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Venezuela Venezuela · Nueva Esparta
Voto de Sebastian Arena:
8
Aventuras. Drama. Romance El doctor Ben Bass (Idris Elba) y la reportera gráfica Alex Martin (Kate Winslet) son dos extraños que han decidido compartir un viaje privado, y que se verán obligados a confiar el uno en el otro para sobrevivir tras sufrir un accidente de avioneta en plenas montañas de Colorado. (FILMAFFINITY)
24 de diciembre de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre las diversas fantasías románticas en las que me aíslo del mundo y de todos los demás hay una que resalta por ser la más vivaz, la más recurrente y a la que me aferro con más necedad, precisamente porque distintas personas, vivas y muertas, no dejan de decirme que aquello a lo que aspiro es ingenuo e incluso estúpido: sobre-vivir, solo o acompañado, en un bosque o una selva, abstraído de todos los demás.

«¡Maldita robinsonada!», diría un filósofo exaltado, ante el simple planteamiento de la cuestión. Lo que no tienen en cuenta los que descartan desde el comienzo la posible realización de dicha fantasía es la circunstancia desde la cual la he imaginado una y otra vez, como un consuelo desesperado: representar obsesiva y compulsivamente, como un disco rayado, aquello que me preocupa o molesta, involuntaria aunque conscientemente, es decir, sabiendo pero no queriendo hacerlo.

Circunstancia, pues, en la que mi tendencia natural o naturalizada (quién sabe), es permanecer amargado o irritado, ser pesimista ante todo y todos y, aún así, escaparme de mí mismo en cualquier historia, ficticia o no, que afecte mi sensibilidad de tal modo que mi memoria deje de repetir inexorablemente todo aquello que me hace impotente, que me arrastra, que me mata poco a poco.

Nada de esto es mentira y no es exageración alguna, pero basta de seguir por este camino… Decía que mi fantasía predilecta es intentar vivir lejos de la multitud desenfrenada, lejos del mundanal ruido. La naturaleza en su máxima expresión, no como artificio del hombre, sino de sí misma. Intentar co-existir con ella sin cambiarla en demasía, sin abusar de sus frutos a conveniencia propia, respetar el orden y el equilibrio. Y, por otro lado, alejarme de los demás y las preocupaciones que ellos, sabiéndolo o no, queriéndolo o no, me causan a diestra y siniestra, día a día. Responder, entonces, sólo ante mí mismo y ante quien decidiera acompañarme.

En cada despertar asumo que dicha posibilidad tiene pocas razones suficientes para darse, o, como diría un filósofo: un posible no existente o con un grado menor de realidad que el posible composible, que es el que se da efectivamente. Sobre todo porque me estoy esforzando cuanto puedo en no seguir así, es decir, en desechar cualquier imaginación que no tenga fundamento para no ahogarme en un vaso lleno de preocupaciones y molestias sin base. De modo que intento abandonar mi condición a-social, tratando de asumir lo que un pensador describiría diciendo: «nadie es una isla, completo en sí mismo» o «el hombre es el mundo de los hombres», o, mejor aún, «nada más útil al hombre que el hombre».

«La montaña entre nosotros» no presenta como un ideal intentar vivir alejado de todos los demás, cabe aclarar. Pero, mientras me perdía en la naturaleza que muestra y el amor construido en medio de tanto temor y esperanza, no pude evitar recordar mi ingenua y necia fantasía. Quizá porque, como uno de los amantes allí retratados, no dejo de dudar que algo hecho en tan frágiles y extremas condiciones, pudiese prosperar más allá de las mismas. La perspectiva del otro añade algo innegable, sin embargo… Lo que alguien describiría diciendo «todo lo excelso es tan difícil como raro» y que, en un lenguaje vulgar y coloquial, sería lo mismo que decir que «hay que echarle bolas a la vaina» para que llegue a ser, para que se dé, para que no sólo sea un mero posible sino que termine siendo un existente.

El amor, entonces, puede ser posible o imposible entre determinadas personas. Pero, si puede darse, requiere de esfuerzo. No es algo que se da o que se encuentra, es algo que se hace, es una conquista. Tampoco es una cima que se alcanza, se coloniza y se congela en propiedad nuestra. Es un obrar continuo, día a día, un conocerse y comprenderse, una mudanza de sí mismo en la que se cede una y otra vez, superando lo que hace daño, para que ya no lo haga, y conservando lo mejor, lo especial, lo original. El amor, de nuevo, es hacer de lo difícil lo más bello. Pensando, en la medida de lo posible, que el corazón no es solamente un músculo.
Sebastian Arena
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