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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Acción. Ciencia ficción Un hombre de mediana edad y un joven sufren un incidente en el cual adquieren poderes especiales. Cada uno de ellos usará ese extraño poder de manera muy diferente. (FILMAFFINITY)
21 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una gran adaptación del manga (y el anime) por parte de un experto en este campo: Shinsuke Sato. Inuyashiki narra las paralelas vidas de dos hombres asimilados por un vacío vital que, gracias a unos nuevos poderes adquiridos, son capaces de llenar aunque de formas diferentes. Por un lado, es un canto tan bondadoso como apesadumbrado a la vida misma entonado por un hombre mayor y solitario mientras que por el otro, es una serenata angustiosa trovada por un joven cuyas carencias, sumadas a una sociedad cruel e inmoral, obra un marco de apatía, crueldad y odio hacia la humanidad.

La predilección de Shinsuke Sato por los héroes poco convencionales ya se dejó patente en su espectacular adaptación del manga I Am a Hero (2015), inclinándose hacia aquellos individuos a los que la sociedad ha dejado al margen por una razón u otra, empujándolos a una espiral de desamparo, inseguridad y vacío mortificante. Con Inuyashiki, Sato vuelve a emplear la fórmula pero enfrentando los vértices del bien y el mal que coinciden en el mismo punto: encontrar el sentido de la vida desde el egoísmo. Siendo el director un amante incondicional a la cultura del manga, me parece extraño que no referencie, al igual que en el anime, tanto populares editoriales como sonadas series, aunque sí que están presentes de la misma manera que en su película de 2015. El experto de la adaptación al live action hace una gran labor de traslado de los hechos ocurridos en la obra original a una película, bastante recortada pero igualmente meritoria, de actores reales.

El drama introspectivo, psicológico e incluso sociológico lo mece la ciencia-ficción en el que se asienta, alternando con momentos de acción muy escasos pero espectaculares. La exploración ejercida sobre los clásicos conflictos internos de toda persona, de índole depresiva y pesimista como ‘¿a quién le importo?’ o ‘¿por qué estoy aquí?’ son condicionados directamente por una sociedad individualista, egoísta e inmoral que muchas veces encuentra la comodidad en el seno familiar, como es el caso del protagonista, Ichirō Inuyashiki (Noritake Kinashi), con sus repugnantes seres queridos. Por otro lado, Hiro Shishigami (Takeru Satō) es un estudiante apático y reservado, con su único amigo ausente y criado en una familia disfuncional donde la indiferencia e incluso injusticia recorren las venas de su asfixiada madre, su único y más querido apoyo. La búsqueda de la aceptación o reconocimiento, que conduce inconscientemente a la del amor ajeno, va a ser lo que ponga en común las personalidades de dos máquinas más humanas que la humanidad misma, haciendo de ellos unos Replicantes para sembrar la semilla de la duda entre humano y máquina.

El espacio y tiempo en el que se desarrolla la película es crucial para el segundo tema que desea tratar tanto el director como el creador de la obra original, Hiroya Oku. Al transcurrir en un período contemporáneo, en un lugar tan desarrollado como Japón, las nuevas tecnologías están presentes de forma extrema en toda vida común. Gracias a ello, la crítica airada hacia los medios televisivos morbosos (algo parecido a lo que hizo Sidney Lumet en Tarde de perros, 1975) que atacan o endiosan la criminalidad con tal de conseguir una audiencia fascinada por el amarillismo que vislumbra una moral distorsionada de una sociedad entera. Ello se suma a la necesidad de estar siempre conectados mediante nuestros smartphones, desde los que se exhibe un mayor índice de iniquidad, perversidad y falta absoluta de escrúpulos o remordimientos escudándose en el anonimato, que refugia a las personas para reunir el valor de mostrar sus verdaderas personalidades con impunidad. No es tan tenaz como en el episodio seis del anime, People of 2Chan, pero cumple con creces su cometido detonando el nudo del argumento.

La estructura maestra brechtiana en la que Sato descompone el guion, adaptado para tener un ritmo más dinámico y una ordenación capitular lógica aun saltándose secuencias cruciales que ahondan en las personalidades de sus personajes, consigue establecer esa confrontación emocional del héroe y el villano ya que, dentro de todos los géneros, está claro que el subgénero de superhéroes es el que más se adapta a la exposición del mensaje y de la cinta en general. La concatenación de quebrantos emocionales de Shishigami por la sociedad, que le arrebata sin misericordia a sus seres queridos, consiguen que empaticemos con el villano a la par que dosifica la acción en puntos cruciales para favorecer los tramos en los que ambos protagonistas coinciden en la misma trama. Esta labor no podría haber sido llevada a cabo sin la estupenda interpretación de Satō, que convive a la perfección con la de Kinashi demostrando una maravillosa elección de actores y caracterización sublimes.

En conclusión, es una sólida película de superhéroes que atañe temas más profundos desde una fijación especial a la frialdad de la sociedad nipona donde Sato enternece por la humanidad que transmite en el tratamiento de personas marginadas y maltratadas por el deseo egoísta expandido en los corazones humanos. Tanto fanáticos del anime (como yo) como no, es una película tan cruel como tierna que merece su reconocimiento, más siendo un filme de acción real. (7.5).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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