Segunda temporada de la serie basada en el filme homónimo (1996) de los hermanos Coen, trasladada a la pantalla chica por Noah Hawley, quien es el encargado del guion en la mayoría de los 10 capítulos que la componen. Nuevamente una acción fortuita es la génesis del disparate que se desarrolla a lo largo de los episodios, siendo la criminalidad el otro punto constante junto a la acción policial por intentar poner todo en orden, más un plus salido de este mundo que le aporta mucho al relato.

Hawley tiene una gran facilidad para contar historias, para crear personajes míticos, y enredar a otros tantos, todo para acrecentar la expectativa a cada instante. Esta temporada tiene como base la lucha entre dos bandas criminales, en la que un matrimonio se ve mal involucrado, mientras un par de policías intentan que se haga justicia, ante la inoperancia de otros cuerpos policiales y estos malhechores que tienen para sí un pequeño ejército.

Todo el argumento tiene la intención de llegar a un encontronazo que se antoja épico, las piezas se van encajando para que suceda, pero antes los malos tratos que se van enmarcando sobre algunos personajes llevará a traiciones, alguna más esperada que otras, lo que hace que este se aplace cierto tiempo, pero que además vaya agarrando diversos matices respecto a cómo se va a dar. Cumpliendo en todo momento en cuanto a la finalidad en la trama.

En esta temporada el humor negro no es tan constante como en otras, pero la historia deja una marca enorme (guiño incluido para la primera temporada), y más importante, expande el universo de Fargo como serie al punto de que Hawley tiene muchísimo material para explotar, en cuanto a los distintos personajes que va dejando en el camino. Sí he de mencionar que al último capítulo le faltó más fuerza, todo el “boom” aconteció en el noveno, las resoluciones no fueron tan convincentes, pero es claro que esto no afecta en lo absoluto toda la temporada.