Una de las cosas que hace que esta adaptación sea mejor que su precedente literario es la atmósfera aterradora y el intimidante suspense que se elabora desde el principio. Kubrick se centra en Jack Torrance, encarnado por un mastodóntico Jack Nicholson que tiene el porte más terrorífico y visceral de toda su carrera actoral. El guion posee un fallo de coherencia al esperar que el espectador sea consciente de que tiene que llevar una lógica narrativa mientras se deja envolver por el fantasmagórico argumento, es decir, el desarrollo argumental no está tan prefijado como para seguir en líneas generales las causas de sus diferentes puntos de inflexión en lo que a la trama se refiere.

Kubrick acrecienta el terror con cada escena que va aconteciendo, sus planos secuencia funden la inocencia de su niñez y el monstruo que se recrea en el propio móvil despiadado de la película, aquí protagonizado en mayor medidad por Jack y Danny Torrance. Una de las asombrosas obsesiones que hacen de esta cinta una peculiar y conmovedora historia es la insistencia compulsiva por la simetría, por la realización de planos aterradoramente inteligentes y temerarios.

En esta adaptación no es tanto el hotel el ente persecutorio y maldito sino el referente introductorio que actúa como malévolo elemento que conduce a la destrucción de la familia. El alcoholismo no se declara como causante transgresor de su más reverenciado plot twist, recordaría 37 años más tarde a momentos que ocurren en "Hereditary" (Ari Aster, 2017), debido a ese tenebrismo reinante durante el transcurso del filme y por la sensación insoportable de que algo muy malo pasará, aunque no se sepa el qué, el cómo ni el porqué.

Sus últimos minutos recolectan la exaltación del teatro de la crueldad que Antonio Artaud elaboró hacia la crítica de las artes contemporáneas, convirtiéndose en esta ejemplar película de Kubrick uno de sus mayores exponentes. Kubrick tuvo una cancha demasiado grande para elaborar su propia visión de la obra de Stephen King, siempre con una mirada onírica, misteriosa y claustrofóbica. Además, Shelley Duvall a veces da más miedo que ninguna otra pesadilla de las muchas que se ven a lo largo y ancho del filme. El Overlook Hotel no sólo atrapó una trepidante masacre sino que congeló la tranquilidad del espectador con la inquieta movilidad de sus personajes.