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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
9
Drama Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
15 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nacido para perder, viviendo para ganar. La máxima del gran personaje que la novela de Walter Tevis dio, como un presente envenenado, a la sociedad norteamericana, y que tan bien readapta Robert Rossen y Sydney Carroll en El buscavidas, la decadente y enérgica epopeya de un tramposo por América. El dinero y la fama se esbozan como resultados del éxito entre las sibilinas sonrisas de especuladores, corredores y ventajistas, prometiendo el Cielo mientras hacen de la vida un infierno. Falsos profetas del s. XX que guían a sus discípulos al pecado, pastores que llevan sus ovejas al matadero solo por orgullo. Y para lo que solo necesitan ovejas descarriadas. Eddie Felson (Paul Newman) es una de ellas; la rápida bala perdida que, entre apuestas, bolas y carambolas ve su vida escapándose con cada juego, con cada copa, con cada intento.

El billar es solo el hilo conductor del que se vale el director estadounidense para construir un embrutecido melodrama sobre fracaso, perdición y soledad, poniendo en vista de todos el modelo de éxito con el que Estados Unidos, la tierra de las promesas, engaña como tramposo con corbata a aquellos que nacieron para perder. Podemos saborear la desolación de Eddie en cada vaso de J.T.S. Brown en la saeta del alcoholismo trovada en bares y salas de apuesta por Rossen, donde la vida es del color del dinero. Algo para lo que un joven Paul Newman es perfecto, seduciéndonos con su encanto, involucrándonos plenamente con él aunque su carácter de arrogante vividor trate de impedírnoslo.

Un filme de emociones descontroladas, de alguien que, como Takashi Shimura en Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), no es capaz de entender su propia alma. No es capaz de comprender el torrente de emociones que lo inunda cuando Sarah, maravillosa Piper Laurie, se cruza en su vida como un rayo de esperanza difuminado en el ocaso de una mesa de billar. Dos muñecos rotos con soledades compartidas embriagándose de la realidad que necesitan para vivir, para lidiar con la agonía y la depresión que los desgarra, que hiere entre güisqui y vino amargo. Con este doloroso retrato de alcoholismo, depresión y soledad, Rossen nos ahoga en el desamor y desesperanza de dos jugadores que lo apostaron todo, uno al éxito, otra al amor, en la trucada quiniela de la vida.

La decadencia se viste de presión y tensión, máximas que explota la fotografía de Eugen Schüfftan enclaustrando a sus personajes en atmósferas deprimentes y lóbregas bajo la maestra dirección de Rossen. Es absolutamente fascinante la forma de atraparnos en la amoral sociedad de fulleros y ventajistas desde prácticamente el planteamiento de la película, con la inmortal contienda entre Eddie y el Gordo de Minnesota (Jackie Gleason) de la que, al igual que el protagonista, no podemos salir. Una partida más. Otra. Otra. Pasan las horas. La presión y la tensión crecen con cada mirada, con cada golpe, con cada copa. Siguen pasando las horas, algo de lo que Rossen, al igual que Fred Zinnemann en Solo ante el peligro (1952) no quiere que nos olvidemos utilizando planos detalle de relojes en los que las manillas anuncian el fatídico destino de Eddie. Es antológica la presentación del Gordo de Minnesota. Cuando entra, todos, incluidos nosotros, sabemos quién es. La soberbia elegancia, la imperturbable serenidad, el porte y presencia de los que un inolvidable Jackie Gleason hace gala acompañan los diálogos que en seguida ponen sobre la mesa el desenlace de la reyerta, mostrándonos desde el Gordo todo lo que le falta a Eddie para ganar; personalidad y temple.

Los otros dos personajes que completan este camino a la perdición son Charlie (Myron McCormick) y Bert (George G. Scott), las dos caras de una misma moneda apostada al destino de Eddie. Dos apoderados ventajistas cuyos intereses se basan en prosperar a base de la ruina ajena, un modelo económico que quizás suene, y que un acusado por el macartismo como Rossen no duda en destilar a través de la diabólica interpretación de George C. Scott, un galano diablo vestido de etiqueta que nada envidia a las interpretaciones de Al Pacino en Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997) o Robert De Niro en El corazón del ángel (Alan Parker, 1987), que ya es decir. Robert Rossen convierte en pesadilla el sueño americano responsable de guiar hacia la perdición a muchos que, como Eddie, apostaron su vida a la mejor inversión.
Tiggy
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