Scott Derrickson, el mismo que hace unos años nos sorprendió gratamente con El exorcismo de Emily Rose dando una vuelta de tuerca a las películas de posesiones al introducir el elemento judicial, vuelve a la carga con una peli desde luego cuando menos, potente, en la que Ethan Hawke, que parece dormir en formol para que por él no pasen los años se muda de ciudad con su familia cada vez que le viene la vena creativa y decide escribir sobre algún asesinato o hecho truculento. En la cama, Hawke, debe ser buenísimo, porque sólo quienes las hemos sufrido sabemos hasta qué punto desgasta una relación una mudanza... Con el ultimátum férreo de su esposa, se decide a escribir su último bombazo y encuentra en el sótano unas cintas súper 8 de la familia defenestrada que no dejan bien claro quién las grabó, ya que en la ejecución colgados bajo el árbol falta una de las hijas... Con este punto de partida, unas aterradoras imágenes grabadas en la oscuridad de la familia atada, coches quemados y una banda sonora espeluznante, empieza a construir el macabro puzzle en el que su propia familia es una pieza más, ojo al hijo Trevor-pesadilla saliendo de la caja, de infarto... Luego encuentra una nueva cinta, de unos años después, "Fiesta en la piscina" en la que de nuevo alguien asesina a una familia arrastrándolos al fondo del agua. Ahora ya el proyector es un protagonista más, y el asesino borroso, difícil de olvidar. Descubre entonces Hawke, que en todos los asesinatos hay además el secuestro de un niño... ¿Quién será ese Mr. Boggie/Caraborrosa?...
Con una factura técnica decente, buenas interpretaciones, si exceptuamos a los niños, unos sustos calibrados y más que preparados, y un final decente por lo menos, Sinister se convierte en una buenísima muestra del terror actual, o de lo que debería ser, si bien se le puede acusar del uso y abuso extremo de la oscuridad y la subida de volumen facilona.
Lo mejor: La banda sonora. El Súper 8.
Lo peor: Los niños.