Hay películas que parecen destinadas a engrosar las filas de los cientos de miles de detritus que se acumulan en los contenedores de nuestras ciudades, pero por eso mismo, tienen la ventaja de que a poco que ofrezcan que haga un mínimo de gracia son facilmente rescatables.

Así pues se plantea una partida de poker entre el espectador y la película, donde la audiencia tiene todos los ases para hundirla en la miseria. Lejos de rendirse el film se marca un farol con las pocas bazas que tiene, es decir, un humorista en ascenso como Jon Heder, un peso pesado como Billy Bob Thorton y el habitual cameo en este tipo de películas de Ben Stiller que, aunque ya empieza a ser cansino, siempre gusta al espectador.

Por eso el film sale airoso de la contienda, porque autoconsciente de sus limitaciones consigue que la aturdida audiencia se olvide de su manida historia de autosuperación, de que el amor es lo que salva a las personas e incluso de su mensaje pseudopolítico en contra del egoismo pisoteador y en favor de la cooperación entre las personas. Lo que el público ya espera es simplemente cual será el siguiente gag, y como hay muchos y algunos bastante buenos, al final sólo se recuerda que has visto una película que te ha hecho pasar un rato más que aceptable, y eso no es moco de pavo.

Lo mejor: Billy Bob Thorton
Lo peor: La presencia de Stiller empieza a cansar.