A principio de los años 60, una ola de oscuros crímenes trae de cabeza al voluminoso y rubicundo comisario Kras de la policía berlinesa. Las pesquisas le conducen al hotel Luxor, antigua sede nazi y, actualmente, punto neurálgico de personajes ambiguos y misteriosos: un asegurador panzudo y entrometido, un industrial que produce misiles, una mujer con tendencias suicidas, su marido cojo y maltratador, un fisgón detective del hotel, un invidente clarividente y, por encima de todos, una presencia intangible, manifiesta y diabólica, el doctor Mabuse.

Un acopio de personajes, de diálogos y de escenarios; a velocidad de vértigo, la película conduce al espectador por una sociedad decadente y un mundo inseguro: el humo de cigarro flota por doquier, todos los hombres son calvos y/o barrigones, un amago de suicidio se convierte en un espectáculo callejero, la policía viola el secreto de comunicación, los atentados son moneda corriente, el sistema de videovigilancia en poder de ojos anónimos, un falso espejo para maridos celosos, el auge de la industria de misiles y, sobre todo, que nadie, absolutamente nadie, es quien asegura que es, salvo el comisario Kras, por supuesto.