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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
8
Drama Biografía del polifacético Howard Hughes, un hombre que con el poco dinero que heredó de su padre se trasladó a Hollywood, donde amasó un gran fortuna. Fue uno de los productores más destacados del cine americano durante las décadas de los treinta y los cuarenta. Lanzó al estrellato a actrices como Jean Harlow y llegó a ser dueño de la RKO Radio Pictures. Pero Hughes, además de productor, fue un gran industrial y comerciante que ... [+]
27 de diciembre de 2006
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A primera vista, El aviador parece alejado de las constantes de Martin Scorsese, o sea, de la pura violencia gratuita, pero sólo a primera vista. Con esta libre biografía, Howard Hughes, a pesar de haber pertenecido al mundo real, pasa a formar parte del imaginario colectivo del último gran cineasta clásico. Scorsese encara una de sus mayores fobias (los aviones) y se centra en tres décadas para retratar a una de las personalidades más interesantes de nuestro pasado siglo. Con el rigor y la sobriedad que le caracterizan, encandila nuestras miradas (un Hollywood dorado fielmente diseñado por Dante Ferretti). Su maestría narrativa sigue al servicio de la montadora que más escuela ha creado, Thelma Schoonmaker, y prueba fehaciente de ello es el dinamismo que conllevan sus 166 minutos. Tras 15 versiones del guión a cargo de John Logan – añorado Paul Schrader, su colaborador habitual -, lo que quizás más se resiente, teniendo en cuenta su filmografía, es la música compuesta por Howard Shore (sólo reseñable en el pasaje final del Spruce Goose), la presencia escasa y desdibujada de algunos secundarios (Alec Baldwin y John C. Reilly), y cierta docilidad y desaparición en la autoría, tal vez por aquello de alejarse de su querida Little Italy y caminar en tierras ajenas.
Como reputado historiador de cine, Scorsese hace gala de sus virtudes componiendo una imagen certera y cercana de la gran Katherine Hepburn (gran Cate Blanchett), y en suma, una bella historia de amor entre identidades complejas y geniales – ofrecer una botella de leche es la mayor declaración de amor de un Leonardo DiCaprio que, por otra parte, añade un papel más de calidad a su ya de por sí dilatada carrera -. Por lo demás, un mundo de inconfundible marca, un viaje hacia una habitación vacía, no tan experimental como Ciudadano Kane, pero igual de sincero. Un nuevo paso estilístico de caóticos y precipitados, aunque más sosegados, movimientos de cámara, cine de despellejamiento, o lo que es lo mismo, la disección de una agitadora personalidad sometida a adversidades, cuya incontrolable energía y ambición acabó por traducirse en compulsiones de consecuencias autodestructivas y amistades solamente laborables. El masoquismo, o la dialéctica de la obsesión por el sufrimiento redentor; el concepto trivialmente moderno y eminentemente laico del aceptarse a sí mismo; prohibiciones y flashes cuya infracción puede acarrear la amenaza y el olvido públicos; la proyección exacerbada de pulsiones y fantasmas, o la afirmación de un deseo gratuito de llegar hasta el fin liberando las fuerzas más primitivas; el amor al cine, o el pomo de una puerta como homenaje a Hitchcock; la filmación, intensificación y transfiguración de lo real; el auto-análisis o la coerción sociocultural que contribuye a la alienación, al enclaustramiento en un universo estrecho, taponado, del que parecía no poder ni querer librarse Howard Hughes.
La Maga
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