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Voto de John Dunbar:
8
Ciencia ficción. Acción. Drama. Fantástico Godzilla, fuerza destructiva insondable para el hombre, resucita en el Tokio de hoy en día para acosar de nuevo a la civilización. Apremiado por la muerte y la desesperación, Japón deberá encontrar el poder para superar este desafío. Primera película de Godzilla realizada en Japón desde "Godzilla: Final Wars" (2004) de Ryuhei Kitamura. Dirigida por Hideaki Anno ("Evangelion") y Shinji Higuchi ("Attack on Titan"). (FILMAFFINITY)
21 de agosto de 2018
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Ha despertado de su letargo y lo ha hecho en su lugar de origen, el lugar que le vio nacer, el que le dio la vida, Japón. No sabemos si Ishiro Honda -padre de la criatura fallecido en 1993-, habría imaginado que su retoño seguiría dando alegrías a estas alturas, a un lado y a otro del mundo. En su país natal desde luego, donde además es icono manga, pero también en Estados Unidos con quien las diferencias en el proceder siguen siendo manifiestas, aunque no tantas. He aquí algunas de ellas:
El Godzilla de Hideaki Anno y Shinji Higuchi cuida con mimo la figura original del monstruo. Su movilidad reducida y falta de autenticidad, especialmente en cuanto la cámara se acerca al rostro, debemos entenderlos como hechos voluntarios que opten más por el respeto y el recuerdo a Honda que como una imposibilidad técnica de imprimirle mayor realismo. La verdad que dicho lo cual, si uno lo lee y se fija en el tráiler o en imágenes de la película sin haberla visto, suena a obstáculo insalvable que pueda actuar como anzuelo para el grueso del público occidental, juvenil en su mayor parte, que acostumbra desde hace tiempo, y cada vez más, a recibir a los monstruos del tipo que sean, provengan de donde provengan, con naturalidad absoluta. Pues no. No, necesariamente. En esta ocasión el impacto causado sobre la ciudad de Tokio es tan grande, el hábil uso de la cámara al paso de la criatura y los poderosos y cuantiosos planos aéreos muestran una escala del desastre y la amenaza con realismo y precisión cirujana que contrarresta cualquier otra circunstancia a éste respecto menor.
Por otro lado, la gestión que se hace del problema desde el argumento así como el trato de los diálogos gozan de gran sobriedad, fuera de grandilocuencias y pomposidades, que acrecentado por su espléndida música, nos sitúa en una dimensión dramática mucho más seria que en aquel realizado, por ejemplo, por Emerich, con más empaque y menos revoltijo de frivolidades. Gran diferencia también se reserva para los planos utilizados. Los numerosos primeros planos y planos medios de los actores aportan más criterio a raíz de la forma en que están utilizados, justo al revés que acostumbran las producciones hollywodienses.
No es que se minimize el espectáculo, es que se prioriza la profundidad de la tragedia. No es que se le quite protagonismo a la bestia, es que se le da el que le corresponde a quienes son sus víctimas. Al hilo de esto último, también se celebra que sea una obra magnánima. Se reserva una magnitud dispuesta a ser compartida, no le importa verse sobrepasado y admitir la ayuda. Admirable. Algo que sabemos, jamás ocurriría en el reino de Oz.

Quiero puntualizar para acabar: soy el primero que disfruta del espectáculo hecho arte del entretenimiento; por los muchos ratos extraordinarios que lo más mundanal del séptimo arte me ha regalado y los muchos que espero me siga regalando, nunca denostaré gratuitamente una superproducción. Siempre pensaré en el cine como un compendio de arte y espectáculo y cuanto más tenga de los dos, mejor. Porque no son pocas las veces que no es fácil aunar ambos y porque tampoco es que esta notable producción nipona haya salido barata. Hay elementos en ella que se viven con disfrutado paralelismo a cualquier monster movie que hayamos visto, y hay otros en los que se agradece una marca personal, distinta. Resumiendo, no es que todo esto sirva para echar por tierra cualquier cosa concebida con altanería, es que de vez en cuando es bueno hacer parecer terrenal las cosas que no lo son.
John Dunbar
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