Clint Eastwood se hace mayor, ya no es aquel policía con cara de pocos amigos ni el vaquero guapete con un poncho (aunque a sus 91 siga triunfando con las féminas, al menos en sus películas), ni siquiera es ya el señor mayor que se iba al espacio.

Pero aunque cada vez esté más cascado, ya quisiéramos llegar a su edad en su estado de forma. La película merece la pena por seguir disfrutando de su mirada incrédula ante un mundo que a veces no entiende, pues él se ha detenido y este sigue su paso. Quizá por ello se ha decidido a rodar una historia que se desarrolla en 1980, cuando aún era un galán, y en la que su personaje se comporte como si realmente estuviésemos en esa época y él fuese un maduro atractivo a lo George Clooney. La historia es humanista en el modo en que suele serlo su cine aunque el guion de Nick Schenk, basado en una novela, deje bastante que desear sobre todo en sus diálogos, a la luz de anteriores trabajos no tan lejanos como Gran Torino o Mula, con los que quizá se pueden buscar más similitudes y en las que también Schenk era el guionista.

Tampoco creo que el casting haya sido lo más acertado, sobre todo en lo tocante al joven compañero de Clint, y no me refiero al gallo, cuya interpretación es de quitarse el sombrero. Aunque más floja de lo esperado (hasta el cartel parece diseñado sin ganas), Cry Macho no deja de tener algún momento de esos que tocan la fibra, sin duda conseguido gracias a la sensibilidad para rodar del director de Los puentes de Madison y Un mundo perfecto, de las que también pueden rastrearse reflejos en el film.