Juego de espejos más endeble de lo que parece a primera vista. La premisa es interesante (dos niños desaparecidos en un edificio) pero la flojeza argumental impide que esa sorpresa continúe y pronto el espectador comienza a bostezar al darse cuenta que está ante un “más de lo mismo” que ni el fantástico Ricardo Darín (con su habitual poderío gestual) consigue hacer avanzar porque la premisa no aguanta y además comete el error de mostrar sus cartas demasiado pronto. No es una mala película, es mucho mejor que cientos de thrillers que nos llegan a diario pero uno espera que ciertas cinematografías (en este caso, la argentina y/o española) ofrezca un plus a la historia o una mayor profundidad que aquí no existe. Si a eso sumamos una Belén Rueda que parecía que pasaba por allí y dos momentos de acción innecesaria (cuando Sebastián se dirige al trabajo y también al aeropuerto) que solo están ahí para inflar un producto realmente endeble. Una película que comienza bien pero que pronto pierde fuelle e intenta recuperarlo con momentos de tensión innecesarios hasta un doble desenlace que defraudará a todos por igual (sobre todo por obvio).