Serie muy de diseño en la que un puñado de perdedores pero con la vida resuelta entran a un centro de bienestar para recomponer sus cabezas. Los ricos también lloran, ya saben.

Al principio la cosa va de desarrollo personal, despojarse de prejuicios y valorar lo verdaderamente importante. Sinceramente, no hacían falta ocho episodios para esto. Luego ya se empieza a dejar entrever la verdadera naturaleza de lo que nos cuentan, rollo thriller de misterio con secretos inconfesables, en el que las drogas psicotrópicas cobran un inusitado protagonismo para que nuestros intervinientes alcancen la redención. O algunos de ellos, porque otros se quedan descolgados y su relevancia de diluye.

Sorprende sobre manera la fe ciega que Nicole Kidman, productora, tiene en si misma, porque la sobreabundancia de primeros planos suyos es abrumadora. Debe ver otra cosa frente al espejo que esa efigie de plástico sin expresión que vemos los demás. Lo mejor ha sido ver a Michael Shannon en un personaje parlanchín, dramático y y hasta cómico, demostrando que tiene registros más allá del tipo taciturno rayano en psicópata a que nos acostumbra. El parloteo entre los personajes por momentos me producía sopor, al menos en dos episodios perdí el hilo. Pero la terminé, lo que sea que signifique. Muchas tendrían que ver antes para que les recomiende esta.