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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 920
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
7 de septiembre de 2020
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi 30 años después, “Silencio roto” sigue siendo la gran obra maestra de Montxo Armendáriz, una de las mejores películas de nuestro cine y el matrimonio perfecto para ver junto con “Maquis” de Rubén Burnén, que se acaba de estrenar en Filmin.

Porque esta asfixiante historia coral (cuanto menos sepas de sus personajes antes de verla, tanto mejor, porque deparan sorpresas mayúsculas), ocurrida en un recóndito pueblo navarro, donde todo el mundo se conoce, donde todos saben en qué bando han luchado tras una Guerra Civil aún en carne viva 5 años después, donde el monte está lleno de confiados y optimistas maquis que creen que recibirán pronto la ayuda de las democracias extranjeras para acabar con Franco (el optimismo siempre ha conducido a la perdición en todos los tiempos), de cuarteles de la Guardia Civil donde anida el terror, de calles vacías y muertas por las noches, de silencios ominosos y opresivos impuestos por la fuerza, de luchas cainitas entre vecinos, de rencillas enquistadas, de carros que son llevados a la puerta del cuartelillo (esa escena es una de las más impactantes de nuestro cine), pero sobre todo…

Sobre todo de mujeres silentes que callan y sufren mientras que ellos luchan. Lo de ellos es disparar, pero el sufrimiento, la represión, la retaguardia, la organización y el castigo recae sobre todo sobre esas mujeres que, lejos de conformarse con el papel que les concedió su época, quieren trascenderlo para luchar desde su propia trinchera doméstica, quizás la más difícil y sangrienta de todas ellas. Y es ahí donde esta película se encuentra directamente con la maravillosa y recién estrenada en Filmin "Maquis".

Y ese es el panorama que encuentra Lucía cuando retorna al pueblo varios años después de que mataran a su padre por rojo y se refugia en casa de su tía, casada con uno de los franquistas acérrimos de la población. Lucía se reencontrará con una galería de personajes del pueblo que siguen atrapados en la misma tesitura en la que los dejó, incluido Manuel, por el que tantas cosas siente, un fantástico Juan Diego Botto.

Porque la película es Lucía y Montxo Armendáriz, sabio artesano de nuestro cine, sabe que puede y debe cargarla íntegramente sobre los hombros de la gran Lucía Jiménez, diosa de la interpretación y aquí en el gran papel de su vida. El recital de Lucía Jiménez en cada escena de la película (aparece prácticamente en todas ellas) es de los que hacen época porque se sabe la piedra angular de la historia y de la película, porque ambas gravitan sobre esos preciosos ojos tristes que llenan pantallas y corazones.
Sergio Berbel
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10
6 de septiembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no sería yo si Woody Allen no hubiera existido, posiblemente el cineasta más influyente en mi forma de ver el mundo y la vida. Y “Delitos y faltas” es una de sus más inmensas obras maestras, probablemente su obra cumbre, y se cumple el XXX Aniversario de su estreno.

¿Cuál es la característica más fácilmente reconocible de una obra maestra? Que da igual el año o el momento de tu vida en el que la veas, siempre funciona como el primer día. Y estamos ante el paradigma perfecto de ello. “Delitos y faltas”son, en realidad, dos películas en una: un drama existencialista y ético de dolor y culpa que pareciere salido del insondable pozo de Bergman (cineasta imprescindible para entender a Woody Allen) y una comedia divertidísima donde Allen hace de sí mismo con diálogos brillantes y chispeantes.

Drama y comedia no se rozan durante el metraje de la película hasta un cierto momento concreto. Son absolutamente independientes. Y ambas son maravillosamente deliciosas. Acongoja el alma y la encierra en un puño en su parte dramática (preludio bastante expreso de su posterior obra maestra “Match Point”) con una historia de un médico rico que vive amenazado con la posibilidad de que su amante se presente en su casa y le cuente todo a su mujer; plena de carcajadas, ironía y humor negro marca de la casa en su vertiente cómica, con un Woody Allen en estado de gracia haciendo de sí mismo y con una relación de confianza y confesión con su sobrina absolutamente hilarante.

Todos los elementos fijos en la filmografía alleniana están presentes en esta obra maestra: el azar como única explicación del éxito y el fracaso, la muerte, las infidelidades, el sexo, la culpa, los fuera de campo, los diálogos profundos a la par que brillantes, los personajes perfectamente radiografiados, la miseria del ser humano, unos créditos y una BSO jazzística como todo fan alleniano espera… Todo en estado puro se encuentra en “Delitos y faltas”, rodada en el momento de madurez creativa más extraordinario de Allen y una de sus más grandes obras maestras.
Sergio Berbel
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10
6 de septiembre de 2020
5 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Maquis”, la òpera prima de Rubén Burén, es una película, sobre todo sorprendente, muy sorprendente en varios sentidos diferentes y divergentes, a cual mejor:

1.- Primero por abordar un tema tan poco usual en nuestro cine como los maquis (desgraciadamente, es tan vergonzosamente desconocido en nuestra sociedad que la película hace bien en comenzar con la acepción en el diccionario de la citada palabra para las generaciones presentes, y no sólo presentes, que opinan sin saber y sin conocer).

2.- En segundo lugar, por tratar el tema a través de las mujeres que están en el pueblo apoyando desde el mismo a los que se echaron al monte (una película en la que no existe un solo personaje masculino, en el que no aparece un solo actor). Las mujeres se apoyan entre sí, pero también se vigilan y se acusan, según los bandos bien marcados y bendecidos en misa, con un cierto aire a Bernarda Alba sobrevolando las habitaciones llenas de espejos de esa recia casa castellana totalmente asfixiante.

3.- Por rodarse íntegramente en blanco y negro, en un blanco y negro (un alarde técnico imprescindible como finalidad narrativa de Eugenio Tardón) quemado en sus huecos al exterior por la luz de sol que todo lo achicharra y, sobre todo, que todo lo ilumina, porque en esos pueblos castellanos de 1949 nada se oculta, todo es público, todo se fiscaliza, todo se comenta, todo se censura, hay que poner luz sobre todo, no cabe rincón oscuro y privado alguno.

4.- Y, finalmente, sorprendente por el nivel interpretativo de su elenco actoral, absolutamente sublime en su conjunto, todo compuesto exclusivamente de actrices, pero donde refulge con luz propia, brillando por encima de todas las cosas, Fátima Plazas y su eterno personaje de Sagrario, un ser humano lumínico que representa el bien intentando sobrevivir entre océanos de mal, la inocencia luchando contra lo retorcido, la pureza contra lo enrarecido. Sagrario es un personaje difícil de olvidar gracias al milagro que Fátima Plazas alcanza en esta cinta, secundado por una interpretación de Zaida Alonso como Adela igualmente luminosa pero aderezada con una capa impagable de rebeldía y coraje. Es imposible no enamorarse de Sagrario, pero es igualmente imposible no empatizar con Adela.
Mientras que Paloma Suárez es la matriarca, la Bernarda Alba de esta casa sin hombres en un pueblo donde los hombres siempre están fuera de cámara y micrófono, donde se sabe de ellos por referencia, por la sombra que proyectan sobre unas mujeres dominadas y cosificadas como un elemento más del ajuar doméstico, situación contra la que Sagrario y Adela pretenden rebelarse, cada una por un camino diferente pero concurrente.

Todo ello, además, aderezado de un continuo juego de reflejos en los espejos de los personajes que permiten una polivisión de los mismos maravillosa, un alarde de Rubén Burén en su ópera prima que demuestra que es un director de talento y de futuro. Junto con “Una vez más” de Guillermo Rojas, “Papicha, sueños de libertad” de Mounia Meddour y (seguramente confirmado en cuanto la vea) “Las niñas” de Pilar Palomero, las asas donde agarrarse para sobrevivir a este infernal 2020.

Una estructura dividida en episodios con un título formado por una dicotomía de palabras unidas por una “y” todos ellos, que ayuda a crear una estructura unitaria en la que jamás se cae en el aspecto discursivo político, sino en el dolor humano de las mujeres y en su reacción diferente ante el mismo en cada una de ellas, con la violencia física siempre fuera de campo, siempre intuida y no mostrada, lo cual la hace mucho más terrorífica y creíble para el espectador.

Y su escena final, su impagable escena final, cuando el telón baja y el color vuelve a la cinta, y entendemos todo lo que pasa dentro del personaje acunados por una canción tristemente impactante. Y sabemos que hemos visto una película NECESARIA, insisto, NECESARIA en estos tiempos que corren.
Sergio Berbel
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10
5 de septiembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ocurre con “Delitos y faltas” (1989), “Maridos y mujeres” (1992) corresponde a la etapa más madura y profunda de la filmografía de Woody Allen, la que transcurre a medio camino entre las décadas de los 80 y 90. En “Delitos y faltas”, Allen mezclaba drama y comedia; en cambio, en “Maridos y mujeres” prescinde de la parte cómica para centrarse sin piedad alguna con sus personajes ni con nuestra sociedad en un análisis serio sobre las relaciones de pareja y la imposibilidad de la felicidad.

Para ello, utiliza un artificio narrativo muy querido por el gran genio norteamericano, que es el falso documental, donde va intercalando la historia como tal con intervenciones a cámara de sus protagonistas explicando determinadas perspectivas de los hechos que se van narrando en la cinta a un supuesto narrador del documental, algo que sitúa al espectador y que ayuda a entender la magnitud de la tragedia que se cierne sobre toda relación de pareja, además de otorgarle grandes dosis de realismo.

Woody Allen nos cuenta la conmoción que causa en su pareja protagonista que otra pareja, sus mejores amigos, les anuncien con enorme naturalidad y sin trauma alguno que van a divorciarse. Es la palanca a partir de la cual las relaciones personales de los cuatro personajes van evolucionando: el matrimonio de Sydney Pollack (maravilloso siempre delante y detrás de la cámara) y Judy Davis parece estar en vía muerta porque confunden evolución de la relación con pérdida del amor (craso error que ha dado lugar y sigue dando a grandes tragedias personales); el de Woody Allen y Mia Farrow parece mucho más estable, sin embargo ambos saben que se sienten atraídos por otras personas (hipnótica y electrizante Juliette Lewis como alumna culta y creativa de Allen ante la que resulta imposible resistirse, uno de sus más grandes personajes).

Historias personales que se cruzan y descruzan como ocurre en las grandes obras de Allen. Nueva York como un elemento ineludible de la película. Frases ingeniosas que suponen análisis certeros y despiadados sobre la condición humana. Fueras de campo y largas escenas sin montaje rodadas cámara al hombro para remarcar su apariencia documental. Una voz en off intermitente… Todas las señas de identidad del cine de Allen (incluidos sus reconocibles títulos de crédito que ya me hipnotizan nada más desplegarse en una pantalla) están perfectamente conjugadas en esta obra maestra.
Sergio Berbel
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7
5 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lejos de ser su gran obra maestra (aunque sí la más conocida y galardonada, ni más ni menos que con 13 Premios Goya), porque para mí su gran obra maestra será por los siglos de los siglos “Cría cuervos”, “¡Ay, Carmela!” es un ejercicio valiente de funambulismo entre la comedia, el drama y la memoria histórica, una tragicomedia semimusical que bordea todos los límites posibles sin traspasar nunca ninguno, lo cual tiene un mérito capital, y que cumple ni más ni menos que 30 años de existencia.

Es la historia de tres personajes supervivientes natos (una Carmen Maura como siempre épica, un Andrés Pajares sorprendente por inédito en su dimensión dramática y un Gabino Diego solvente en su mudez), cómicos que van por los pueblos de la zona republicana en 1938 con su cutre espectáculo para entretener a los milicianos. Un buen día, terminan cayendo en zona nacional y tendrán que adaptarse a las circunstancias en su show o morir, de forma literal.

Magnífica y metafórica radiografía de lo que es la cultura en este país, una mala forma de ganarse la vida que tiene que tragar con todo y adaptarse a unos y otros, ser la voz de quien paga, sometiendo el ingenio y la creación artística al poder establecido para poder subsistir de mala manera. Como fue, es y será. Por desgracia. Y así nos va.

Mientras tanto, desfilan por delante de la pantalla las miserias del ser humano, y las de los dos bandos, algunas convergentes pero otras divergentes, porque la historia dista mucho de ser equidistante o equilibrada por más que muchos insistan en ello, y las del sinsentido de un conflicto bélico fratricida y destructor de un país ya miserable de por sí. Y la de las potencias fascistas aprovechando la manga ancha que se les permitía estando por aquí… Todo está perfectamente retratado y definido en una película que sabe no caer en la comedia ni en el drama, sino caminar valientemente entre dos aguas.
Sergio Berbel
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