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España España · Sabadell
Voto de Joe K:
9
Intriga. Cine negro. Drama Una mañana, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), después de visitar a su padre en el hospital, encuentra entre unos arbustos una oreja humana. La guarda en una bolsa de papel y la lleva a la comisaría de policía, donde le atiende el detective Williams (George Dickerson), que es vecino suyo. Comienza así una misteriosa intriga que desvelará extraños sucesos acontecidos en una pequeña localidad de Carolina del Norte. (FILMAFFINITY)
4 de agosto de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La extrañeza del mundo

Hace pocos años, en el interesantísimo documental "David Lynch: The Art Life" (2016), el director contaba lo que sigue sobre su infancia:

"Vivíamos en un hogar muy feliz. [...] Nadie nos controlaba. Todo lo que teníamos era amor... [...] Una noche [...], al otro lado de Shoshoni Avenue, en medio de la oscuridad, apareció una especie de sueño de lo más extraño. Porque yo nunca había visto a una mujer adulta desnuda. Tenía una preciosa piel blanca. Iba completamente desnuda. Creo que llevaba la boca ensangrentada. [...] Parecía que era una especie de gigante. Se acercaba cada vez más... Y mi hermano se puso a llorar. A la mujer le pasaba algo malo. [...] Era extrañísimo, como si estuviéramos viendo algo de otro mundo. [...] Como ya he mencionado, mi mundo no iba más allá de dos manzanas. [...] Pero había mundos gigantescos en aquellas dos manzanas. [...] Allí estaba todo."

Como Franz Kafka en su momento, David Lynch ha sido considerado un creador de visiones oníricas y alucinaciones fantasmagóricas, una criatura misteriosa encerrada en un mundo de fantasía, ajeno al nuestro; hasta el punto que tratar de comprender su obra, penetrar en ese mundo, ha parecido a menudo estéril. Sin embargo, tal vez nuestra extrañeza se deba a que no es Lynch, en su expresividad poética, quien se encuentra encerrado, incapaz de captar la realidad; sino a nuestra propia enajenación, a nuestra incapacidad de reconocer la extrañeza velada de nuestra realidad.

El espectador, entre la luz y la oscuridad

Si bien, como espectadores, acostumbramos a protegernos de tal extrañeza reservándola a la ficción, donde podemos soñar despiertos sin peligro -tal y como en Terciopelo azul hacen frente a los telefilmes de crímenes, a la hora del café, las cándidas abuelas del hogar de Jeffrey-, éste último, como Lynch, no puede evitar mantener obstinadamente abiertos los ojos a los misterios de lo real: "En la vida, hay oportunidades de ganar conocimiento y experiencia. A veces es necesario arriesgarse", explica Jeffrey a una inicialmente escandalizada Sandy, de melena resplandeciente.

Su pasión por descubrir su mundo en su totalidad le hace ir más allá de la superficie iluminada de colores puros, donde se fija sin esfuerzo ni riesgo la vista, y sumergirse en una oscuridad subyacente con claros matices de "Scorpio Rising", de Kenneth Anger [1]. Y ahí observa deseos, personalidades y relaciones violentas, confusas, desagradables. "Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti", reza el conocido aforismo de Nietzsche. Y también Jeffrey parece por momentos caer atraído por los monstruos de este abismo en sus relaciones con la triste Dorothy, perdida en una dolorosa espiral de sumisión, y con el patético Frank, tal vez "un personaje inexplicable", como lo define el cineasta Luis Aller, pero que encarna "una tipología que en Estados Unidos conocemos muy bien", en palabras del propio Lynch; alguien dejado a sus arbitrarias pulsiones como tantos otros que, por desgracia, infestan nuestro mundo. "¿Qué eres, un detective o un pervertido?", le llega a preguntar en cierto momento Sandy, que ya no puede evitar, ella misma, la fascinación hacia lo velado mediada por Jeffrey. A lo que este responde, indescifrable: "Cuando lo sepas, dímelo."

Un happy-ending para irse a dormir tranquilo

Esa respuesta parece resolverse en el final -el último elemento de la película que muestra una influencia del melodrama de Douglas Sirk-, tan significativo y brillante como el inicio de la película. Los oscuros, los raros, los abyectos desaparecen de escena, y los espectadores podemos salir entonces de nuestro sueño despierto ficcional, alabando o reprendiendo, una vez más, la turbia imaginación de Lynch, pero con la conciencia tranquila. Ha llegado el petirrojo, que se ha comido a los escarabajos.

Pero hay en ese desenlace -en su carácter repetitivo- un poso repulsivo, grotesco, que incluso una abuelita percibiría. Lynch ha recogido la experiencia y el conocimiento de fijar los ojos en el abismo, y sabe que, en realidad, nadie escapa a la dualidad cromática que constituye al ser humano. Es consciente del carácter irónico y falso del desenlace, pero deja a los espectadores elegir: podemos obviar maquinalmente que algo va mal en él, podemos guardar en el recuerdo a Jeffrey y Sandy como parte de la luz, y no cuestionarnos si nosotros mismos, en tanto que espectadores, somos detectives o pervertidos; podemos apartar la vista de esa otra vertiente de la realidad, que nos acechará entonces en nuestros propios deseos, personalidad y relaciones, cuando se apague la luz en la sala del cine, en un jardín de nuestro vecindario al anochecer o en nuestras pesadillas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Joe K
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