Cada vez que C. Exton elabora un guión sobre H. Poirot, el espectador se asegura una puesta en escena irreprochable y la historia del cine enriquece su acervo con una nueva pequeña obra de arte.
La perfección técnica, el cuidado en los detalles, el dinamismo y coherencia de la acción, la imaginación en las tomas, el sempiterno prurito estético y la excelente capacidad de fabulación son las notas que se ponen de manifiesto en este episodio.
En tales circunstancias R. Spence puede dirigir la película con la garantía de saber que es excelente el producto que encuentra entre sus manos.
Y, como siempre, el desarrollo de la trama alcanza su máximo esplendor gracias a la presencia de D. Suchet, de H. Fraser y de P. Jackson.