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España España · Valladolid
Voto de Randy:
9
Western Durante la guerra civil norteamericana (1861-1865), tres cazadores de recompensas buscan un tesoro que ninguno de ellos puede encontrar sin la ayuda de los otros dos. Así que colaboran entre sí para conseguir el botín. (FILMAFFINITY)
3 de enero de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Montículos en un prado. Solo un pájaro apreciaría los círculos concéntricos. El coleccionista de exteriores sabía exactamente como había sido ese lugar durante tres semanas de 1966. Lee Van Cleef dudaba si desenfundar primero, Eli Wallach agitaba sus ojos de rata pasándolos nerviosamente de Clint Eastwood a Sentencia. Estaba en el cementerio de Sad Hill. Pisaba el mismo círculo, hoy comido por la maleza, que una vez fuera de piedras. Ningún caminante pasaba por allí adrede.
Su magdalena de Proust se le deshacía en la boca. Estaba milimétricamente en el punto desde el que Blondie disparó. Se arrodilló donde Tuco excavó.
Estaba solo en el valle. Nadie le oía reír y hablar solo, febril e ilusionado, ni le veía evolucionar entre montones de tierra buscando el ángulo exacto de la toma o repitiendo la frase que el personaje había tenido allí. No le comprenderían.
Pasó horas tumbado mirando al cielo. Llegó el momento de marcharse. No quería. No estaba harto. El peso de sus sueños no le dejaba levantarse. Aquel prado abandonado al pastar de las vacas había estado años atrás plagado de técnicos de luz, fotografía, maquilladores y estrellas de Hollywood. Parecía imposible. Un rincón perdido de la sierra en Burgos. Nada más. Solo silencio.
La genialidad de Leone le había abrumado, pero ahora, allí, simplemente le parecía brujería. Un cementerio de tumbas en hileras concéntricas. Lenguaje cinematográfico en estado puro. Un teatro de público mortal. Doscientos mil dólares era mucho dinero.. y tenían que ganarlo. Se lo debían a los soldados caídos en aquella guerra entre americanos desarrollada en Burgos que les miraban desde los túmulos funerarios. Las miradas muertas convergían en el coso central. Perfecta arquitectura metafórica y visual. Y el coleccionista estaba allí ahora. Exactamente donde todo sucedió, respirando el mismo aire en que resonaron los disparos y las frases hasta la toma definitiva y el corten de Don Sergio.
La banda sonora de Morricone le había acompañado toda la mañana. En su cerebro. Mientras corría entra las tumbas como un loco en éxtasis de oro.
¿Cómo habría quedado el lugar tras el rodaje?, ¿Habrían estado durante años las tumbas intactas?, ¿Habrían sido víctimas de los saqueadores de recuerdos cinematográficos?. Le hubiese gustado pensar que al acabar de rodar se habían ido. Simplemente. Dejando todo igual que en la escena durante años. Y que si hubiera pasado por allí en su infancia lo hubiese hecho entre las tumbas abandonadas.
Lentamente dejó el lugar. No quería irse del territorio de sus sueños. Se hacía tarde. Su mundo real esperaba. Allí seguiría Sad Hill mucho tiempo. Mucho más en su memoria.
Lo vio una última vez en el retrovisor. Luego la curva rompió la magia.
Randy
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