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Críticas de Marty Maher
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Críticas 68
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
24 de abril de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una diferencia de poco más de un mes, la distribuidora Alfa Pictures va a estrenar dos películas de zombies en nuestro país. Lo más curioso del asunto no es precisamente la decisión de estrenar dos cintas del mismo subgénero tan concentradas en el tiempo, sino que ambos títulos, a pesar de su coincidencia temática, no podían guardar más diferencias. No crezcas o morirás intentaba trascender su consideración genérica en dos sentidos: el argumental y el formal. Desgraciadamente, sus pretensiones no conducían a ningún lugar seguro, estableciéndose así un paralelismo entre las desventuras de los adolescentes protagonistas y el destino de la película. Y ahora toca hablar de Generación Z, un filme mucho más convencional en su estructura y su narrativa; pero tampoco podemos decir que esté exento de originalidad, pues la idea de hacer un parque jurásico con zombies es bastante atractiva. No es casualidad que sea esta distribuidora la que se haya atrevido a estrenar dos propuestas con zombies pero abordadas desde perspectivas totalmente opuestas, pues siempre se ha caracterizado por la variedad de sus compras. Sin ir más lejos, su hermana Betta Pictures se ha atrevido a estrenar títulos tan controvertidos como Lost River y High-Rise, que llegará a España el próximo 13 de mayo.

Por contextualizar un poco, la película se desarrolla en un mundo ficticio que años atrás salió victorioso de una guerra contra los zombies. Melanie, la protagonista, es una joven que sufre un gran trauma, pues tuvo la desgracia de ver cómo sus padres morían una vez convertidos en zombies. Para intentar desahogarse un poco, decide viajar junto a su novio a una isla paradisíaca en la que se ha construido un Rezort en el que poder vivir aventuras y matar algunos zombies. Pero, por causas que en un principio desconocemos, el sistema de seguridad de la isla se descontrolará y se verá obligada a enfrentarse a su pasado y a afrontar y (re)conocer la verdadera naturaleza de la especie humana.

Volviendo al tema que nos concierne, es preciso mencionar que Generación Z pone sobre la mesa temas muy interesantes, como por ejemplo la progresiva pérdida de humanidad de nuestra especie, aquí aplicada de forma más que inteligente en un contexto inundado por muertos vivientes. Pero el fondo es mucho más complejo que eso, aunque la forma de llegar hasta ese punto quizá no sea la más adecuada en algunos momentos. Y es que la película de Steve Barker tiene muchos problemas, siendo el primero y más importante de ellos la sensación de vivir en un déjà vu continuo, algo bastante decepcionante si tenemos en cuenta la novedad del planteamiento. La narración jamás se preocupa por esquivar los lugares comunes; más bien al contrario, pues los mismos acaban por convertirse en el principal vehículo narrativo de la cinta. Sin embargo, entre sus logros encontramos la capacidad de mantener la tensión durante su hora y media de duración, sin un sólo bajón considerable de ritmo o intensidad.

Generación Z es muy entretenida, pero la escasa profundidad de sus personajes, que en ocasiones imposibilita comprender el porqué de sus acciones, nunca está a la altura de los temas que plantea. A pesar de quedarse a medio camino en prácticamente todo lo que propone, podemos disfrutar de un filme que, cuando menos, nos compensará con los ingredientes habituales del cine de terror. La sensación, no obstante, no deja de ser un tanto agridulce, pues modificando algunos detalles podríamos estar hablando de un título con muchas cosas que decir. Le falta algo de mala leche en los momentos de mayor desenfreno y violencia, pero también una visión más adulta y comprometida a la hora de tratar el trauma de la protagonista. Una película para disfrutar durante el visionado y no darle demasiadas vueltas fuera de la sala.
Marty Maher
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2
24 de abril de 2016
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cultura asiática -y por tanto, japonesa- es, por desconocida, muy atractiva para el ciudadano de occidente. Amelie es una joven belga fascinada con todo lo relacionado con Japón, que además vivió allí los primeros años de su infancia. Lejos de su tierra natal, la joven se ha sentido siempre atraída por su cultura. Es por eso que, al cumplir los veinte años, decide emprender un viaje sin billete de vuelta a Japón. Para subsistir decide dar clase de francés, en las que conocerá a Rinri, su único alumno, con el que entablará una amistad que más tarde acabará siendo el romance que da nombre a la cinta.

Romance en Tokio es una película que nace muerta. Todo en ella resulta insípido y anodino. Si el fondo es incapaz de generar cualquier tipo de sensación, quizá por la naturaleza del relato o por culpa del propio Stefan Liberski, su acabado visual está tan relamido -lo que podríamos llamar sin ningún problema estética jeunetiana- que su apoyo es meramente circunstancial. Es bastante paradójico que una cinta tan atractiva (o más bien llamativa) visualmente sea tan sosa; tan artificial que en ningún momento parezca ir a trascender la peculiar relación amorosa entre la chica europea y el chico japonés. Es el choque entre culturas, las dificultades que tiene Amelie para comportarse como una verdadera japonesa -su sueño desde pequeña-, el causante de la mayoría de situaciones cómicas que tienen lugar en la película. El metraje está inundado en su mayoría de momentos graciosos y/o divertidos, aunque en el tramo final Liberski intenta dejar un poso dramático totalmente innecesario. Parece que únicamente lo hace para encontrar justificación a las decisiones de la protagonista.

Si durante la primera mitad de película es bastante fácil sentirse atraído por la historia y su nada original pero dinámica forma de narrarla, la segunda se hace cuesta arriba y pierde la poca gracia que tenía anteriormente. Toda la simpatía que desprende Romance en Tokio es gracias a su carismática actriz protagonista, Pauline Etienne. Sin ella, el filme sería mucho más insípido de lo que es. Puede que víctima de la novela autobiográfica de Amélie Nothomb, el trabajo de Stefan Liberski no haya sido capaz de avivar una historia que parecía contar con los ingredientes necesarios: actriz idónea, exotismo, folclore, estética atrayente…

Desgraciadamente, Romance en Tokio resulta bastante artificial en todo momento. En este tipo de películas es bastante común que se transmita esa sensación, sobre todo cuando se hace uso de la imaginación de los personajes, algo que aquí ocurre. Pero el problema que tengo con ella es bastante más importante y profundo (y, probablemente, irremediable). No es ya cuestión de que el envoltorio me resulte artificial, que me lo parece pero no me molesta por sí mismo, sino la falta de esencia y alma de la propia película, cuya falta de chispa y de gracia no permiten que conecte en ningún momento. Ni siquiera es original, cualidad que en este contexto era bastante fácil que apareciera. Cuando algo nace muerto, es sumamente complicado que reviva en poco más de hora y media. Dicho esto, Romance en Tokio no es una película que me parezca especialmente mala, pero sí una que no me dice nada y en la que no logro involucrarme.
Marty Maher
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3
24 de abril de 2016
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría de óperas primas, por interesantes que sean, acaban sufriendo problemas de muy diversa índole. El primer paso para crecer y madurar como director es errar, eso lo deberíamos tener todos claro. Llegar y besar el santo se ha hecho muy pocas veces, además de no haber sido siempre sinónimo de éxito. David Cánovas demuestra tener cierto talento (con el paso del tiempo habrá que cuantificarlo) tras las cámaras, algo que no se puede decir que abunde en una industria en la que cada vez importan menos las capacidades. Y eso es lo que verdaderamente importa en un primer largometraje, más allá del análisis que pueda realizarse de la cinta, el cual no deberá ser más o menos benévolo según la experiencia que tenga el director. En este texto hablaré sobre La punta del iceberg, la ópera prima del director canario, que competirá en la Sección Oficial de la decimonovena edición del Festival de Málaga.

La punta del iceberg es la adaptación de la obra de teatro homónima creada por Antonio Tabares. En ella, una empresa multinacional se ve sacudida por el suicidio de tres de sus empleados en apenas cinco meses. Sofía Cuevas (Maribel Verdú), alto cargo de la compañía, es enviada desde la sede central a aquélla en la que han tenido lugar dichos incidentes para elaborar un informe interno que pueda explicar las causas de tamaño problema y sus soluciones. Sofía, a su encuentro con los variopintos trabajadores de la empresa, irá descubriendo un ambiente cargado de presión, con un jefe cuyo plan empresarial no tiene la menor consideración por la vida personal de sus empleados, pues concede prioridad absoluta a los resultados. Con la ayuda de los empleados más vulnerables, irá recomponiendo poco a poco la situación personal de cada uno de los suicidas, lo que hará que se cuestione incluso su propia actitud y ética laboral.

La punta del iceberg es un (interesante) estudio sobre las relaciones humanas en un entorno laboral competitivo y hostil. El problema es que, una vez se ha entrado en materia y se han puesto de forma más que honesta las cartas sobre la mesa, el maniqueísmo se apodera de la película y comienza a destruirla paulatinamente. Así, se empiezan a ver las costuras de lo que hasta entonces se mostraba como un guion sólido y notable en la construcción de personajes. Este thriller dramático funciona mejor cuanto más alejado está del pasado de sus secundarios y del drama interior de su protagonista. Desgraciadamente, ambos elementos acaban conectando, y es en ese preciso instante, bastante cercano a la conclusión, cuando los cimientos del filme se tambalean por culpa de una manipulación que, lejos de subrayar, resta fuerza a unos hechos y situaciones que no necesitaban filtros de ningún tipo. En el resto de aspectos es un debut cercano al notable, pues incluso algunas decisiones incomprensibles de guion -como esas escenas explícitas de los instantes anteriores a los respectivos suicidios- son salvadas por una ejecución de nivel en las escenas menos teatrales y más poéticas de la película.

Ahora hablemos de lo bueno, que no es precisamente poco. Como ya he dicho, sólo un par de escenas aisladas rompen con la puesta en escena teatral del filme, resuelta a las mil maravillas gracias a un reparto colosal. Si el guion me parece bastante flojo en general, es igual de justo destacar el cinismo de unos finísimos diálogos a la altura de sus emisores y receptores. Brillan desde Maribel Verdú -como casi siempre- en el papel protagonista, hasta Bárbara Goenaga en el personaje menos agradecido de todos. Pero el que se lleva la palma no es otro que Carmelo Gómez, uno de los mejores actores en activo de nuestro país y el robaescenas de la película. Ni siquiera en los momentos menos inspirados del filme disminuyen sus prestaciones -las de todo el reparto-, sin duda el mayor activo de cuantos dispone Cánovas.

El thriller de David Cánovas es más que correcto y mantiene la tensión en todo momento sin necesidad de recurrir a los puntos de giro como sustento narrativo. Sin embargo, sus evidentes tics maniqueístas hacen de lo que podía haber sido entre bueno y notable algo simplemente interesante. Pero la entidad de lo que se nos está contando es tal que ni siquiera las acciones más deshonestas podrían emborronar por completo el fondo y mensaje de esta ópera prima. El capitalismo es feroz y despiadado; el maniqueísmo, contraproducente.
Marty Maher
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5
24 de abril de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trumbo corría el riesgo de ser concebida bajo la muy frecuente (y dañina) etiqueta de “película necesaria”. Afortunadamente, y aunque uno de sus objetivos sea presentar los escabrosos hechos que rodearon la figura de Dalton Trumbo, el film de Jay Roach consigue alejarse desde los primeros compases de la intrascendencia cinematográfica que conlleva dicha etiqueta. Eso no quiere decir que no pueda ser intrascendente, o que no haya gente a la que se lo pueda parecer. Pero, en caso de serlo, lo será por motivos muy diferentes. En una decisión muy inteligente, el director estadounidense decide mantenerse fiel al resto de su filmografía; los toques humorísticos son una constante en este drama biográfico, tan alejado de la corriente actual de biopics como cercano al clasicismo de tantísimas películas estrenadas en el lapso de tiempo en que se desarrolla la cinta. Sin alardes de ningún tipo en la puesta en escena, que por momentos resulta incluso algo prefabricada, Trumbo encuentra sus virtudes en la continuidad cronológica y el ritmo de su narración. Y en su descomunal reparto, por supuesto.

En 1943, año en el que arranca la película, el confeso comunista y activista político Trumbo era el guionista mejor pagado de la industria hollywoodiense. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, dio comienzo la Guerra Fría, que enfrentaba a los americanos con la URSS. Este hecho propició una caza de brujas contra cualquier acusado de lo que, según ellos, era el mayor delito que se podía cometer: ser comunista. Estas actividades se extendieron rápidamente a la industria cinematográfica, y algunos de sus miembros de más renombre se pusieron de parte del Comité de Actividades Antiamericanas y su cada vez más insistente campaña anticomunista. Esto acabó con Trumbo y algunos compañeros de profesión (e ideología) condenados a un año de cárcel por luchar abiertamente por sus derechos. Pero Trumbo era un hombre tan especial (escribía mientras fumaba en la bañera) como perseverante, y continuaría firmando guiones para todo tipo de producciones bajo diferentes seudónimos. Sus trabajos en la sombra para Vacaciones en Roma y El bravo fueron premiados con el galardón de la Academia a la Mejor Historia. Pero su trabajo a escondidas no sería recompensando hasta que Kirk Douglas, productor de Espartaco, se atreviera a declarar que la película había sido escrita por Dalton Trumbo. Para suerte de muchos, especialmente del propio guionista, el éxito que cosechó el film de Stanley Kubrick consiguió acabar con el bochornoso trato que recibieron los artistas comunistas en la meca del cine.

El guion de Trumbo, firmado por John McNamara, desarrolla todos los personajes en su justa medida, siendo el motor narrativo de la cinta el propio Trumbo y su carrera como guionista, mucho más importante que las evidentes disputas familiares derivadas de su situación laboral. Esto propicia que la mayoría de personajes se presenten algo desdibujados a excepción de Trumbo, pero las excelentes interpretaciones de todo el elenco de secundarios, conocedores a la perfección de su labor e importancia en la obra, minimizan los problemas que podían haber surgido de la naturaleza de sus propios caracteres. Así pues, se conforma una película coral en torno a la figura del protagonista interpretado notablemente por Bryan Cranston. Todos los secundarios aumentan sustancialmente el nivel de una cinta que podría haber caído en lo rutinario y en lo superficial. Quizá el más inspirado sea un divertidísimo John Goodman como productor de serie B, pero sería injusto menospreciar el trabajo de Helen Mirren, Michael Stuhlbarg, Diane Lane, Louis C.K. o Elle Fanning.

Trumbo no es un trabajo brillante ni un biopic ejemplar, pero sí un notable entretenimiento que combina a la perfección el drama con el humor. Pese a que casi cada escena esté acompañada por algún gag tan oportuno como efectivo, la película no pierde en ningún momento su claro (y ácido) componente denunciatorio y los tintes trágicos de un intervalo de la historia del cine que jamás debería ser olvidado. Un escándalo en el que se vieron implicados muchísimos nombres de importancia en la industria y que a día de hoy aún sigue levantando ampollas. Una película importante, por lo que trata y por cómo lo hace.
Marty Maher
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1
19 de abril de 2016
13 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patricia Riggen parece luchar por hacerse con algún galardón importante con su película Los milagros del cielo, algo que se evidencia desde su enfático título introductorio: “Lo que va a ver está basado en una historia real”. En vez de avisarnos, como es habitual, de que la película está basada en hechos reales, la directora norteamericana da un paso de gigante y nos previene ante lo que vamos a ver con una frase mucho más sugerente de lo habitual. Como nos daremos cuenta en cuanto su criatura dé sus primeros coletazos, el galardón del que hablábamos no es otro que el de la película más manipuladora de la historia. Todo maniqueísmo se convierte en una nadería tras ver esta cinta, cuyo adoctrinamiento es severamente peligroso. Y lo cierto es que la historia real podría haber dado pie a una ambigüedad muy interesante en cuanto al “milagro” ocurrido, siempre y cuando hubiera sido abordada desde un punto de vista sin filtro alguno.

La película narra la historia de Anna Beam, una niña de doce años que padece una extraña enfermedad que le impide digerir los alimentos. Sin embargo, la verdadera protagonista de la película es Christy Beam, madre de la pequeña y autora del libro en el que está basada la cinta. De forma mucho más efectista que efectiva, Riggen escoge el lugar donde poner la cámara dependiendo de la situación de Christy. Se contraponen así los planos filmados desde el cielo, a ojos de Dios, que coinciden con los momentos en los que su fe se encuentra intacta, con aquéllos en los que su pérdida de fe es representada mediante planos filmados desde el suelo, una posición terrenal en contraposición a la celestial de los primeros. Este recurso sobre el papel es interesante, pero las intenciones de la película lo convierten en un capricho y en otro vehículo más para desplegar la maquinaria de manipulación.

Este panfleto religioso culmina con una última media hora de comedia involuntaria en la que no pude evitar carcajearme, cuyo mensaje -subrayadísimo, por cierto- probablemente suponga un insulto incluso para algunos devotos. Los milagros del cielo desprecia por activa y por pasiva el agnosticismo y el ateísmo. Lo que parece no tener en cuenta su directora es que su falta de sutileza puede jugar en su contra y molestar al público objetivo de tal vehículo de manipulación. En este caso, decisiones como tomar constantemente primeros planos de niñas llorando con la música a todo trapo pasan a un segundo plano, pues la mayor de las manipulaciones surge de las intenciones aleccionadoras del creador de la obra en cuestión. Estas intenciones salen a la luz demasiado rápido y sin que el espectador haga un gran esfuerzo por descifrarlas: no hay más que ver las imágenes de archivo del final y observar las diferencias entre la familia real y la de ficción. Pero no, por desgracia esto no es Lo imposible, es mucho peor (en todos los sentidos). Otra muestra inequívoca de la poca honestidad de la cinta es que juega a su antojo con el punto de vista. Si la misma se basa en el libro escrito por la madre, ¿por qué una de las escenas más manipuladoras no cuenta con su presencia? La película responde esta pregunta en cada secuencia, cada escena y cada plano.

Una pena que Sony España tenga que cargar con producciones tan dañinas. Hay películas malas a las que les deseo lo mejor en taquilla por sus buenas intenciones; sin embargo, Los milagros del cielo es un caso aparte y no merece que nadie pague una entrada de cine por ella, si acaso los más fieles seguidores de los valores y la mentalidad que aquí se tratan de imponer. En lo que a mí respecta, nos encontramos, probablemente, ante el producto más manipulador que haya podido ver. No tengo ninguna duda de que, al menos a día de hoy, el cuarto largometraje de Patricia Riggen es la peor película del año.
Marty Maher
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