Sin duda nos encontramos con una de las cintas míticas de la historia del cine, que narra la historia "casi" real de una banda de atracadores de bancos y de trenes activa en Wyomin en la última década del siglo XIX. Los créditos del arranque confirman esta circunstancia a través de imágenes mudas en tonos sepia dedicadas a esta misma cuadrilla de bandidos. Más mito todavía.
En sepia también salen las primeras escenas que sirven para presentar a los dos protagonistas en una partida de póquer: Butch Cassidy (Newman) y The Sundance Kid (Redford). Simpático y optimista el primero, retraído y más oscuro el segundo. "Para ser pistolero eres muy pesimista", le dirá aquél.
Roban un tren y en el pueblo donde se refugian el sheriff es incapaz de formar una cuadrilla que salga en su persecución. Los tiempos han cambiado y la gente no tiene el menor interés en perseguir a unos forajidos, para colmo de recochineo un avispado vendedor aprovecha el cónclave para ofrecer el futuro vehículo del Oeste: la bicicleta. Desde un balcón observan divertidos todos estos hechos Butch y Sundance.
En la siguiente escena aparece la tercera protagonista, una bonita maestra de pueblo, Ethel "Etta" Place (Ross), novia del segundo que le exige sexo pistola en mano de forma gratuita e inútil. Inútil porque ella, enamorada, está dispuesta a concederlo de buen grado. Maltrato, o desprecio, también de palabra como a menudo le reprueba Butch, a su vez buen amigo de Etta. Contra lo que alguno opina de mujer florero, atribuimos a la maestra un papel importante en la obra, ella es el puerto seguro que tiene la pareja, el mejor contacto que tienen con la vida real, la mujer realista que conoce el final que espera a sus amigos, y que, aun conociéndolo, sabe que es inexorable hasta el punto de participar junto a ellos en la aventura boliviana. Eso sí, con una condición, con una única condición: no quiere ver la muerte de sus amigos. En lo demás los ayudará en todo siempre.
El cerco a la banda se estrecha y se acaba disolviendo tras un robo frustrado y una tenaz persecución que solo acaba cuando, acorralados, saltan los dos protagonistas desde las peñas a un caudaloso río. Las autoridades del ferrocarril han contratado un verdadero ejército. "Si me dieran a mi lo que les pagan, no les robaría". Los tiempos están cambiando y piensan hasta en alistarse en el Ejército, incluso "sin exigir entrar directamente como oficiales".
Ha llegado el momento de cambiar de aires: "-Cuáles son tus planes? -Bolivia. -¿Dónde está? -No lo sé. En América del Centro o de Sur".
Y allí se marchan los tres donde les esperan nuevas y disparatadas aventuras. Pero empiezan a estar cansados y quieren rehacer sus vidas. No lo consiguen, Etta que sabe el desenlace que les aguarda se marcha ante la incapacidad de Sundance para tener con ella una palabra amable en la despedida. Y así se llega a la última cabriola de la pareja, el último salto mortal, la última carga que, ahora, ha decidido que su futuro pasa por ir a Australia.
Gran película sobre la que se han comentado largamente sus méritos cinematográficos, interpretaciones, música, fotografía, etc., entre los cuales no es menor la simpatía y el cariño que el guión y la dirección saben comunicar a los personajes que, en la realidad, nunca dejaron de ser unos vulgares bandidos. Pero es que el cine tiene el privilegio de transformar "casi" la historia en una obra de arte.