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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
7
Drama Dos sistemas: por una parte, la maquinaria nazi y, por otra, la diplomacia del Vaticano y de los Aliados. Pero dos hombres luchan desde dentro. El primero es Kurt Gerstein (personaje real), químico y miembro de las SS que se encarga de suministrar el gas Ziklon B a los campos de la muerte. Pero eso no le impide denunciar los crímenes nazis a los aliados, al Papa e incluso a los miembros de la Iglesia alemana a la que pertenece, ... [+]
13 de abril de 2007
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Costa-Gavras vuelve a refrescar la memoria colectiva a pesar de su excesiva implicación personal. La polémica comenzó en la pasada Berlinale. Un cartel (una cruz convertida en esvástica) diseñado por Oliviero Toscani, fotógrafo habitual de las campañas de Benetton,causó conmoción. Rápidamente surgieron las reacciones (conmociones). Los críticos que, desde su catolicismo más apasionado, antepusieron sus convicciones a las cualidades artísticas del film; y los críticos que supieron separar la ficción de la realidad.
Riesgos
En efecto, el cine de Costa-Gavras es arriesgado. Al igual que algunos de sus compañeros de profesión (Bertrand Tavernier, Ken Loach, Fernando León de Aranoa...), siempre provoca una llamada de atención a los historiadores, sociólogos y políticos. En ese intento por desvelar la verdad (rigurosa o refutable en casos aislados), como en Amen, navega por las sombras peligrosas del panfleto (recuerden Pan y rosas de Ken Loach como un ejemplo reciente), rozando la vertiente demagógica y doctrinaria, culpables esenciales de que se palpe una evidente construcción tendenciosa del relato. Además, esto repercute en un cierto maniqueísmo y abuso de estereotipos: el malo muy malo, el bueno muy bueno…
No obstante, este tipo de directores están en vías de extinción, y su sola presencia en una sala de cine al menos no dejará indiferente y asegurará unos buenos minutos de concienciación. Su componente didáctico no se ve muy aderezado, consecuencia tal vez de un estilo visual muy personal, propio de la década de los ochenta y de los telefilms, y por tanto, muy austero y decadente. Esto también ocurre con sus esquemas narrativos, característicos de un cine de denuncia en ocasiones insípido.
El tren de la muerte
Amen se basa en una obra teatral de Rolf Hochhuth, El vicario (1963), y ha sido trasladada a la pantalla a través de una superproducción europea que deja ver en ocasiones un excesivo acartonamiento y precarios efectos especiales. Dos personajes (ambos formidables), el primero real, el segundo ficticio: Kurt Gerstein, oficial de las SS y especialista químico que colabora para acelerar el proceso de cremación con el que los alemanes exterminan a los judíos, y Riccardo Fontana, un jesuita que luchará por que la cristiandad se revele, haciendo caso omiso de sus intereses y respetando la dimensión humana. En definitiva, lo de siempre en Gavras, un hombre enfrentado a la maquinaria y corrupta política a través de un excelente uso de la elipsis (magnífico ese plano recurrente del tren, unas veces vacío, otras veces cargado de futura muerte), un auténtico género de terror si tenemos en cuenta escenas como la del crematorio, la mariscada o el primer encuentro entre el jesuita y el Papa Pío XII.
A través del contraste, el creador de Z, Estado de sitio o Desaparecido acierta con el énfasis en los detalles, engrandece a sus héroes y sugiere una Iglesia indolente, hipócrita, avariciosa, cobarde, que antepone el dogma a las personas.
La Maga
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