhóspita y gobernantes devorados por el horror. Detrás del telón, se descubre el "grand guignol", lo más atroz, seres repugnantes disfrutando de su degradación hasta las últimas heces. La putrefacción moral de estos políticos como metáfora carnavalera, de barraca de feria, del mal de las sociedades modernas y sus nauseabundos representantes.
Recuerdos torturados, un padre sádico en la distancia, más progenitores horribles en el ahora y un paseo ominoso por el abismo de la corrupción y la miseria ética por parte de un antihéroe que, mientras se decide (o no) a matarse de una maldita vez, es posible que nos salve, momentáneamente, a todos de tanto espanto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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2
20 de diciembre de 2016
30 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Putas buenas, catetos a cascoporro, un tonto del pueblo, un gay en el armario y con mucha pluma, un negro, un cura, la lotería, un alcalde, las mujeres marujas, los hombres cafres..., es decir, la utilización sin ninguna precaución (desde el punto de vista más bruto y estúpido) de todos los más rancios chistes que aluden a lo más primario y ramplón de nuestra condición, más varios de los tópicos actuales (el coletas de las izquierdas, el corrupto de las derechas... ), más la absurda historia de amor metida con calzador, más un par de canciones (lo mejor) y alguna cita de cine (menos mal) aliñan esta función de un vulgar, consabida y mediocre que no hay manera de salvarla del fuego purificador de mi donoso y lampiño escrutinio, para variar.
La idea es clara: que el público se sienta seguro y a ser posible muy identificado, que reconozca lo que ve y le dicen y que se regocije con esos lugares tan comunes que comparte con el resto de sus amados compatriotas.
Como "Ocho apellidos vascos", pero sin la novedad de enfrentarse a un asunto tan peliagudo como hacía aquella, o dícese de la ficción de la identidad como arma de guerra, de destrucción muy masiva.
Como otro horrible capítulo de una espantosa teleserie de esas que incluso alguna tiene mucho éxito y que son intercambiables casi todas, cachos de trozos de pegotes de nada. Con los mismos actores, ni disimulan, que pululan en/por esos productos horrísonos y casposos en la gran mayoría de los casos.
Costumbrismo garbancero y esperpento cañí. Si son cien gracias mal contadas, cinco medio se pueden aguantar, el resto es cochambre y dejadez, primitivismo en su fase paleolítica. Inofensiva, zafia y muy blanda en su mal gusto y poca inventiva.
No molesta, solo desconsuela. No agrede, solo confirma los perores augurios y deprime por su molicie y oportunismo.
Ferdydurke
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7
18 de noviembre de 2016
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un momento dado habla de Kafka, de su estilo simple, de sus frases sencillas (yo, si mal no recuerdo, diría que no tanto, sí pero no, es decir, no utiliza(ba) adjetivos sorprendentes ni giros barrocos o un vocabulario muy extenso, pero es una prosa alambicada, reflexiva, de muchas frases largas y párrafos interminables y apretujados, con una lógica retorcida de una manera casi judicial) como modo más directo, sincero y eficaz de resultar perturbador.
Al principio, cuando recoge el premio, en su discurso comenta que se ha vuelto cómodo para el poder y que un escritor debería ser lo contrario, incómodo por naturaleza, revulsivo, hiriente si de verdad es un creador y no un mero florero que las instituciones ponen para decorar los salones (es decir, la práctica totalidad).
A la mitad de la historia, una mujer le pregunta (o reclama) por qué no escribe "cosas lindas" (el lugar común que asocia lo lindo con la mentira consoladora, con la evasión narcótica. Cuando muchas veces es justo al revés, lo más lindo es lo más desgarrador, claro, si está bien expresado ese dolor y no es mero histrión bobo y espectáculo vacuo).
Bueno, pues podemos tomar estas cuestiones para hablar de esta difícil película. Sería un buen modo de intentar entenderla ya que su apariencia de sencilla comedia satírica confunde o simplifica su fondo esquinado, vidrioso, complejo.
Por partes:
- Estilo sencillo o no. Sí, lo es. En primer término. Pero si te fijas, ves que no tanto. Porque da bandazos y se mueve a fuerza de contradicciones. Comienza como retrato del típico intelectual ególatra y muy inteligente que está harto del mundo y pasea su asco allá por donde va. Solitario, maniático y ridículo. Parece terreno de comedia conocida. Con ciertos toques de drama moral. Al correr de los minutos gira hacia el sarcasmo suave y la sátira más o menos amable. Después, hacia la rotunda crítica moral de las costumbres, de la ignorancia y la brutalidad, el tono se ha agriado y oscurecido. Para un final sombrío, irónico y metaficcional. Más o menos.
- Cómodo/Incómodo. Es fácil de ver, toca temas transitados, la fotografía, la narración, las interpretaciones, todos los ingredientes en juego parten de un costumbrismo caricaturesco "agradable" ("terrible palabra"), lugar seguro para el espectador. Pero esa calma chicha no dura mucho. La condescendencia simpática o el tópico más o menos sobado desaparecen para dejar espacio a una denuncia cruda, casi a un esperpento moral. De la pesadilla cómica al horror posible. De los abrazos y besos a la violencia como banalidad. Casi no lo notaste, pero el cambio no por gradual dejó de ser menos brusco en su aspecto más ético.
- Cosas lindas o feas. Se habla mucho, aunque quizás no lo parezca tanto, de lo que supone escribir o crear. Y este es uno de los puntos claves que se relaciona con otros de parecida importancia y dificultad. ¿El artista debe ser buena persona? ¿El artista, para mejorar el mundo, debe decir cosas buenas? No y No. Eso responde convencido el protagonista. La obra literaria debe ser autónoma y libre. Y, al contrario que políticos y otros sinvergüenzas, debe contar las cosas como son, sin miedo ni disimulos, lejos de la mentira oficial que se esparce/vende/propaganda mediante cada día. El compromiso supone riesgo, sinceridad, crítica, no cobardía, trampa o más oscuridad, ni mucho menos masajeo ni apuntarse en cada momento a la moda que dicta del poder ese rato. La literatura debe servir de espejo, no como panfleto o manual de ciudadanía, para que el lector, a través de los personajes, entienda, asimile de forma indirecta, absorba los valores o sus contrarios encarnados en seres de ficción contradictorios de tal forma que pueda desarrollar sospecha, capacidad analítica y un mínimo de interés por el mundo para así salir de su minucia personal tan irrelevante y burda o intercambiable.
Y otra pregunta. ¿Importa que el autor haya vivido lo que narra? Tampoco, eso es lo de menos, morralla, pienso de chismosos. Lo que cuenta es la verosimilitud de la ficción, su lógica interna, no la trivial vida del autor.
Es muchas cosas esta película, pero una de las más llamativas, y supongo que polémicas y discutidas, consiste en la denuncia, a través de una parodia muy ácida, de la Argentina pueblerina llena de cazurros, caciques y estupidez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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6
24 de enero de 2016
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer a Wallace es una experiencia tan poderosa e inaudita, tan intensa y entretenida que uno comprende rápidamente que se convirtiera en un mito en vida, quizás todavía más en muerte.
Un joven que hablaba desde el corazón del imperio, desde dentro, desde las tripas, desde el intestino, desde él mismo, a otros como él, o algo parecidos, no tan afectados ni tan lúcidos ni tan literariamente superdotados, pero sí tocados igualmente, irradiados por la onda expansiva/nociva de la cultura norteamericana, si entendemos esta como el epítome de la era tecnológica, capitalista y de un progreso tan compulsivo como sin dirección ni sentido.
Un escritor que retrataba un mal espeso y sordo, un dolor agazapado tras los efluvios, cantos de sirena, optimistas de la ironía televisiva, ese Leviatán moderno tan divertido, y publicitaria (o de cómo venderlo todo haciendo creer cualquier cosa, aturdiendo, utilizando los mismos instrumentos que supuestamente la cuestionan, riéndose de sí misma para ser aún más eficaz, para desactivar al posible enemigo y tratar de seducir al más renuente cliente o escéptico consumidor).
Un heredero atento y esforzado de la brillante tradición posmoderna de los cincuenta y sesenta (los Barth, Pynchon, Gaddis... ), que primero se amamantó e ilustró bajo esa sombra protectora e instructiva, pero que luego en cierto modo la rechazó, ya que consideró que no era suficiente, que no bastaba con la sonrisa vitriólica, no valía con destruir lo dado a través de la inteligencia y la sátira, que el dolor seguía ahí y era muy hondo. De ahí que, con el tiempo, tratara de hacer una literatura "sanadora", por llamar de alguna aproximada manera a una creatividad mezcla de juvenil impulso y destructiva disolución tamizada por la desesperada necesidad de cierta paz, moral, que "sirviera" para algo, que curara las heridas, que calmara la angustia, más cerca de Tolstoi, el realismo decimonónico y su ambición humanista que de trucos vanidosos y relamidos que tienen como casi único fin demostrar el inmenso talento del autor en cuestión, sin por ello, por supuesto, perder todo el potencial formal tan desasosegante/deslumbrante y libre, quirúrgico y visionario. Esa fue una de sus luchas, recuperar el sentido más idealista de la literatura sin renunciar a su esencia iconoclasta y experimental.
Libros de una complejidad endiablada, escindidos, retorcidos sobre sí mismos infinitamente, llenos de juegos, espejos, chistes cultos, ingenios y brillantez, de una hiperconsciencia hambrienta y ensimismada y, a la vez, capaces de analizar rigurosamente la realidad mediante una penetración incisiva y desoladora, a tumba abierta una mirada que aúna la pura épica aventurera con la metaficción más kafkiana, lo enrevesado y autoconsciente con lo evasivo y más imaginativo.
Un hombre enfermo y genial que alternaba profundos estados depresivos (el suicidio, su deseo y horizonte, como único atisbo o salida ante un daño apabullante y totalizador, cada célula de tu cuerpo supura sufrimiento y estupor) con otras etapas de una actividad literaria y social frenéticas. Atormentado por una autoexigencia imposible de soportar para una estructura psicológica y humana tan frágil y desvalida, que en público hacía denodados esfuerzos por resultar atractivo y encantador, pero que en privado se flagelaba (por su necesidad de atención y su interpretación de un personaje que él sentía como falso, "El neón de siempre", en este sentido, sería un relato en el que se explicaría de forma perfecta esa sensación angustiosa) hasta la exasperación.
Acorazado tras su bandana (el sudor como mancha ominosa que denotaba su gran inseguridad y miedo, su corazón delator), unas gafitas de intelectual de medio pelo y un arsenal de sustancias de las que tenía un conocimiento enciclopédico, este hombretón no aguantó ya más y el doce de septiembre de dos mil ocho se ahorcó. Tenía cuarenta y seis años y dejaba tras de sí una obra fabulosa.
¿Y la película?, me preguntaréis apasionados y ansiosos, después de haber leído ávidamente esta tesis doctoral en miniatura refulgente.
Pues muy flojita, amigos. Inspirada en unos días que pasaron el escritor en ciernes con el recién consagrado, se trata de un apreciable, pero fallido, esfuerzo por seguir los pasos del héroe, sus huellas legendarias, los restos pasados del naufragio, los negros augurios. Cuando acababa de llegar a la escena y recogía las flores tras su monumental "broma infinita". Había salido de graves crisis psiquiátricas con sus correspondientes internamientos y se había recompuesto para lograr escribir esa obra inabarcable y abismal, una especie de confesión mastodóntica o reflejo distorsionado y aumentado de su mundo enloquecido, voraz y circular, de nuestra pesadilla actual sublimada y desquiciada.
El actor elegido afea y embrutece a Wallace. El guion ablanda y simplifica su fulgor. Se tocan de refilón los asuntos clave; superficial, correctamente. Sigue la estructura conocida: presentación, buen rollo, charlas, pequeña crisis, reconciliación, confesión... Queda una figura chata, limada en los extremos, no vemos casi nada de su locura, muy poco de su tremenda inteligencia. No está mal del todo, es interesante y digna finalmente, pero nos sabe a muy poco.
Ferdydurke
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