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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
10
Drama. Terror El señor Karel domina a sus familiares, amigos y empleados. Sólo está preocupado porque el tránsito de los difuntos hacia el más allá sea lo más limpio y rápido posible, todo mediante la incineración de cadáveres en el cementerio que regenta. (FILMAFFINITY)
8 de julio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La época dorada de la nueva ola de cine checoslovaco (Nová Vina), comprendida entre las décadas de los sesenta y los setenta, arrojó obras tan imperecederas como esta triple ganadora en Sitges a mejor película, actor y fotografía: El incinerador de cadáveres. Con un pasado lastimosamente ultrajado por la ocupación nazi en la Crisis de los Sudetes (1938), Juraj Herz revela de forma tan mórbida como sarcástica la idiotez de la idiosincrasia alemana con una película que hurga en la herida de Checoslovaquia 31 años después, mediante un perturbado padre de familia, obsesionado con el budismo en la muerte, encargado de un crematorio y con un pavonado temor, hediondo del azufre del óbito que instiga el nacionalsocialismo, que instiga su conversión radicada en la obsesión de la pureza de la sangre.

Juraj Herz, crecido en el seno de una familia judía, fue aprisionado en un campo de concentración en su niñez, algo que marcaría su estilo, reflejándose en películas como esta, y recreándose en el terror absoluto del nazismo. Su técnica experimental y vanguardista lo elevó en el cine checho, convirtiéndose en uno de sus mayores exponentes y consagrándose en numerosos festivales de renombre, pero no fue hasta esta película, considerada su magnum opus y prohibida por el régimen comunista de Praga, que alcanzaría cierta fama extramuros.

La danza macabra con la que bailan los personajes de esta película, codeándose con el terror psicológico tintado de surrealismo, la comedia grotesca y el gran drama histórico del imperialismo germano marcan un ritmo dinámico y sereno donde ningún género pisa los pies del otro, recitando un fúnebre réquiem que enrarece el aura opresiva que exhala, como un cadáver liberando su aprisionada alma hacia el éter, de una forma tan elegante como sugestiva. Esta película de culto no es un plato diseñado para todos los paladares, de ahí su encanto, asemejándose al cine de Ingmar Bergman tal como la magnética La hora del lobo (1968).

El minucioso guión elaborado por el propio Juraj Herz, basándose en la novela homónima de Ladislav Fuks, condensa el más allá de la vida en tan solo 95 minutos, no dejando títere con cabeza en su sarcástico alegato contra una ideología pomposamente ridícula. Dividido en tres actos y con cambios de ritmo bruscos que encajan como un temporizador en una bomba de relojería, el director deja a Rudolf Hrusínsky hacer una exhibición actoral que se cuela entre una de las mejores interpretaciones del siglo pasado, llevando la batuta de esta filarmónica sepulcral que eriza el vello introduciéndonos en una mente retorciéndose de psicosis en un cruel y loco mundo.

Introduciéndonos a través de unos créditos alocados que juegan con las caras de los personajes, traveseando con ellas mientras imprime imágenes sin sentido aparente, el director sucede con la introducción en escena de la idílica familia del protagonista, Karel Kopfrkingl en un zoológico, Los extreme close-up de cocodrilos, elefantes o leopardos se alternan con la de Karel en un montaje frenético que acompaña su bonancible voz en off, creando rápidamente una atmósfera inquietante donde sabemos que no todo es tan inmaculado como se pretende, sino que un mugriento desequilibrio amenaza la quietud de sus personajes, reflejado con un plano de conjunto picado, distorsionado por una lente espejo, de la casta checa reverberada en la sugerente imagen. Este feroz desequilibrio es la expansión del Reich.

El planteamiento presenta la personalidad artificialmente autocorregida de Karel, cuyo amor poético por Tánatos deriva en un peculiar amor a las artes, especialmente a la musical y la pictórica. Mediante prácticamente el barroco soliloquio, cargado de filosofía tibetana, que mantiene el protagonista a lo largo de la película, se disecciona su flemática desviación hacia una locura sintomática de seso que ensambla todos los acordes de su recital como solista, llevándolo premeditadamente el director hacia una verborrea incongruente en el que la hipocresía de sus raíces checas, su familia tildada Bettelheim (apodo para designar individuos con una cuarta parte de sangre judía), sus pensamientos budistas adversarios al nazismo (burlándose, así, de Heinrich Himmler, el cual convivía con ambas doctrinas) y una personalidad aterciopelada de afilados modales construyen uno de los psicópatas más interesantes del séptimo arte.

Hasta el desenlace, que fluye por un nudo amortajado de hiriente sátira pestilente de egoísmo fariseo, la línea narrativa se mantiene recta con torsiones extremadamente creativas para colocar la pieza ausente en la maquinaria mental de Karel, finalizando su evolución, preparada para una terrorífica catarsis que emancipa su humanidad al germen germano augurando una gran trayectoria, después de 20 años en su templo de muerte, en su oficio como encargado del crematorio, ironizando mordazmente el horror de los campos de concentración.

Un montaje imperdible que juega con la asfixia del espectador manteniendo un tiempo fílmico impecable entre las ingeniosas transiciones se compenetra con una iluminación perfecta, de corte tenebrista, que elevan hacia la majestuosidad más absoluta la fotografía de Stanislav Milota. Los pocos movimientos de cámara, que generalmente se usan en plano subjetivo, impactan por la ruptura de la sobriedad mantenida hasta su aparición, adivinando un sino siniestro atiborrado por la intachable atmósfera mantenida por muchos planos fijos, primeros primerísimos planos y la excelencia de Hrusínsky.

Una película que abarca tanto de una manera tan limpia, con temas tratados desde una perspectiva tan creativa e innovadora que resulta extremadamente gratificante. Un viaje casi onírico, una elegía cruelmente burlona que se hace imprescindible, donde Juraj Herz planta una bandera negra izada por el hipócrita vaivén de sus compatriotas hacia una doctrina basada en fuego y muerte que incineró los sueños de la Praga de los años 30. Perfecta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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